martes, 14 de enero de 2025

Poner en marcha la fanfarria


Era mayo de 1983. Los días previos al primer Obras de Los Abuelos de la Nada. Su líder, Miguel Ángel Peralta, o Miguel Abuelo, era un viejo protagonista de la primera ola del rock nacional que había regresado a Argentina a principios de los ochenta, luego de una década en Europa. Allí había sido rey y mendigo. Había pasado del folk psicodélico de fines de los sesenta al pop new wave de la nueva etapa. Estaba, otra vez, en pleno ascenso. No lo sabía, pero le esperaba una nueva caída, la definitiva. Ya había vivido varias vidas y le había dado diferentes formas y colores a sus canciones. Pero no le alcanzaba. Miguel era un prócer de renovación constante.

“Necesito atomizarme en todas las actividades que pueda. En principio, porque el buen seguidor de lo que hago va a darse cuenta e identificarse con un montón de actitudes que también son posibles en él”, le decía Miguel a la periodista Gloria Guerrero, en una entrevista de esos días de mayo del 83. La nota se había publicado en Humor y confirmaba algo que otra revista, Pelo, había señalado unos meses antes, en octubre del ‘82, al reseñar el primer disco de Los Abuelos de la Nada: decía que Miguel poseía un “talento inconformista sin límites”.

El propio Miguel lo insinuaba en la entrevista de Humor: “Sé que se puede demostrar un tipo de hombre nuevo, un tipo de comportamiento, de conducta, un tipo de reflexión más original de la que abunda en el mundo y más aún en este país. Aquí, en el sótano del universo, hay un nivel muy bajo. Y es necesario que alguien salga. Y si tengo que decir ‘Soy yo’, lo voy a decir con todo, poniendo toda mi cara”. Pero como escribió su biógrafo, Juanjo Carmona, en el libro El paladín de la libertad, a Miguel “nunca le alcanzó la técnica para poder expresar todo lo que tenía en la cabeza, ni le bastó la energía de su cuerpo para llevar adelante todos sus anhelos”.

Hoy, a pocos meses de que se cumplan los 37 años de su muerte, otro costado de la cara de Miguel Abuelo se revela para que hombres y mujeres del sótano universal sepamos que hay caminos alternativos que no habíamos tenido en cuenta. El disco Canciones para cantar en el cordón de la vereda acaba de ser publicado por Ediciones Insolubles Records en una tirada limitada en CD y vinilo que al cierre de este artículo estaba próxima a agotarse.

domingo, 5 de enero de 2025

“Esas canciones eran más honestas”

Este sábado 9 de septiembre, desde las 22, Perro Ciego, la banda más importante del rock de Salta, va a celebrar los veinte años de Letras Rojas, su segundo disco. El show será en Macondo (Balcarce 980). Las entradas anticipadas ya se consiguen a 3000 pesos (más gasto de servicio) en NorteTicket, Morrison (Mitre 274 y Caseros 646) y Atípiko (Zuviría 408).

Será una fecha especial en la que estarán en primer plano clásicos del grupo como “Resaca”, “Póker y ruletas”, “Azabache”, entre varias más. “Nos dimos cuenta un poco tarde que cumplía veinte años el disco”, dice entre risas Carlos “Pelado” Vega, bajista del grupo, en esta entrevista en la que recordará aquella etapa de la banda que completan Marcelo “Salchi” Dique (guitarra y voz), Martín “Gamba” Aguilera (guitarra) y Pablo “Jopo” Zenteno (batería), y que en esos años todavía contaba con la voz de Federico “Pibe” Acosta.

- Lo primero que se me ocurre preguntarte es qué más hacías en ese momento. ¿Dónde vivías?
- En la época de Letras Rojas yo vivía en la sala de ensayo, estaba fusilado económicamente. Era una época muy divertida en muchas cosas, pero en lo personal era medio dura. El día que empezamos a grabar el disco, mi mamá tuvo el primer ataque fuerte de los terminales. Ella tenía cáncer. El proceso de armado del disco fueron tres o cuatro años en los que pasó de todo. El primer demo lo grabamos en diciembre de 2001, o sea que… (se ríe) Una fecha bien complicada, viste. Y bueno, atrás de eso se demoró un poco la movida, pero estuvimos laburando mucho en el armado durante años. En esos años yo me había divorciado de mi primer matrimonio y obviamente me quedé sin nada. Me tuve que ir a vivir a la sala de ensayo y además tenía que estar con laburos muy ahí nomás, más toda la época… Económicamente era un desastre. Y las tocadas, si bien teníamos, tampoco eran tantas. Por la época estaba todo muy difícil. Pero bueno, así y todo era una época que la recuerdo bien, bien divertida, porque era el proceso de composición. Estaba Fede, era el primer disco con el Pibe. Fluía toda la música normalmente. Y la recuerdo con cariño porque era más joven también (risas).

