miércoles, 11 de septiembre de 2013
Taragüi Rock: día 1
A las cinco de la tarde del viernes 6 de septiembre, con treinta grados y ni una nube, empieza la cuarta edición del Taragüi Rock, antes conocido como Corrientes Rock. El anfiteatro Cocomarola recibe a "las mejores bandas del país", según informa el suplemento especial que preparó el diario Época. Un concepto un poco dudoso y que inclina la cancha para el lado de los organizadores, que quieren posicionar al festival como uno de los más importantes.
Hasta ahora, con la grilla encabezada por Ciro y Los Persas, Pastillas del Abuelo, Bersuit, Salta La Banca, La Vela Puerca, Kapanga y Pericos, se puede decir que el Taragüi Rock busca ser uno más de los tantos eventos que presentan a las mismos grupos de siempre: los más populares actualmente, hijos del rock de estadios de los noventa. Se deja de lado a muchísimas otras bandas que renovaron la escena argentina desde un lugar mucho más pesado que el generacional: el del sonido. Taragüi Rock (y Jesús María Rock, Vivo Entre Rock y tantos otros) acompañan al escucha desinformado que consume lo más popular y asegura que el rock argentino actual no tiene nada para ofrecer. Con estos grupos de la grilla es fácil sostener esa teoría. Por esa razón, quizás la mejor decisión sea llegar temprano para poder escuchar y conocer a los grupos emergentes.
Unas horas antes, mientras todo se preparaba en el anfiteatro, la ciudad de Corrientes hervía por el calor y parecía un lugar ajeno al festival. Casi no hay afiches pegados informando al respecto. Está repleto, sí, de carteles de candidatos a gobernador. Sobresalen dos famosos: Nito Artaza, el humorista; y Camau Espínola, el actual intendente y ganador de cuatro medallas olímpicas en yachting. Sus jingles de campaña están armados como chamamés proselitistas infalibles. También abundan los mates. Los correntinos lo toman mientras hacen cola en el banco, mientras manejan, mientras atienden su negocio. Abrazan el termo todo el tiempo y lo llevan para todos lados. Con el calor, reina el tereré.
Adentro del anfiteatro Cocomarola, los bancos están pintados de verde, el color oficial del festival, el de los flyers y el escenario. El color de la yerba. Los bancos no permiten demasiado pogo. Son de cemento y están clavados a lo largo de todo el predio, dejando un espacio libre de pocos metros al medio y adelante, formando una T de libertad poguera donde se acumulan los pibes más encendidos.
El festival se inaugura con Gurí, trío power funk de Curuzú Cuatiá. Los chichos, de no más de 17 años, suenan bien y convencen al público, que a las cinco y media de la tarde ya llegó en un buen número para los habituales espacios semi vacíos que suelen decorar los comienzos festivaleros. El grupo se despide con “El 38” y “Fire”: Divididos y Hendrix, confesión de influencias.
El festival cuenta con un presentador entre banda y banda, algo que no está mal para los emergentes que no juna nadie. El presentador hace bien su laburo y explica de dónde viene cada grupo y por qué están allí. Algunos grupos fueron invitados, otros ganaron los “Pre” realizados en Misiones, Chaco, Formosa y Corrientes. Adentro del predio se vende alcohol con total libertad. Por todo el anfiteatro se pasean mozos vestidos con camisa blanca, pantalón y chaleco negro decorado con moño al tono. Pasan con bandejas que llevan panchos (a $10), hamburguesas (a $20) o vasos de plástico de cerveza o fernet con Pepsi de un litro ($30 y $35). Otros se mueven con conservadoras. Son la atención gastronómica del palo por excelencia. Además, todos se pasan los termos. La organización de Taragüi Rock permite el ingreso de mates y afines. En ellos hay tereré pero también fernet, vino y más. Al costado del escenario, la FM Circus (107.9), dedicada a transmitir rock argentino las 24 horas, emite el festival en su totalidad.
