Viernes, 2 de diciembre de 2011, Estación de Servicio Shell
Terminal Salta, 00.20 hs.
Alejandro está a diez cuadras del lugar, llegando en su
Chevrolet Vectra color bordó. Trae en el baúl una carpa, una parrilla, dos
sillas plegables, dos colchonetas, una conservadora grande con capacidad para
34 litros y la incertidumbre absoluta sobre quiénes serán sus compañeros de
viaje hasta Tandil, provincia de Buenos Aires, a casi dos mil kilómetros de
distancia.
Es una noche apenas fresca, una muestra gratis del frío del
día anterior, cuando el gris se había apoderado de la ciudad, cubriéndola de
agua, oscuridad y un viento que no se correspondía con el comienzo del último
mes del año. A esta hora, el cielo ya se despejó, dejando que las nubes le den
paso a una incipiente luna llena.
Hoy, el Servicio Meteorológico anunció un clima agradable
para el fin de semana en Tandil, con temperaturas que no deberían pasar los 25
°C.
Aún quedan muchas horas por transitar antes de que comience
el último recital del año del Indio Solari, pero ya es hora de partir. Los
miles de kilómetros que separan ambas ciudades obligan a pedir días libres en
el laburo, cargar varias mudas de ropa y tener el dinero suficiente como para
sobrevivir, al menos, tres jornadas fuera de casa.
Tres meses después de su último show, en Junín, el Indio
volvió a convocar a sus seguidores para la que será la última presentación de
El Perfume de la Tempestad, su tercer disco solista. Para muchos ricoteros, el
viaje implica una experiencia ya vivida antes que mantiene la expectativa por
su intensidad. No se trata sólo de un concierto. Es un retiro espiritual
inverso: acá no habrá tranquilidad ni introspección, sino todo lo contrario. El
sentimiento de los verdaderos fanáticos saldrá a la calle a emocionarse y decir
que cada concierto puede significar una de las cosas más importantes que
existen en su vida.
Desde que se volvieron masivos, a mediados de la década del
noventa, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se convirtió en el grupo más
importante de la historia del rock argentino, el que más paredes tiene a su
favor, el que más seguidores posee, a pesar de llevar más de diez años de
inactividad. Solari, la estampita, se quedó con la mística del folclore
ricotero: el viaje, los shows masivos y la grandilocuencia. Algo que muchos acusan
de ser apenas un cúmulo de infradesarrollados cantando ebrios, fumados,
merqueados y desaforados letras que no terminan de entender, escritas por un
burgués que la va de popular.
“Volvés, pero no dejas de lado las cosas que aprendiste allá
afuera, y quizás hoy te vuelvas a marchar” (La Renga, “Un tiempo fuera de casa”
– Inédito jamás grabado en estudio. Registrado en vivo en 2001).
A la una de la mañana, Alejandro, Matías, Damián y Tonio
parten hacia la provincia de Buenos Aires. Ninguno se conoce entre sí. Después
de juntarse azarosamente y haber coincidido en el viaje gracias a amigos en
común que los ubicaron, o por avisos en Facebook, los cuatro se alistan para
partir. A diferencia del conductor, los tres pasajeros del Vectra no llevan
carpa, conservadora o parrilla. Apenas una mochila cada uno con dos o tres
cosas quizás indispensables (remeras, ojotas, galletitas, picadillo, fernet) y
nada más. Tampoco tienen su entrada, que por primera vez en Tandil será
limitada. Nada de los océanos humanos de cien mil personas que poblaron el
pueblo en dos oportunidades anteriores (2008 y 2010). Por decisión del Indio y
sus productores, el Hipódromo de Tandil, una ciudad con una población de
123,529 habitantes según el Censo del 2010; “apenas” podrá recibir a ochenta
mil feligreses.