- ¿Qué edad tenías en ese momento?
- Cuando grabamos el disco yo tenía 29 años. En realidad el disco se grabó entre el 2001 y el 2003. Las sesiones se hicieron con el corralito. Ahí nos dio una mano grande Fidel Puggioni, que tenía en esa época Macondo. Nos ayudó bastante. En la fase final nos dio una mano grande el Café del Tiempo. Y en una época, durante el interín, habíamos trabajado con La Panadería, con Pepe Epifanio. Eran más o menos los lugares donde andábamos dando vueltas. El primer Café del Tiempo, Zátiro. Ahí se forjó todo eso.

- ¿Tenías 29 cuando empiezan a grabar o cuando sale el disco?
- No, cuando salió ya estaba por cumplir 31. Por eso te digo lo que costó el tema del corralito. Era así, para pagar las horas de grabación tenías que hacer las cosas cada tres meses. Hoy es inexplicable, pero vos no podías sacar plata. O sea, no teníamos (risas), pero lo que nos financiaban o lo que conseguíamos de tocadas se cobraba todo fraccionado, porque era la cuestión esta del 2001, que renuncia De la Rúa. Empezamos a grabar con un presidente y terminamos con otro (risas). ¡Con otros! Porque en el camino pasaron varios. Ya estaba Kirchner cuando terminamos. Había ganado. Me acuerdo que un día que lo vamos a empezar a presentar, (lo empezamos a presentar sin estar editado, no hacíamos la presentación formal, pero ya mostrábamos los temas nuevos), era mayo del 2003. En el medio habían estado Duhalde, Rodríguez Saá. Fue un proceso largo. En el interín pasaron un montón de cosas buenísimas. Nosotros estábamos en la etapa en la que nos íbamos haciendo «grandes», digamos. Y me acuerdo que nos jodía mucho la falta de laburo. La estábamos peleando mucho en esa época. Pero así y todo podíamos alquilar una casa para ensayar. Y al poder ensayar le metíamos. Los ensayos eran largos. Y además, el proceso de composición era fluido, era casi todos los días.

- En ese momento, la banda, a pesar de todo, crecía musicalmente.
- Sí, sí. Esos años me parece que fueron los años más fluidos y también más productivos. Salían las canciones. Por ejemplo, «Letras rojas», el tema, es un tema que salió de un par de riffs que tenía Salchi. Yo después le puse la letra. Pero era una cosa así, iba fluyendo. E inclusive empezaron a quedar temas afuera, que fueron algunos de los que fueron a Peón. Es más, en la presentación (se ríe), esto es rarísimo, en la presentación de Letras Rojas, que fue el 7 de junio de 2003, creo que fue un sábado, los cuatro primeros temas que tocamos fueron «Paracaídas», «Dormilón x 8», «Cenizas» y «No sé quedarme». Cuatro temas que no estaban en el disco. Empezamos tocando cuatro temas nuevos en la presentación, que fue en la Casa de la Cultura. Y después sí tocamos el resto del disco, que es lo que vamos a tratar de recrear este sábado. Y bueno, si bien estaba la idea de grabar el disco, también estaba el cope de componer. Le metíamos igual, era así. El Pibe traía un montón de canciones, de ideas. Revisábamos letras, que eso estaba bueno. Teníamos mucho proceso de laburar las letras. Y era un proceso divertido porque Fede en eso era buenísimo. Era bien ocurrente. Era un poco también medio calavera, porque a veces, como yo vivía ahí, caía alguno y decía «che, bueno, toquemos un poco». Inclusive en esa época iban a ensayar Los Kuervos a la sala. Eran ensayos kilómetricos. Los vagos se iban a las dos de la mañana, total estábamos ahí. Era una casa en el centro pero en medio de negocios, o sea que no te jodía nadie.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Vidas sin destino

