jueves, 24 de septiembre de 2020

Desconectados


José María Leguizamón subía todos los días al altillo de su casa de calle Alberdi. Cada tarde, a las seis, después de trabajar, ponía una tira plástica en la puerta para que nadie lo molestara y se encerraba a escuchar música.

Leguizamón tomaba cerveza negra, comía un poco de queso y escuchaba a Bach, Beethoven y Mozart hasta las nueve de la noche. Su hijo Gustavo lo acompañaba. Durante esas tardes, el Cuchi descubrió a Stravinsky. Quedó tan fascinado con el músico ruso que pidió prestado la “Sinfonía de los Salmos” a un amigo que trabajaba en una radio. Eran épocas en las que comprar un disco en Salta “era más o menos como querer descubrir América”.

El Cuchi recordó esos momentos en el diario La Opinión. Allí reveló que él y su padre se volvieron locos cuando un cura amigo llegó a la casa con un disco que tenía música del compositor italiano Giovanni Pierluigi da Palestrina. Comenzaron a escucharlo el viernes, lo dejaron recién el lunes. Nunca se cansaban.

En algunas veladas eran tres en el altillo. A veces se agregaba la perra, que lloraba dulcemente en los agudos.

                     

Publicado en la revista Rock Salta en 2017

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