martes, 8 de agosto de 2017

Interstellar Overdrive

(La Renga durante la primera fecha en Huracán. Foto: Leo Italiano - Facebook La Renga)

La Renga en vivo es una película de Christopher Nolan. El pasado y el presente se funden entre sí. ¿Es un sueño? ¿Un deja vu? Las épocas conviven, se alternan. El espectador no sabe si el futuro llegó hace rato o si la cosa sigue igual que antes. ¿O acaso ir a un recital del grupo no se parece a la escena de Interestelar en la que Matthew McConaughey y Anne Hathaway regresan a la nave después de un par de horas de exploración y se encuentran con un David Gyasi envejecido? Hay alguien que está desfasado.

El público, “los mismos de siempre” (una denominación que ahora tiene más fuerza que antes) no avanza. En cambio, la banda va y viene. Los músicos son capaces de mantener firmes algunas posturas (¿todos los recitales tienen que terminar con la misma canción?) pero, por momentos, también se olvidan del rocanrol de caños perpetuos y endurecen el sonido de los discos. Incluso se aggiornan políticamente, bancan un proyecto después de haber tallado en piedra su condición de indiferentes partidarios.

La Renga evoluciona más que su público. La banda se convirtió en un tótem sagrado atemporal del rock argentino a fuerza de popularidad y una obra que se mantiene inquieta (¿qué banda nac & pop es capaz de sacar un disco instrumental?). Por momentos, con los mismos cantos de cancha de toda la vida (“matar a un rati para vengar a Walter”, “el que no salta es un inglés”) y escasas referencias a la actualidad (apenas una bandera solitaria en contra de Macri, un tibio canto kirchnerista), el público que por estos días colma el estadio de Huracán parece haber sido extirpado de un concierto de 1994. O de 1996. O de 1999. O de 2003. O de 2012. Sólo faltan las bengalas que no se pueden usar por razones de fuerza mayor. Los jóvenes que hace veinte años latieron bajo el signo de los tiempos hoy son cuarentones que quieren revivir lo que alguna vez los tuvo a la vanguardia. Salvo por las panzas crecidas, las chapas voladas y el poder adquisitivo un poco más sólido, mantienen todo igual. Son la verdadera burbuja en el tiempo de la que hablaba Soda Stereo hace una década. Vaciaron el contenido de las canciones. Las transformaron en un tributo a la vida que se mueren por recuperar y nunca más van a tener.

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