Foto: Gustavo Castaing - Clarín

Todo comenzó con un malentendido. Los medios se referían al nuevo boliche de Omar Chabán como “República Cromagnon”. Las primeras noticias que se publicaron sobre el lugar lo escribían así. Como la que apareció el viernes 13 de febrero de 2004 en el suplemento Sí del diario Clarín, que decía: «Ya está a punto República Cromagnon, en Once: es un boliche ‘casi estadio’ (entran 4000 personas, tiene cinco barras, dos salidas de emergencia y ¡tres baños!). Ahí funcionó El Reventón, donde tocaron desde Rodrigo (¡metió 5700 personas!) hasta Pibes Chorros. ‘Es un espacio que le ganamos a la cumbia’, se entusiasma Omar Chabán. En las primeras fechas se anotan: Almafuerte, Vela Puerca, y Las Manos de Filippi con un festival para el 10 de mayo. También las fiestas del Club 69 y las Garage«.

Unos días después, Clarín publicaba otro artículo sobre República Cromañón. Fue el domingo 29 de febrero. Decía: “El dueño de Cemento —templo under del rock nacional y semillero de artistas alternativos desde 1985— es un hombre emprendedor, de ideas extravagantes”. Chabán hablaba en la nota: “En los ’80 decían que yo vivía en ácido lisérgico. Y te digo que no. Tampoco estoy loco. Soy muy responsable: nunca me rechazaron un cheque. El rock nace de la honestidad de Cemento. Hasta entonces, todos se quejaban de ser estafados. Esta republiqueta será parecida a Cemento. Era hora de tener mi propia competencia”.

El artículo describía a un Chabán entusiasmado: “Ya adentro, mira extasiado el salón para 4.500 personas, que está conectado al hotel lindante y cuenta con un estacionamiento para 200 autos y cuatro canchas de fútbol en las plantas superiores”. Y Chabán decía: “Es evidente que en la bailanta hubo más guita que en el rock. Mirá el lugar que construyeron en las buenas épocas. Con capitales del rock jamás se podría haber hecho”.

Un mes y medio después, el sábado 10 de abril de 2004, República Cromañón fue inaugurado formalmente. El primer recital fue el de una banda que venía en ascenso: Callejeros. En la web de la revista El Acople, un fan del grupo que firmaba como GuaSoN escribió sus impresiones sobre aquella fecha: “El recital: ZARPADO, como siempre. Bocha de gente, de trapos, de agite, de bengalas. EL NUDO El mejor tema de Callejeros, lleno de bengalas y un delirio total… El lugar: Lo único que me acuerdo que los baños estaban buenos, la birra más cara que en cemento y al lado de las escaleras había como un aire acondicionado que estaba DE PELOS!”.

En enero de 2005, la revista Rolling Stone informó que el 1 de mayo de 2004, “durante un festival rolinga”, en Cromañón hubo un principio de incendio. “Antes de que tocara Motor Loco ya había fuego en el pogo”, decía Toti Iglesias, cantante de Jóvenes Pordioseros. “Y antes de que nosotros subiéramos, tiraron un par de candelazos al techo y la media sombra agarró al toque. Nadie sabía para dónde correr. Sacaron a la gente afuera y lo apagaron los pibes de seguridad”, seguía.

El Acople fue el medio elegido por Patricio Santos Fontanet, cantante de Callejeros, para hablar en una entrevista publicada el 18 de mayo de 2004. El grupo seguía el manual ricotero de dar pocas notas. Pato decía: “Es así, la gente es todo, por eso no me gustan las grabaciones ni estar en un estudio. En cambio, disfruto mucho más de los recitales. Todo lo que pasa en un show me encanta, inclusive el tema de las bengalas, que me mata porque en cierto punto no puedo respirar y menos cantar. Nuestra gente lleva todo tipo de pirotecnia. A veces tratamos que no metan cualquier cosa, pero por una cuestión de que nadie se lastime”.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Foto: Celeste Urreaga

