jueves, 9 de mayo de 2024

"Hay que seguir escuchando a Javier"

Foto: RS Fotos - Infobae


Recién comienza el mes de mayo, faltan más de seis semanas para el invierno, pero a las 18.30 de este domingo ya es casi de noche. Así en el cielo como en la tierra gobernada por libertarios, cada día que pasa la oscuridad llega más rápido. A esta hora las luces de la Avenida Forest brillan en el asfalto humedecido. Las veredas de ambos lados, como en el resto de la ciudad, están cubiertas por hojas amarillas que de tan mojadas ya no suenan al ser pisadas. Los mosquitos vuelan por todos lados en su regreso triunfal luego de algunas semanas ausentes. Las madres rocían repelente en los tobillos descubiertos de sus hijos mientras esperan algún colectivo. Lo que no vuelve, lo que tampoco suena, lo que nadie espera, es el rock nacional.


Los carteles de Forest y de la avenida que la cruza, Federico Lacroze, muestran afiches de Tini, de Luciano Pereyra, de María Becerra. De un tributo a Queen y de La Beriso. Otro dice que el trap, más que un género, es un movimiento. En algunos balcones se pueden ver banderas de Estudiantes de La Plata, que a la misma hora se corona campeón en Santiago del Estero. Cada tanto aparece un transeúnte que luce una camiseta pincharrata con orgullo, pero de ésos hay muy pocos. El epicentro del festejo está en otra ciudad. Sin embargo, las apariciones esporádicas de fanatismo platense son más que las manifestaciones rockeras que se pueden detectar por acá, cerca del Teatro Vorterix, espacio de tantos conciertos, y no tan lejos del boliche New York City, inmortalizado hace casi cuarenta años por Sumo en “La rubia tarada”.


No suena rock, no se ve rock, no se espera rock en ningún lado. Salvo en esta pequeña sala donde suenan temas de Manal y se reúnen unas sesenta personas para despedir al que fue uno de sus fundadores. Pionero del blues en castellano, un compositor y poeta que trascendió muy pronto los géneros y se ubicó en el panteón de los artistas más influyentes de la música argentina. En el pasado lo versionaron desde Charly y Spinetta hasta el Indio Solari y Divididos. En las últimas horas se lo honró en los medios, los escenarios y las redes con música y palabras que en ningún caso sonaron exageradas. Javier Martínez fue decisivo para el desarrollo del rock en Argentina tal como lo conocemos. Le dio identidad. Ayudó a que se diferenciara de las demás escenas. Colaboró para que fuera una cultura por sí misma. Más que un género, lo volvió un movimiento.


Ahora Javier Martínez, lo que queda de él en el plano físico, descansa en un cajón abierto, mientras familiares, amigos, colegas y fans se mantienen cerca, a pocos metros, hablando en voz baja, tomando café en vasos de plástico que empleadas de esta casa de sepelios sirven desde una jarra negra depositada y renovada cada tanto. La música de Javier, como todo el blues y el jazz, invita a bebidas más fuertes, pero no está mal que haya tragos sin alcohol en esta ocasión, aquí en el barrio porteño de Chacarita, muy cerca del cementerio. Mejor aún sería si fuera café con leche, como tomaban Javier y el resto de los náufragos que rebotaban en las madrugadas de hace sesenta años en esta misma ciudad. De La Cueva a La Perla, con guitarras, cuadernos y la necesidad ineludible de vivir con otras reglas estéticas que las de un mundo que todavía los miraba raro, con desconfianza.


Por ahí anda Pipo Lernoud, compañero de Javier en los inicios del rock en Argentina, uno de los referentes que todavía se mantienen. Más temprano estuvo Moris. Antes anduvo Alejandro Medina y se lo vio a Botafogo. Está Claudio Kleiman, que hoy tenía que presentar su libro sobre Manal en la Feria del Libro, una actividad cancelada luego de que el sábado se conociera la muerte de Javier, que tenía 78 años y había visitado Salta por última vez en septiembre pasado.