Alejandro es claro desde el primer momento: va a detenerse
las veces que sean necesarias (“no tengo ningún problema, ustedes me dicen y
paramos”) pero nunca va a dejar de exigir que los cinturones de seguridad estén
puestos. A lo largo de las 48 horas de viaje que comienzan (entre ida y
vuelta), será un chofer responsable digno de cualquier spot de campaña vial. No
va a tomar alcohol ni comer durante horas para no desenfocar su atención en la
ruta. Apenas tomará Coca Cola de una botella de medio litro y va a coquear
constantemente, además de fumar Philip Morris y dormir una siesta de cuarenta
minutos en Córdoba, el viernes a la mañana.
“Eso lo querías ver, en este viaje todo lo podrás hacer.
Andarás bien por la 66” (Pappo, “Ruta 66” – Cover del tema popularizado por
Chuck Berry).
Mientras tanto, Matías, Damián y Tonio se organizan
comprando Coca, Branca y hielo en un drugstore ubicado a la salida de Salta. En
la madrugada del viernes, los precios se pueden disparar, por eso es que a la
encargada del local que los atiende no se le cae la cara al decir lo que cuesta
el fernet de litro. “¿76 pesos?”, pregunta Matías, mientras se da vuelta, mira
a sus compañeros y dice “entonces llevemos uno de tres cuartos”.
Hecha la compra, comienza definitivamente el viaje y
empiezan a revelarse las personalidades y datos de cada uno de los ocupantes.
Alejandro es salteño, pero vive en Jujuy. Casado, 34 años y dos hijos. Es dueño
de un hostel que el mismo se encargó de construir, haciendo uso de su
experiencia como albañil. Fanático de Central Norte, sigue al equipo a todos
lados. Llegó a desviarse cientos de kilómetros en plenas vacaciones familiares
para asistir a un partido. Su bandera ricotera lleva el escudo del club y la
ropa que usará durante el fin de semana también responde a ese amor
incondicional.
Matías, 26 años, empleado municipal de Orán. Vio por
Facebook que Alejandro contaba con una vacante y no dudó en pagar los 94 pesos
que cuesta el pasaje desde su ciudad hasta la capital jujeña. Hiperactivo y
extrovertido, se ríe todo el tiempo, se emociona con facilidad y resalta que lo
importante es disfrutar, no la plata que cueste. Es el único que compartirá el
viaje completo con Alejandro (Jujuy – Tandil) y al haber subido primero ostenta
el puesto de copiloto.
Damián, periodista deportivo, 27 años, salteño. Nació un 4
de agosto, exactamente 17 años antes del último show que dieron Los Redondos,
en el Chateau Carreras de Córdoba. Tipo amable y callado, durante todo el fin
de semana vivirá pendiente de las actualizaciones de Facebook. Su adicción a la
red social es tan grande que sólo a la hora de dormir dejará de estar
conectado. Su desesperación por conseguir un enchufe y cargar el Blackberry
resultará triste por momentos, para derivar en una pseudo ternura que se
producirá al verlo dormido aferrado a su aparato cada vez más apagado.
Tonio, 19 años, salteño, estudiante de Enfermería. Su
juventud inexperta sólo es comparable con sus ansias de recuperar el tiempo
perdido. Esclavizado por sus padres estrictos y poco amigos del rock y los
recitales, su vida transcurrió entre las ganas de hacer cosas y la impotencia
por no poder realizarlas. A los 18 decidió rebelarse y mandó al diablo a sus
progenitores. Ahora, viaja por segunda vez consecutiva a un show de Solari (fue
a Junín en septiembre), fuma y escabia en continuado.
“Mi buena estrella guía no me abandonará. Nada tengo que
perder y nada que ganar. Yo prefiero desafiar al destino y recorrer los caminos
de la libertad” (Skay Beilinson, “En el camino” – Editada en 2010).
“No se duerman, loco. Tenemos que hacer el aguante”, les
dice Matías a sus compañeros de ruta, arengando todo el tiempo; sin percatarse
de que el Fernet, el cansancio acumulado y la madrugada los van a terminar
tumbando a todos. Matías, Damián y Tonio se van a turnar involuntariamente en
el viaje para dormir con la boca abierta, como Homero Simpson a los 17 años,
cuando se quedaba escuchando a Queen. Durante las horas de manejo en las que
los demás claudican, Alejandro sólo estará acompañado por una selección de rock
argentino acorde a la cita, la banda de sonido perfecta para el asistente
promedio a los recitales de Solari.