Hablemos de Spinetta. ¿A quién no le gusta hablar de Spinetta? Charlar y perderse en el mundo de Luis Alberto. En los discos, las canciones, los recitales, los detalles, los músicos. En las anécdotas intrascendentes, dignas de personajes de Capusotto, que se cuentan con fascinación de novato. Toda niño sensible del rock argentino sabrá de qué estamos hablando. Claudia Puyó forma parte de ese grupo de gente fanática, aunque ya no sea una niña. En este 2024 cumple cincuenta años sobre los escenarios. Sin embargo, su entusiasmo al recordar grabaciones y shows propios o ajenos, la conecta con el espíritu adolescente que se necesita para mantener viva la llama rockera que evita caer en el cinismo que todo lo desinfla. “Clint Eastwood dice que no hay que dejar entrar al viejo”, recuerda Claudia, que a los 65 todavía es capaz de reflejar a esa mujer que desde hace cuarenta años es comparada con Janis Joplin, la etiqueta fácil que buscó el periodismo para catalogarla. Una verdad a medias, porque Claudia se formó en Ramos Mejía sin tener mucha influencia directa de la cantante de “Cry Baby”.

Sentada en la mesa de un bar de Flores, a la vuelta de su departamento, Claudia ya conoce muy bien los escenarios del sold out masivo y antros con tarimas que apenas sobresalen del piso, y habla de algunas de las diferencias entre el under y el mainstream. “Para el que está arriba del escenario, el show de estadio es rarísimo. Es como no sentir casi nada, como estar en un mar de gente. Te lo digo por mis recuerdos de tocar con Fito en estadios. El día que toqué en el Bicentenario, que eran millones de personas adelante mío, yo no lo podía creer. Fue bastante emocionante para mí. Pero en los estadios hay mucha menos intimidad. Por eso es más difícil tocar en lugares chicos que en lugares grandes. Es mucho más fácil tocar en lugares grandes con una banda que la rompe. Porque estás con los músicos, no estás con la gente tan involucrada”, explica.

Claudia dice que un recital de estadios es más una rutina y no tanto una representación espontánea de la creatividad de los intérpretes. “Tiene que ser así, porque sería un descontrol si el tipo se queda zapando quince minutos. Eso no lo puede hacer en un estadio. Lo podés hacer, pero no. El único que logró tocar cinco horas y media y que nos quedáramos todos fue Luis Alberto con las Bandas Eternas. Después, no sé si alguien puede bancarse tanta data. Yo sí, porque amaba a Luis y pagué la entrada como cualquier hijo de vecino. Y fui con mis amigos, además. No quise ir al VIP, nada. Quise ir como un pibe más”, dice.

TENGO UNA CANCIÓN PARA VOS 

Aquella noche de fines de 2009, cuando Spinetta reunió a todas sus bandas y cantó casi todas las canciones que durante décadas le reclamaron a los gritos desde las plateas, Claudia estaba muy lejos del escenario como para pedir temas. Pero ya había tenido la chance de que Spinetta le ofreciera un recital exclusivo. Fue sobre una ruta, en 2004. “Cuando tocó Fito en el Teatro El Círculo”, precisa. “Creo que eran los veinte años de que había tocado en Rosario. De eso no me olvido más, porque pregunté ‘¿Dónde va Luis?’, ‘En un micro’, ‘Yo voy ahí’. A Fabi la fui a buscar de los pelos. Fui a buscarla en taxi porque no quería venir. Agarramos la guitarra y la llevamos arriba del micro para molestarlo a Luis, por supuesto. Me acuerdo que estábamos Goldín, Vadalá, Laurita Casarino, Fabi, Luis Alberto, yo, y no muchos más. Y lo hicimos cantar durante esas cuatro horas todas las canciones, pobre. Yo le decía mi canción predilecta es ‘Para ir’, y me cantaba ‘Para ir’. A él también le encantaba. Fabi le pedía una canción y la cantaba. Cantó todas las canciones que le pedimos, le quemamos el cerebro. Creo que debe haber sido uno de los viajes más lindos que tuve en toda mi vida. Que Luis te cantara todas las canciones de tus sueños. Él estaba re contento”.

