miércoles, 19 de febrero de 2014

Hacer la revolución con una canción de amor


En el cierre de Ciudad de pobres corazones, Fito Páez ya lo venía pidiendo: dame tu amor, sólo tu amor. En Ey! tenía sueños de amor. En el final de Tercer mundo, insistía: dale alegría a mi corazón y ya verás que no necesitaremos nada más. Páez tenía que crear El amor después del amor, su maltratada vida lo exigía. Con 29 años, el rosarino era un huérfano que había perdido a toda su familia. Tras haber sido criado sin su madre, fallecida cuando él era un bebé, había soportado la muerte de su papá y el asesinato de sus abuelas en un lapso muy corto de tiempo. Antes de cumplir 25, la parca había llegado para Fito. Había arrasado con todo, todo un vendaval.

Páez se dio cuenta de que su salvación era lo contrario a la tristeza. Que la felicidad del amor lo alejaría de la muerte, por eso lo exigía con desesperación. Lo sabía porque había estado en las dos orillas. Había aprendido que el llanto terminaba en la risa. Su relación con Cecilia Roth, una de las musas más efectivas que se recuerden, lo levantó nuevamente y lo inspiró para crear las canciones que formaron su mejor disco, el más exitoso del rock argentino. Con los años, ya sin Cecilia, Páez siguió reflexionando al respecto: nos pasan tantas cosas en la vida que si aparece el sol hay que dejarlo pasar, le hizo cantar a Spinetta en “Bello abril”, una canción de 2003. Por la misma época, Cerati opinaba algo similar: si un amor cayó del cielo no pregunto más.

El amor es fundamental en la vida de Páez y en el desarrollo de todo el rock local. Es lo que estaba buscando Pappo. Su falta lo hacía desconfiar. El amor lo salvaba a Charly y lo ilusionaba cuando aún era un adolescente inexperto que soñaba con relaciones idílicas que volcaba en las letras de Sui Generis. ¿Acaso no es “Compañera” la canción más emocionante de la carrera de Ariel Minimal? Yo no sé lo que me pasa cuando estoy con vos, chica rutera, te pido que vuelvas. Hasta el durísimo Ricardo Iorio, man in black que vuelve a las cavernas, lo afirma: si no hay amor mejor bajate, si no hay amor nunca habrá sueños, si no hay amor se muere antes, si no hay amor se pierde siempre. Debes saberlo. En 1992, Fito sabía que si no había amor, mejor que no hubiera nada, entonces, alma mía. ¿No se puede vivir del amor? Quizás, pero nadie puede y nadie debe vivir sin amor. Porque only love can sustain.

lunes, 3 de febrero de 2014

Se fuerza la máquina

(Foto: Gastón Iñiguez)

El Estadio Delmi arde, hace transpirar sin moverse. Históricamente, el palacio de los deportes salteño siempre fue una olla a presión que suena como el orto. Hoy no es la excepción. En el escenario montado frente a las plateas, Gambeat dispara programaciones y, como un enfermo, agita el brazo derecho por encima de su cabeza. Arenga, grita, mira a la multitud con la automatización que provoca hacer lo mismo en todas las ciudades de una gira mundial. Pero también con la energía propia del que ama lo que hace, como canta Carajo. Todavía no tocó el bajo que cuelga de su cuerpo, que espera ser sacudido durante más de dos horas y media. El guitarrista, Madjid Fahem, aparece cuando Gambeat y Philippe Teboul, el batero, ya están empezando a forzar la máquina.

Al fondo del escenario, Manu Chao mira la performance inicial de sus compañeros, franceses como él, y fuerza su propia máquina. Salta solo, en el lugar, recibe la arenga a través del retorno y empieza a precalentar a segundos de salir a escena y comandar el show más enérgico de la historia del rock en Salta. Abajo, cuatro mil personas también acusan recibo. Cuando Manu sale y se cuelga la acústica, sube la energía. Cuando el grupo empieza a cantar a coro (“¡Ya llegó! ¡Ya llegó!”), la temperatura vuelve a elevarse. Y cuando la banda arranca con un ritmo ska punk que se repetirá a través de toda la noche, la gente se conmueve. Ya fue todo. A saltar y a descargarse. Hay un rugido que baja desde la platea y llega hasta el borde del escenario. Un “vamooo” largo y potente que alcanza a erizar la piel. Porque significa mucho para una ciudad esquizofrénica que se debate entre el conservadurismo recalcitrante de iglesia omnipresente y el troskismo ganador de las elecciones. El progresismo de moda en el Norte se encuentra con el soundtrack soñado. La whipala flamea, los pueblos originarios hoy son recordados. La facultad de Humanidades se trasladó al estadio. Los turistas europeos conocen el Delmi y se cagan de calor por ese francoespañol, músico de mundo capaz de hipnotizar con canciones que parecen todas iguales, en los discos y en vivo. Manu Chao, la experiencia alterlatina post noventas purificada y envasada, con mensaje combativo que se adapta a cada lugar donde se presenta. Ya llegó.