martes, 15 de abril de 2008

EL VIAJE DE CADORNA.


Fue todo muy de golpe. El viernes me enteré de que viajaba a Córdoba para ver al Indio Solari en Jesús María, el sábado. Debo decir que tenía muchas ganas de viajar a la Docta porque ahí vive uno de mis hermanos, Javier, a quién en los últimos cinco años sólo había visto una vez, una tarde que coincidimos en la misma ciudad, así que era doble mi entusiasmo.
No preparé casi nada, me tiré a dormir una siesta a las seis de la tarde del viernes y casi sigo de largo y pierdo el bondi. Por suerte me desperté a tiempo y a las nueve y media de la noche ya estaba viajando en la desastrosa empresa La Veloz del Norte. Todas las veces que viajé con ellos, me resultó una cagada. El viernes no fue la excepción. Para arrancar, el bondi estaba lleno de cucarachas. Todo bien, pero queda feo, man. Los asientos eran una garcha imposibles de reclinar decentemente. Por suerte viajé sin nadie al lado y me pude estirar un poco más.
A las doce de la noche, cuando llegamos al límite entre Salta y Tucumán, nos detuvimos casi una hora. Nadie decía nada. Simplemente estábamos parados, al lado del puesto policial. Yo pensaba: “se rompió la verga ésta y están esperando que llegue otro para pasarnos, la re puta madre”. Pero no, era un simple “control” de la policía tucumana, división Narcotráfico. Nos hicieron bajar con los bolsos de mano y hacer una fila para revisarlos. Cuando llegó mi turno, el naca me revisó muy brevemente el morral desastroso que hacía las veces de equipaje y me hizo pasar para el otro lado del puesto, a esperar a los demás. Pude haber llevado dos ladrillos, cuarenta frascos de jarabe para la tos y ochenta bengalas para repartir entre lo´ pibe´, pero los muchachos de la gorra nunca se hubiesen enterado porque ni se gastaron en revisarme los bolsillos o la campera. Desastre. Una hora parados al pedo para eso. “Parte de la experiencia”, me dije y me cagué de risa.
Había hablado con Javi para que me vaya a esperar a la terminal. A las siete de la mañana, tres horas antes de terminar el viaje, me llegó el siguiente mensaje de texto:
“Me acabo de acostar. Tomate un taxi.” No, no me iba a tomar un taxi sabiendo que tenía poca guita y todavía tenía que comprar los pasajes de ida y vuelta para Jesus Mary (pronúnciese: “Shisus Mery”). Así que apenas llegué a la capital mediterránea (previa parada para desayunar un café con leche con criollitos, clásicos cordobeses; en un parador rutero sintiendo que me faltaba el mp3 con Creedence) le mandé otro mensaje diciéndole: “Ni pienso tomarme un taxi. ¿Qué bondi me deja bien?”. Resultado: “Vení en taxi, yo pago”. Buenísimo.
Una vez en su casa, nos pusimos al día y todas esas cosas que hace la gente que hace mucho no se ve. Al mediodía me prestó dos cospeles, me dijo “tomate el trole A, bajáte en el Patio Olmos y camina hasta la terminal. A la vuelta hacé lo mismo, pero al revés”. Le hice caso, como buen hermano menor que soy, y media hora después ya estaba en la terminal rodeado de ricoteros de todos lados, abrigados con los trapos porque hacía bastante frío. Los coles para JM salían a cada rato, así que había que pasar por boletería, te daban el pasaje por seis mangos y después te tenías que poner a hacer la cola para tomar el cole. Adentro del bondi (que iba hasta las manos, obvio, con gente parada también) iban todos tranquilos. Yo ya me había imaginado la situación: todos parados, fumando faso, cantando y golpeando el cole. Pero pasó eso a medias, porque muy de vez en cuando cantaban los cantitos de siempre (no se les cae una idea a los creativos de la hinchada ricotera) y no golpeaban nada. Bueno, era toda gente respetuosa, parece. De vez en cuando alguno hacía sonar algún tema redondo o solariesco (¿?) en su celular con mp3 (la gente ricotera, como mi carreta, ya no es lo que era, ya no es lo que era) y a mí me daba un poquitín de vergüenza, porque los cantitos carecían de todo aguante, agite y todo eso que se espera de las hordas de desangelados (?????). Apenas unas vocecitas tímidas se escuchaban, acompañando a los temas. Por ahí lo jodían al chofer, pero el hombre, muy responsable, no se inmutó y siguió manejando. Yo agradecí a todos los cielos por eso, porque andar por la ruta me da mucho cagazo.