A diferencia de los clásicos temas de ruta que se supone que
deben sonar en una travesía similar (Creedence, Steppenwolf y su “Born to be
Wild”, los Stones), el soundtrack sine qua non para asistir a un show del más
puro rock argento nac & pop son las bandas surgidas en los noventa que
responden al legado de Luca Prodan y Pappo: La Renga, Los Piojos, Divididos,
Las Pelotas, Bersuit Vergarabat, Los Gardelitos, Hermética, Viejas Locas,
Intoxicados, La Vela Puerca (uruguayos infiltrados) y, a pesar de muchos,
Callejeros y Las Pastillas del Abuelo.
Los grupos ubicados en el target “barrial” o “chabón” por un
periodismo necesitado de carátulas que diferencien una música que tuvo su apogeo
en el menemismo, poseen el mismo estigma que muchos le asignan a Los Redondos y
(especialmente) a su público. Es una escena que se alimentó a sí misma yendo a
contramano de los preceptos básicos del glamour y el estrellato que pregonaban
muchos, haciendo rockera a la austeridad, bandera la humildad del laburante y
careta la pose y el disfraz; utilizando la realidad social de un país
eternamente golpeado para nutrir sus letras. “Somos los negros, somos los
grasas, pero conchetos no”, cantan a garganta pelada desde hace años todos los
fanáticos. Hacen ley la frase de Tanque Iglesias, el baterista de La Renga, que
aseguró preferir un asado quemado a un sushi bien preparado.
Las máximas de ese rock las empezó a dictar el Carpo en los
setenta, con su rock suburbano y desprolijo, que no le importaba estar un poco
sucio (sin glamour) mientras su cabeza fuera eficaz. Prodan, en los ochenta,
también sentó bases al asegurar desde la pieza de una pensión mugrosa que lo
único importante en la vida eran las cosas afectivas: los amores y no las
posesiones. Algo similar a lo que pregonó el propio Indio en “El tesoro de los
inocentes”, la canción que le dio título a su primer disco solista: “Si no hay
amor que no haya nada entonces, alma mía”. Hace poco, Germán Daffunchio,
cantante de Las Pelotas, y compañero de Luca en Sumo, dictó una frase que
resumió la otra parte de la teoría del rock argentino que llena estadios: “No
sé qué es una estrella de rock. En la Argentina me parece que las estrellas de
rock son unos payasos. Estás en la Argentina, loco. Es un país que está
destrozado, hecho mierda, no da para creerse una estrella, me parece la
estupidez de un patético”, declaró en una revista Soy Rock del año 2005, cuando
los principios ya habían sido declarados hace tiempo.
“Si no te gusta lo que ves, andate a vivir a Nueva York. Si
no te gusta cómo soy, andate a morir a Nueva York. Caretas, caretas, caretas,
caretas” (Los Gardelitos, “Gardeliando” – Publicada por primera vez en 1996).
Viernes, 2 de diciembre, Villa María, Córdoba, 14.30 hs.
Damián acaba de contar por Facebook que por veinte pesos se
compró una porción de tortilla de papas en una rotisería. Está al lado de
Tonio, que compró empanadas por tres pesos cada una en el mismo local
(“Disculpe, ¿cómo son las sanjuaninas?”). Los dos esperan que Alejandro y
Matías vuelvan de parchar la goma que acaban de pinchar después de haber pasado
por encima de un clavo que estaba tirado en el piso de una estación de
servicio, mientras cargaban gas oil por enésima vez. Debajo de un árbol, los dos
se escudan del fuerte sol de la zona mediterránea. A pesar de las ansias de
cerveza y aprovechando la situación de estar en la tierra de la Mona Jiménez,
lo que sale es Pritty Limón.
Una hora después de partir en busca de gomerías, Alejandro y
Matías vuelven con el problema resuelto, calor, hambre y treinta pesos menos.