“En el rock nacional fui yo el que dijo voy a hacer blues. ¿Pero por qué? Porque el blues es la base del rock, es la base del jazz. Entonces, si vamos a tomar un género que está tomando poder mundial, vamos a agarrar el origen de ese género así estudiamos la esencia y podemos acriollarlo, argentinizarlo, y darle una raigambre propia. Como se hizo con el tango y como se hizo con el folclore. Porque el folclore tampoco es puro. No hay nada puramente autóctono de ninguna parte”, le dijo Javier a Rock Salta poco antes de ese show final en nuestra ciudad.


Hoy, en esta sala velatoria, están algunas de las consecuencias de esa decisión. Está Willy Quiroga, está Emilio Del Guercio. Está Miguel Zavaleta, uno de los primeros en versionar a Manal. Lo hizo en el tercer disco de Sueter, 20 caras bonitas, producido por Charly García en 1985. Zavaleta lideró una versión de “Jugo de tomate” (con Charly en coros) que se adaptó a la época new wave en la que los sonidos del rock de los 60 y 70 habían quedado muy atrás.


“Estamos hablando de los precursores. Precursores. Como Los Beatles afuera”, dice alguien en una de las charlas que se producen en la sala. Más allá, un hombre apoyado contra una de las paredes se mantiene callado. Sólo transmite fanatismo rockero a través de su remera negra con el logo de Riff estampado en el pecho. Más cerca de la puerta, otro luce una remera gastadísima de Pappo y Hoy no es Hoy, disco de 1987, desconocido para el gran público. Casi una declaración de principios. El que está acá por algo es. Todos saben de lo que hablan.


A las 19 se reúnen los que se quedaron hasta el final de la ceremonia, que comenzó a las 16. Isabel, sobrina de Javier, habla en voz alta, agradece a los que vinieron y recita un poema del uruguayo Emilio Frugoni llamado “Pálida mors”. Dice:


Cuando a buscarme vengas te llevarás mis huesos

y mi carne marchita y mi sangre hecha hiel,

mas no podrás llevarte la emoción de mis besos

ni el ritmo de mis cantos, ni el verde laurel.


Tú no podrás llevarte la vida que he vivido,

el placer que he gozado, el sueño que soñé,

cenizas de una leña que a los vientos ha ardido

eso es lo que en tus manos tan solo dejaré.


Cuando a buscarme vengas solo hallarás mis rastros,

la vida hará tiempo que se te adelantó;

la vida, la que enciende y desgasta los astros

poco a poco en sus rudas manos me trituró.


En sus brazos quedaron mi juventud zahareña,

la embriaguez de mis horas de lucha y frenesí,

todo lo que en el alma florece, vibra y sueña,

¡Qué poco has de llevarte cuando vengas por mí!


Sus familiares invitan a que los presentes digan algunas palabras. Pipo Lernoud habla de todo lo que significó Javier desde aquellos primeros encuentros de mediados de los 60. Un hombre dice que estaba “comprometido con las verdades trascendentes”. Lo recuerda como alguien que “hacía culto de la amistad” y cierra diciendo que “hay que seguir escuchando a Javier”. Del Guercio, ex bajista de Almendra y Aquelarre, cuenta una anécdota ocurrida en Barcelona a mediados de los 70, cuando intentaba explicar a los medios españoles de qué se trataba el rock argentino. “No tenés que hablar, tenés que darles con un hacha”, le dijo Javier. Aplastarlos con música.


“La gente creía que había rivalidad entre nosotros, y a nosotros nos encantaba”, sigue Del Guercio al referirse a las épocas de Almendra y Manal, y se abraza con Dora, la hermana de Javier, que vive hace casi cuarenta años en España y que cuando le toca hablar dice que todavía se acuerda del momento en el que Javier la vio haciendo un tuco con tomates perita, receta de su mamá, y se inspiró para escribir “Jugo de tomate”.


Entre las frases que se escuchan en esta despedida colectiva hay algunas que pintan un poco la personalidad que tenía Javier Martínez. Odiaba que le dijeran “quedate tranquilo”. “Es la frase que más nervioso me pone”, decía. Dora también rescata una de las últimas palabras que intercambiaron. Algunas hoy suenan premonitorias. “Cuando uno no tiene más nada para decir, emprende el viaje”, le dijo su hermano. Y ahí va.


Publicado en Rock Salta

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