Cincuenta minutos después ya estábamos en el pueblo de la doma y el folclore. Me encontré con los que tenía que encontrarme y empezamos a recorrer. Todo parecía funcionar según el manual: el lugar copado por los que habían llegado de todos lados, banderas colgadas, gente tirada en cualquier lado, en pedo, por supuesto y así… Faltaba que hagan quilombo y las corridas y todo eso para que todo lo que se espera de un concierto redondo y de ricota sea como debe ser. Pero por suerte ese prejuicio no se cumplió y estuvo todo más que tranqui.
Una vieja estación de trenes hizo de aguantadero para todos los que llegaban (si te ibas para otro lado de JM, la cana te empezaba a joder y a decirte que circules). Ahí había puestos de comida, bebida y mp3. Además había varios parlantes que pasaban a los Redondos todo el santo día (no, si iban a pasar Pier).
Tipo cinco de la tarde entré al Anfiteatro. Antes lo había estado buscando al pelotudo del BB para poder cantarle las cuarenta al por fin tenerlo cara a cara, pero el muy cobarde no apareció (?).
Bueno, todo lo que pasó después lo saben: el Indio dio un gran concierto, bla, bla, bla… Me cagué de risa cuando le pegaron el zapatillazo. Me acordé al toque de que en el último recital de PR, también en Córdoba, pero en el Chateau, en 2001, el pelado sesentón también se había calentado por lo mismo (“¿Qué te pensás? ¿Qué acá están tocando Los Violadores?”). Aunque esa vez no lo embocaron. ¿Habrá sido Skay? ¿El Cantante de Pier de ahora en más se hará tirar zapatillas en la ingle?
A la salida todos arrasaron con los puestos de chori. Después me comentaron que los diarios informaron que la birra se acabó en JM a las ocho de la noche. Habrán conseguido más, porque eran las 3 de la mañana y nosotros ya habíamos tomado varias.
A las cinco decidimos rumbear a la terminal. Antes no lo hicimos porque estaba hasta las bolas y todos se querían colar. Era un quilombo. Encima la policía se puso densa y entró a romper las pelotas. Volví parado (no conseguí asiento esta vez). Un pibe se tiró a dormir en el porta equipaje. Por suerte el bondi no dobló fuerte.
A las 9 de la mañana caí en la casa de mi hermano (me demoré porque me costó encontrar la parada del trole A para volver, no era tan así nomás; además me compré más criollitos, de hojaldre. Tremendos) tomamos unos mates y me acosté hasta las doce y media. Cocinamos como pudimos unos tallarines con pollo (“está congelado el pollo, boludo”), mi hermano se mandó unos tangazos (bandoneonista, el hombre), tomamos más mates y seguimos hablando al pedo.
Siete y media estaba otra vez en el Patio Olmos, esta vez esperándola a Petrona. Como ya saben, ahí formamos el S.I.B.A.
Diez y media de la noche, estaba otra vez, arriba de la poronga erecta llamada La Veloz del Norte. Me tocó el mismo bondi (lo comprobé cuando aparecieron las cucarachas y nos pasaron las mismas dos películas que a la ida). Pude dormir las doce horas. Llegué a Salta, me compré mortadela, queso, pan y una Coca y me fui para mi casa.
Estuvo bueno.