“Uno me quería cobrar 200, te ven en un auto grande y creen que estás lleno de
guita”, protesta Alejandro, mientras continúa con su dieta de líquidos sin alcohol.
En esta nueva etapa del viaje, Alejandro optará por caminos
alternativos, rutas provinciales angostas y poco transitadas para poder llegar
lo antes posible a Tandil, sin tener que cruzarse con la caravana ricotera.
Entonces, los vehículos a sobrepasar serán cosechadoras, tractores, sembradoras
y camiones que transportan todo tipo de máquinas agrícolas en medio de un campo
sembrado a ambos lados, eternamente. La región pampeana en su máximo esplendor:
la zona más rica del país, con chicas bien alimentadas (“Yo me vengo a vivir
acá, loco.”), guita en cantidades considerables y la tonada cada vez más porteña.
Sin dudas, las canciones obvias para musicalizar el trayecto pueden ser
únicamente las de Almafuerte.
“Escucho a las rutas llamarme. Son voces graves que me
invitan a rodar. Dicen extrañar mi errante andar. Pedal a fondo, tierra
adentro” (Almafuerte, “Convide rutero” – Publicada en A Fondo Blanco, de 1999).
A las siete de la tarde, el Vectra ya está en Junín. “Hace
tres meses ya hubiésemos llegado”, dice uno, pensando en el recital anterior.
Todavía quedan unas tres horas de manejo hasta Tandil y más de 24 para que
comience el show. Los tiempos dan, por lo que Matías propone conseguir en esta
ciudad todo lo necesario para sobrevivir y no competir con los ochenta mil
restantes, que sin dudas saquearán todos los almacenes tandilenses. “Compremos
la carne y lo que haga falta acá, así llevamos todo listo y apenas llegamos
hacemos el asado”, dice y todos muestran su aprobación. Desde que partieron,
los viajeros desconocidos hicieron buenas migas, pegaron onda y se llevan bien.
“Es increíble, sólo Los Redondos pueden lograr estas cosas. No nos conocemos y
está todo bien. Vamos a disfrutar lo mismo”, es la frase de Matías que resume
el pensamiento general.
El ticket del Chango Mas de las afueras de Junín es
contundente: casi 500 pesos entre carne, morcillas, chorizos, pan, agua, Coca
Cola, fernet, carbón, hielo y una gorra para Matías, que descarta la anterior
que llevaba puesta. “Con esto comemos hasta que volvamos a Salta”, dice
Alejandro.
Otra vez a la ruta, la recta final. Alejandro está manejando
hace veinte horas y más allá de una pequeña siesta, no quiso descansar en
ningún momento. Y le va a sobrar aguante, porque el poco tiempo que
supuestamente faltaba para llegar a destino se duplica después de tomar una
ruta equivocada y hacer 200 kilómetros de más. De golpe, el Vectra está cerca
de Olavarría, localidad poco querida por los ricoteros después de que el fallecido intendente Helios Eseverri prohibiera la presentación de PR horas
antes del comienzo del show, con muchos seguidores ya en la ciudad. El hecho
produjo la única conferencia de prensa que brindó la banda, un momento
mediático que le sirvió a Solari para mostrar su gran capacidad dialéctica frente
a todo el país. Un ladrillo más en la pared del mito.
Pero ahora no hay prohibiciones ni conferencias. Hay incertidumbre sin mapas ni GPS. Alejandro, como en todo el viaje, recurre a
los playeros de la estación de servicio de turno para informarse sobre el
camino que debe recorrer. El viejo de la Petrobras sabe lo suficiente como para
que esta vez sí, Tandil deje ver sus luces a través del parabrisas.
A la una de la mañana, exactamente un día después del haber
partido, los cuatro ricoteros completan la ida.
Es la noche previa al show y muchos seguidores ya están
instalados. Las carpas y los autos se amontonan cerca de la colectora de la
Ruta 226, rodeando la “zona de cantinas” o “del aguante”, como le llaman los
organizadores al sector donde se concentran los negocios improvisados de
comida, remeras, bebidas y souvenires rockeros. El Hipódromo está a pocas
cuadras pero todavía nadie intenta entrar. Es momento de asados, escabio y
música.
