domingo, 24 de agosto de 2025

Luché todo el sábado con una nota que debo entregar esta semana. Tengo 24 páginas de Word de entrevista y seis de borradores. También unas diez páginas garabateadas en un cuaderno con ideas, datos y teorías. Escuché discos, revisé el archivo, miré videos, leí artículos ajenos y repasé libros y revistas. Pero todavía no encuentro el comienzo. Ya intenté varias escenas y todavía no doy con un inicio que me guste, que me permita continuar con el resto del texto de una manera coherente, no forzada. Sé que de alguna manera va a salir. Quizás mañana a esta hora ya tenga todo resuelto. Pero hasta que no pueda encontrar la puerta de entrada, todo lo demás queda atascado. 

Tendría que estar todo el tiempo dedicado a eso. No hacer "otra cosa que escribir", como cantaba Fito Páez. Pero el periodismo es un oficio que a veces exige concentración y otras demanda poner la cabeza en cualquier lado para que las ideas tomen forma. Así que me fui a escuchar a Lu Glass y al Sindicato del Drone, que tocaban anoche en Roseti.  

Llegué con mucha expectativa y algunas certezas. Ya conocía el "dream pop visionario" de Lu. Las seis canciones que hizo junto a Pol Díaz, en plena transición hacia una banda más grande, fueron para mí la introducción ideal de la noche. Me gustó mucho "IVB", un tema que salió esta semana. Un adelanto del futuro disco En la ribera de la noche plutónica. 

Lo raro empezó después. No sabía muy bien qué esperar del Sindicato del Drone. Había escuchado algo en Spotify pero no alcanzaba a hacerme una idea. Sólo tenía una referencia que me habían dado los Winona Riders cuando los entrevisté hace dos meses. "Cuando suben al escenario dejan como un minuto de silencio, después arrancan. Ese silencio es parte del show", me decían. El dato me parecía fascinante y me generaba cierta intriga, pero no tenía mucha más información. De hecho, un rato antes de que empezara el recital me puse a hablar con un par de colegas que estaban en la misma que yo. Acordamos que si no entendíamos nada siempre podríamos usar el adjetivo "lyncheano" para no quedar como unos burros. 

En realidad la cosa no empezó con un silencio, sino con un manifiesto leído por Clara Ruocco, quien remarcó que la banda siempre busca que cada integrante toque la menor cantidad de notas durante el máximo tiempo posible. Clara explicó que el Sindicato propone abandonar la performance individual y abrazar lo colectivo. Me hizo acordar al verso de Spinetta que dice "es inútil que pretendas brillar con tu historia personal". Un verso que a veces me da ganas de dedicárselo a todos los aspirantes a influencers y transformarlo en "es inútil que pretendas brillar con tu storie personal". La aparición de ese manifiesto antes del inicio del show es determinante, porque es imposible separarlo de la música. Las palabras impactan en la forma de escuchar. ¿Cómo habría reaccionado mi cabeza si no hubiera prestado atención a la lectura de Clara? ¿Por donde habrían ido mis pensamientos?

Entonces sí, llegó el silencio y después empezó la música. Para que lo entienda el rockero en casa: fue como si la introducción de "Shine On You Crazy Diamond" hubiera sido intervenida durante treinta o cuarenta minutos con variantes sutiles que se percibían a medida que el oído y la mente se adaptaban a lo que pasaba. Anoche estuvo Ernesto Romeo de invitado, que muchos recordarán por su participación en Para las almas sensibles, el disco en vivo de Pez publicado hace veinte años. Romeo le dio el destino definitivo a la pieza que se escuchó, que siempre es distinta y se toca una sola vez. Cuando todos los demás integrantes del Sindicato comenzaron a irse del escenario, Romeo se quedó solo y por un instante la música varió con mayor acentuación. Allí se percibió la conciencia colectiva que nos había rodeado hasta ese momento. Porque siempre es asi: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

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