El presentador arenga y nombra a Bersuit y a ¡Las Pas-ti-llas-del-A-bue-loooo! y todo el Cocomarola estalla pensando en lo que se viene, el plato principal de la noche.
Llega La Botica, rocanrol de cantante de voz rasposa. Hard rock renguero ioresco. Su cantante anuncia que van a tocar en la clásica previa que La Renga realiza en todas las localidades donde se presenta. En Corrientes será la noche del 20 de septiembre, la noche anterior al show en este mismo anfiteatro. “Vamos a tocar con Tete y Tanque”, anuncia y pide que todos asistan.
A las 19.30, cuando el sol ya se fue y ahora sólo queda una noche calurosa de viento ideal para seguir escabiando, aparece I am Loco, que no existiría sin Rage Against The Machine o Molotov. Su funk rap metalero en spanglish suena potente como locro en enero y suenan menos litoraleños que Zack de la Rocha. Terminan el set con “Killing in the Name”. Al igual que los Gurí, los I am Loco muestran sus obvias influencias con un cover calcado de sus padres. Eso sólo resta. En un escenario así se tienen que acabar los covers. Especialmente si no sorprenden ni modifican nada del tema original, sino que muestran sus mayores influencias. No terminan de salir del amateurismo.
Entre banda y banda, el encargado del sonido pone Guasones y Jóvenes Pordioseros. El público, en su mayor parte del palo del rocanrol, explota en varias oportunidades. Aparece el Bebe Contepomi en el escenario. El conductor de La Viola está haciendo un especial de su programa en el festival y es la primera estrella que se sube al Cocomarola. La gente estalla y lo saluda. Bebe les da a todos la bienvenida “al rock”, vende un poco de humo para que todos aplaudan y se despide.
En un contexto aparentemente adverso, los chaqueños Lenoise suben al escenario. El grupo, que ganó el concurso YPF Destino Rock, es pop de guitarras. Babasonicos, línea Arctic Monkeys, Oasis. Nada que ver con el palo temático principal de la grilla y del público. Aparecen y suenan mejor que todos. La gente aplaude poco al principio y aumenta su atención a medida que pasan las seis canciones que presenta la banda. Pero la conexión no se logra por completo: al final, mientras los músicos cierran su concierto, la gente ya pide por Las Pastillas, hay una barrera invisible entre el escenario y el predio.
Aparece Lienzo, cuarteto local. Son los anti rockstars. Están vestidos como para amenizar un crucero (saco blaco, chalecos, corbata rosa) y al igual que Lenoise, desentonan en la grilla. Y también suenan mejor que las anteriores. Sus canciones pop con estribillos, coros y teclados naif encajarían muy bien en la movida hipster platense/porteña de chicas con lentes gigantes y muchachos con bigote. Deberían editarse en casete.
Después de un bache de media hora, aparece la primera banda “fuerte” del festival. La Fábrica Recuperada Bajo Control Obrero antes conocida como Bersuit Vergarabat. Sin Gustavo Cordera, el grupo se reparte la voz en varias canciones y mantiene vivo su ADN en las canciones de su último disco, La Revuelta. Son un éxito asegurado.
Para el final, antes de la medianoche, Las Pastillas del Abuelo cierra la primera fecha con sus canciones de tinte Arjona Ismael Serrano Serrat pasado por Callejeros, Jaime Roos y Bersuit. Las casi 10 mil personas que hay esta noche en el anfiteatro reciben todas las canciones de la banda con euforia. Vinieron para verlos a ellos. Piti Fernández es un líder sobrio. No necesita decir mucho entre tema y tema porque ya lo dice en sus canciones, de letras interminables. Piti es un buen representante del rock argentino actual deudor de los 90: se llama igual que uno de Los Piojos y su apodo ya fue copado por el Dr. Álvarez. Es decir, en Las Pastillas del Abuelo todo suena a copia de la copia. Hasta sus nombres.
En los festivales que se realizan alrededor del país desde hace algunos años, con grillas repletas de este tipo de bandas, la necesidad del revival parece ser lo más importante, lo que conmueve a todos.
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