Ese viaje a Rosario no fue la primera vez que Claudia tuvo la oportunidad de compartir un momento musical íntimo con Spinetta. Se habían conocido a mediados de los ochenta, cuando Claudia empezaba a grabar lo que sería Del Oeste, su primer disco, publicado en 1985. Para ese trabajo el Flaco aportó “Viento del lugar”, un tema por entonces inédito que Spinetta nunca grabó en estudio y recién incorporó a su discografía en 1998, cuando lo incluyó en el disco en vivo San Cristóforo, de Los Socios del Desierto.

“Tengo una canción para vos. No terminé la segunda parte de la letra, pero te la doy”, le dijo Spinetta a Claudia. En el 85, “Viento del lugar” era un tema que podría haber ido a parar a Privé. Es lo que sugiere la versión que el Flaco tocó en el recital que brindó en Barrancas de Belgrano en enero de ese año. Una versión a la que le faltaba la segunda parte. “Me dijo voy a terminarla y te la paso. Grabamos la base de la canción, esos sonidos horribles que ahora no los usaríamos ni locos pero en esa época estaban de moda. Pero faltaba la segunda parte de la letra, que Spinetta me la pasó por teléfono en Music Hall y yo la copié”, recuerda Claudia. “Y loca la humanidad en su jaula de cristal”, le dictaba Luis Alberto a Claudia, que anotaba todo y se imaginaba sonidos de ballenas al comienzo de la canción, un efecto que consiguió gracias a un vinilo prestado por la Fundación Vida Silvestre.

“Entonces me da la segunda parte, yo canto y si escuchás la canción te das cuenta de que el audio es diferente. Hay que prestar atención. Mi voz suena como más clara y más aguda que la otra parte. Es rara”, dice. “Viento del lugar” fue la primera de varias canciones de Spinetta que Claudia Puyó registró a lo largo de su carrera como solista. La última es “Fina ropa blanca”, joya total de Don Lucero que abre el segundo volumen de Cazadora de cielos, el disco doble que Claudia acaba de publicar de manera independiente.

viernes, 20 de septiembre de 2024

La vuelta entera

Foto: Nora Lezano

Es notable que apenas con una pared y un pasillo alcance para separar mundos tan diferentes. Mientras de un lado, el de la calle, hay humedad, veredas rotas y un tránsito que no se detiene, del otro hay colores y sonidos que parecen infinitos. Ahí adentro, al fondo, rodeado de vinilos, CDs, libros, equipos e instrumentos, se refugia Fernando Kabusacki, curador y propietario de un museo pop personal que hoy abre sus puertas.

Una vez adentro, Kabusacki ofrece café, regala dulces exóticos que trajo de su última gira por Japón y comparte algunos tesoros. Interrumpe la charla en más de una ocasión para buscar un objeto, mostrarlo y describirlo. Tiene mucho para elegir. Podría tomar cualquier cosa de esta sala y contar una historia, musicalizarla. Pintar un paisaje sonoro como los que suele grabar y (por una cuestión de principios) subir a Bandcamp antes que a Spotify.

Cuando se para a buscar algo, Kabusacki no va por uno de los cuatro discos de la hermosa caja Anthology de John Lennon, ni abre algún ejemplar tapa dura de Anagrama. Tampoco opta por algo sofisticado como la Epiphone rosa que alguna vez perteneció a su amiga María Gabriela Epumer. Agarra una Fabrison, industria argentina, que cuelga de una de las paredes. Es una guitarra que tiene desde los trece años y que hizo “recauchutar” hace un tiempo. No es cualquier guitarra. Es la primera acústica que tuvo. Su padre se la regaló a fines de los 70. La compró en Casa América, aquí en Buenos Aires, y la llevó a Rosario, donde todavía vivía con su familia. Fernando se acerca con ella, se sienta como un músico callejero que se acaba de instalar, y toca. Toca algo que no suena mucho a lo que se supone que debería sonar Kabusacki, uno de los guitarristas “raros” del rock argentino, discípulo de Robert Fripp. Parece, más bien, algo del palo cantautor. Parece... ¿“Sólo le pido a Dios”?