El Vectra se ubica sobre el pasto, al lado de unos pibes que
están exactamente en la misma pero llegaron antes. Son cuatro entrerrianos, de
Gualeguaychú, y están asando unos choris mientras ¡Bang! ¡Bang!... Estás
liquidado suena una y otra vez desde el auto que los trajo.
En cinco minutos, Matías los encara y los atrapa con
cordialidad ricotera: les regala cuatro fasos armados durante el viaje y antes
de que se den cuenta ya les está comiendo uno de los choripanes y empieza poner la carne comprada en Junín sobre su parrilla (la
de ellos).
La noche es fría y está lista para recibir a la marea
humana. ¿Vendrán muchos? ¿Respetarán el límite de ochenta mil personas? Los puestos
de venta, ya instalados ¡y con la carne lista! Indican que sí, se va a llenar.
Otra vez una localidad argentina verá doblada su población en unas horas,
gracias a la fidelidad interminable que existe para con Carlos Alberto
Solari.
Los salteños y los entrerrianos ya son amigos momentáneos.
Comparten carnes, discos, escabio, sillas plegables y la ansiedad por el
recital. La diferencia de horas de viaje entre uno y otro grupo se hace sentir
a la hora de la trasnochada. Mientras Alejandro y Tonio caen rendidos en la
carpa y en el auto, Matías y Damián siguen con el Fernet alrededor del fuego,
pero tranquilos, sentados. Los de Gualeguaychú, en cambio, están on fire: se cruzan a un cabaret y vuelven a la media hora.
“¡Nos garchamos una gorda dominicana! Salimos haciendo
trencito y todos nos aplaudían”, cuenta uno de ellos, el mismo
que durante la comida relataba los planes de convivencia con su novia.
“El doctor dice que mucho rock and roll me puede hacer mal.
Yo le digo ‘gracias, doctor, nos vemos la semana pasada’” (Intoxicados, “Se fue
al cielo” – Publicado en 2001).
Sábado, 3 de diciembre, Tandil, 8.00 hs.
El frío no está más. El sol pega fuerte y amenaza con ir
mucho más allá de los 25 grados pronosticados por el Servicio Meteorológico. Al
despertar, Alejandro y Tonio se encuentran rodeados. La relativa tranquilidad
de la noche se interrumpió cuando empezó a llegar el grueso de los ricoteros en
colectivos de todas las marcas y modelos, algunos lujosos y otros destrozados.
Autos, combis y motos completan el panorama. Ahora sí, los puestos venden a
toda hora. La música
aparece a niveles proporcionales. A medida que se transita el predio delimitado
para el aguante, las canciones de Patricio y las del Indio se van a fundir y a
pelear por sonar, provocando pequeños y numerosos sectores de agite. Así, en
una vereda habrá treinta personas cantando “Juguetes perdidos”, mientras que a
unos metros otros tantos se emocionarán con “Flight 956”.
Durante el día, Matías, Tonio, Damián y Alejandro (que al
dejar de manejar se acopló a la rutina etílica) terminan de cocinar la carne
conseguida el día anterior y combaten el intratable sol con Branca y cerveza,
llegando en algunos casos a estados complicados: Damián se va a quedar dormido
al sol a las tres de la tarde (con el Blackberry en la mano) y no va a
percatarse del robo de la última botella de fernet (Durante el viaje de vuelta, Matías va a
desmentir esa versión: “¡Qué robo! ¡Los chupamos a todos!”).
