(Foto: Guido Adler)
Ubicada en Palermo Soho, rodeada por bares elegantes, locales modernos y gente vestida ad hoc; la casa de Skay tiene un portón inmaculado y una pared completamente pintada por varios grafitis. Ninguno hace alusión a su nombre ni a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. En el barrio, nadie lo reconoce. Puede caminar tranquilo por sus cuadras sin ponerse a pensar que aparecerá la horda de desangelados a hacerle el aguante durante todo el recorrido. Además, pasa desapercibido cuando no está vestido para salir al escenario con sus lentes, sus pañuelos y su actitud avasallante. En persona, Eduardo Beilinson es distinto. Es un tipo tímido que se atropella para hablar, quizás por haber estado tanto tiempo callado en las entrevistas, a la sombra de Carlos Alberto “Indio” Solari. Además se mantiene todo el tiempo con una sonrisa y una actitud amable y simpática que subraya con sus ojos celestes. Ofrece mates amargos, fuma y convive con su eterna compañera y manager Carmen “Poli” Castro. Ambos forman una pareja que constantemente esquivó los caminos convencionales por donde se suponía que debían transitar, en la vida y en la música.
Skay siempre se las ingenió para recorrer los caminos de la libertad, como lo asegura en una de sus canciones. Lo hace desde la infancia, cuando aún era el pequeño Edu, hijo de una familia acomodada de la ciudad de La Plata. Ya, en esa época, algo le decía que encajar no era lo suyo. Durante la adolescencia, en 1968, se dio cuenta de lo que realmente quería: una Europa convulsionada por la psicodelia, los ideales hippies y la revolución del Mayo Francés lo alimentó para toda la eternidad. Volvió a la Argentina siendo el mismo, pero convencido de la vida que debía buscar. Abandonó a su familia de guita, conoció a Poli, se fue a vivir en comunidad y comenzó a pensar que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y aplicó esa idea para todo lo que hizo desde entonces. También supo ser invisible para la dictadura, yéndose a vivir a Salta. Al regreso de su experiencia en el Norte, la pareja, junto al Indio, convirtieron a Los Redondos en la banda más popular del rock argentino y crearon una leyenda que aún hoy se mantiene vigente y en crecimiento.