Kabusacki se ríe y lo confirma: “Siempre quise ser León”. Lo dice con devoción de fan. Deja la guitarra a un costado, la mira y cuenta que la tenía abandonada, “pensando que era una guitarra chota”. “Pero la verdad que es linda. Casi nunca la uso para tocar en vivo, pero por ahí, en algún momento, la voy a tocar”, anticipa. Quizás lo haga para su próximo disco, el que va a empezar a grabar en noviembre. Un álbum que tendrá sonidos acústicos como base. Significará un cambio después de trabajos como Deeper Man (2022), basado en delays y guitarras eléctricas; o el más reciente The Legendary Landscapes, el número trece de su carrera solista. Un disco que Kabusacki armó a partir de máquinas de ritmo.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Emoción y convicción

Foto: Elisa Portela

Con La fuerza, su tercer trabajo solista, publicado en julio del año pasado, Carmen Sánchez Viamonte logró lo mismo que a ella le producen los discos que la obsesionan. Una adicción que hace muy difícil la escucha de otras canciones. Cuando La fuerza empieza a sonar lo demás queda detrás. Se impone con guitarras, melodías, intensidad rockera y desprecio punk por “los chicos de moda”, como dice Carmen en uno de los temas, justo antes de largar un “puaj” que cae como un escupitajo en el medio de la cara de toda esa gente que suena tan parecida entre sí que ya es imposible diferenciarla.

El disco también muestra que es mentira eso de que los artistas tienen toda la vida para escribir las canciones de su debut y luego sólo cuentan con un año o dos para crear las del trabajo siguiente. Después de varios proyectos, Carmen consiguió su disco más personal, el más auténtico y el que, asegura, mejor la representa. Por eso, aunque no lo sea, La fuerza suena como patada inicial. Como puerta que se abre para una cantante y guitarrista que no estaba segura de sus propios pasos y llevaba años reflexionando sobre sí misma.

“Pienso que es el disco más genuino que hice hasta el momento. El que más se corresponde con quien creo que soy”, dice Carmen. Y cuenta que Episodios del deshielo (2018) y Eva (2019), sus trabajos solistas anteriores, dominados por un sonido más íntimo y folk, fueron intentos fallidos de no separar a la obra de la artista. Canciones que no lograron del todo eso que Carmen busca cuando escribe, que es conectar con lo que siente. “Creer en lo que digo me hace mucha falta al momento de mostrar algo”, explica.  

Como Fabián Casas, esta platense de 24 años no tiene imaginación. Por eso, cuando escribe, habla de las cosas que la atraviesan. Empezó con diarios íntimos y siguió con poesía que casi no muestra. Su pasión por la escritura y el arte en general comenzó bien temprano. Cuando tenía seis años, su prima, Mora Sánchez Viamonte, tecladista de 107 Faunos y una referente del indie de La Plata, la llevó a un estudio a cantar con ella.

“Morita tenía una banda que se llamaba Dios salve a la reina y me invitó a cantar una canción que se llamaba ‘Espinacas’, una canción muy indie de ese momento. Fue la primera vez que fui a un estudio de grabación y la primera vez que vi a una mujer con una guitarra eléctrica tocando sus canciones. La guitarra era blanca con un sticker de Kitty. Eso me abrió mucho la cabeza”, cuenta.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Creo que podría terminar mis laburos mucho antes si no perdiera tiempo cuando voy a una hemeroteca o reviso diarios y revistas digitalizadas desde mi casa. Pero "hacer archivo" tiene esa cosa de desvío permanente. Cada artículo, cada titular, cada fotografía son ventanas que se abren para nuevos mundos de trabajo. Posibles notas que podría desarrollar después o empezar ya mismo. Ideas tan fuertes que me harían interrumpir todo lo hecho hasta entonces e inclinarme por completo a un nuevo proyecto que hay que hacer sí o sí, como si fuera una necesidad vital.

En su precioso libro "La vida en el archivo", Lila Caimari dice que revisar estos materiales es ingresar a una temporalidad paralela. Es cierto. Veo notas de 1990, 2011, 1978 o 2001 y me olvido de todo lo demás. Me acuerdo de dónde estaba en esos momentos o me imagino lo que habrá sido vivir esas épocas. Como me pasó cuando encontré esta nota sobre Los Beatles en un diario Crónica de 1966. Pero esta vez no me dieron ganas de hacer un artículo sobre eso. Preferí acordarme cuando ponía Guns N Roses en Telefe, hace más de treinta años, y en mi casa me decían que eso era un "ruido de lata". Un criterio estético parecido al de las autoridades municipales de Múnich.