El resto de los ricoteros vive momentos parecidos hasta la hora de ingresar al predio. La comunión entre los seguidores de todo
el país y el exterior que llegaron a Tandil es perfecta y variada. Acá hay
minitas rockeras de fin de semana, chetos que llegan en avión, laburantes que
se quieren matar cuando el Indio toca seguido por miedo a no llegar a juntar la
plata necesaria para asistir; y tipos densos de verdad. El pastiche forma una
masa coherente. Los Redondos le cantaron a la marginalidad parados desde un
pedestal de elegancia y el Indio siempre asegura tener amigos “en el cielo y en
el infierno”. Toda la gente está únida por Solari, que a los 62 años es cada
vez más El Viejo Carlos. Ese hombre que ya está de vuelta, que empezó a mutar
desde que decidió mudarse a Parque Leloir y olvidar la bohemia. Abandonó la
vida trasnochada y puso el despertador a las seis de la mañana. En el
escenario, El Viejo Carlos es un hombre de buen humor que emite comentarios de
una intimidad notable que se contradicen con el misterio que transmite desde su
clásica postal de lentes oscuros.
“América, debo estar en América del Sur, ¡bien al sur!
Garantizado” (Las Pelotas, “Capitán América” – Editada en 1994).
A las ocho de la noche, la mayoría de la gente ya está
dentro del Hipódromo. Las siete pantallas repartidas entre el escenario y las
distintas torres ubicadas estratégicamente transmiten mensajes anti bengalas, a
favor de la identidad y piden justicia por Walter Bulacio. Durante la previa se
lanzaron muchos tres tiros y bombas de estruendo y se teme que se
encienda pirotecnia también a la hora del show. Cromañón mató a 200 y este año
falleció alguien más, pero algunos parecen no entender del todo.
Los cuatro salteños están repartidos por el predio. Durante
la complicada entrada se perdieron y van a tener que disfrutar el show por separado. El ingreso se vio afectado por el nerviosismo de los miembros de
seguridad, la falta de comunicación de algunos organizadores, la poca
tolerancia de la Policía bonaerense y las ganas de colarse como sea de cientos
de personas.
Ya adentro, desde las 22 hs., Solari demuestra nuevamente que la travesía es justificada. Sobre un escenario de primer nivel,
secundado por quizás la mejor banda que acompañe a un solista argentino y con
un repertorio variado entre temas nuevos (“Satelital”, “Chante Noire”, “Vino
Mariani”, “Torito es muerto”, la notable apertura de “Todos a los botes!”),
clásicos ricoteros inesperados (“Superlógico”, “Fusilados por la Cruz Roja”,
“Nueva Roma”) y standars (“Pabellón séptimo”, “Martinis y Tafiroles”, “Un ángel
para tu soledad”, “Flight 956”, “Juguetes perdidos”, “To beef or not to beef”);
el Indio cierra la presentación de El Perfume… y se despide hasta “septiembre o
diciembre” del 2012. “A ver si una vez
más hacemos temblar una ciudad”, dice sobre el escenario antes del inevitable
cierre con “Ji ji ji”.
Tras las dos horas de concierto, la gente comienza a pegar la
vuelta. El cansancio contenido se exterioriza después del show y no hay puesto
de comidas que mantenga su stock por más de media hora. La vuelta del frío hace que todos se guarden en sus
vehículos.
Mientras tanto, los cuatro salteños esperan dentro del
Vectra hasta las seis de la mañana para salir a la ruta. “Ahora debe ser un
quilombo”, justifica Alejandro, antes de caer rendido en su asiento.
Lunes, 5 de diciembre, Estación de Servicio YPF, Avenida
Bolivia, Salta, 7.00 hs.
Después de dejar a Tonio y a Damián en la puerta de sus
casas, Alejandro y Matías están cargando gas oil por última vez. Bajo una
lluvia torrencial, los dos viajeros se aprestan para hacer la parte final del
tramo. Una vez en Jujuy, Alejandro se irá a dormir y Matías se subirá al Balut
que por otros 94 pesos lo depositará nuevamente en Orán. Antes de despedirse,
cuando todavía estaban los cuatro, y después de haber compartido tres días
viviendo a fuego la experiencia más intensa que puede ofrecer el rock argentino
actual; el copiloto tiró otra sentencia y nadie puede estar más de acuerdo: “La
próxima vez venimos todos juntos de nuevo.”
Nota publicada en el número 8 de la revista Rock Salta, de diciembre de 2011.
1 comentario:
cadorna horribleeeee
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