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miércoles, 15 de mayo de 2024

Historia de dos ciudades


El escenario es pequeño. No es un antro ni un sucucho. Es sólo un bar más de los primeros años noventa. Diana está allí, intenta cantar sus canciones. Hace una década que no saca un disco. El rock argentino está por ingresar a una etapa de furor parecida a la que se desató durante la Guerra de Malvinas, esta vez por una película llamada Tango Feroz, y Diana tiene ganas de resurgir. Quiere ser, de nuevo, una artista valorada. Se esfuerza. Graba, toca y piensa proyectos que a veces no puede guardar en su cabeza. Cuando aparecen tiene que salir a contarlos de inmediato a las casas de sus amigos. Les toca el timbre aunque sean las cuatro de la mañana. Diana siempre está atenta a todas las ideas que llegan a su mente. Tiene anotadores aquí y allá. En la cocina, en la pieza, en el baño de la casa que comparte con sus hermanos. El mismo baño donde va a morir dentro de poco. Pero Diana todavía vive esta noche. Ha vivido lo suficiente para ser una pionera sin reconocimiento.


Está sobre el escenario. Se acerca al micrófono pero un espectador la molesta, le dice cosas, le grita, la interrumpe. Diana, lo saben todos los que la conocen, no se come ninguna. Se baja del escenario, se acerca al imbécil, le clava las uñas en la cara y le deja una marca imposible de esconder. Entonces sí, canta canciones que muy pocos recordarán, algunas que casi nadie escuchará porque quedarán inéditas. Temas que quizás puedan publicarse alguna vez. Es lo que quiere su familia. Que Diana Nylon vuelva y se convierta para todos los demás en lo que siempre fue para ellos: una adelantada que merece una reivindicación.


Diana Miriam López nació en Mar del Plata el 25 de julio de 1956. Era la hija mayor de Delfor López y Esther Fantini. Su abuelo, Federico Fantini, fue un poeta que tenía "las manos ásperas por el trabajo rudo pero el alma cristalina y llena de sonoridades", como lo describía la revista rosarina La Diligencia en 1960, que le publicó el poema "Riachuelo", que decía: "Espejo de medianoche, espejo de madrugada / Espejo que en todo tiempo ¡Devuelve niebla gastada!".


El abuelo era la única referencia cultural en la familia. Nadie recuerda en qué momento Diana se volvió artista, pero sí se sabe que “algo” tenía desde chica, cuando ya andaba para todos lados con sus cuadernos. “Mis padres contaban que ella, de muy chiquita, recitaba en los actos. Siempre quería ser la protagonista en el colegio”, dice Diego, su hermano menor, uno de los guardianes del legado. Diego tiene muchísimos objetos que pertenecieron o hacen referencia a Diana. Dibujos, demos, cartas, recortes, casetes. Muchísimas fotos de Diana o tomadas por ella, como una de Luca en pleno concierto. Una imagen movida que por eso mismo retrata a la perfección el vértigo de los shows de Sumo.


De hecho, Diana y Luca se parecían. Habían viajado a la Argentina después de recorrer capitales europeas y llegaron a Buenos Aires en un momento de quiebre. Eran dos sensibles de corteza áspera que se fueron muy pronto. En 2008, Roberto Pettinato escribió en la revista La Mano que era difícil nombrar grupos argentinos delante de Luca porque el pelado siempre se burlaba. Pero había un nombre que se podía pronunciar: “Podías decir Diana Nylon”, aclaraba Petti. La describía como “una suerte de Nina Hagen porteña, demente y más loca que otras locas que de pronto sufrían ataques, brotes catatónicos, estallidos en gritos de histeria incontrolable y caían desmayadas sobre los brazos de Omar Chabán”.

martes, 11 de abril de 2023

Un comienzo de nota que no fue


El futuro puede sonar de maneras diferentes. Es un sonido que se adapta y muta según la época. Alguna vez tomó la forma del grito de las jovencitas que veían a Los Beatles en el show de Ed Sullivan. Fue la queja de los ricoteros ortodoxos que necesitaban un Biletan Enzimático para digerir las innovaciones de Último bondi a Finisterre. Sonó como las tijeras neoyorquinas que cortaron el pelo de Charly García durante la grabación de Clics modernos. Y una tarde se escuchó como el ruido que hacía un par de zapatos mientras una mujer caminaba por la Galería del Este. 

“No lo podía creer. Parecía una publicidad”. Las voces de hoy la recuerdan así, como alguien que no encajaba pero fascinaba. Alguien que parecía haber llegado de un planeta diferente. “Te la encontrabas y parecía que venía, qué sé yo, Astroboy. Era una cosa que en ese momento era muy loca”. Mostraba una puerta que todavía permanecía cerrada en la Argentina de principios de los ochenta. “Zapatos guillermina de charol con moño, soquetes cortos con broderie, una pollera kilt roja, una blusita blanca, un moño en el pelo, flequillito y unas pestañas más largas que un camello”.

Dicen que las chicas del under porteño que luego se convirtieron en figuras emblemáticas de una época que todavía nos impacta, empezaron a imitarla. “Fue una persona que trajo la influencia, que trajo todo”. Por las noches deslumbraba sobre los escenarios y de día lo hacía en cualquier rincón de la ciudad. 

“Se acerca y yo le digo qué onda que tenés, algo por el estilo, y le pregunto cómo se llamaba”. Hoy fue olvidada por la mayoría. Su guardarropas amplio, con accesorios de hombre o de mujer que combinaba como tenía ganas, se perdió y sólo permanece en la memoria de las personas que la vieron en acción. “Ella tenía guantes blancos en ese momento”. Sus canciones y su voz casi no suenan en las radios ni se programan en las playlist. “Se da vuelta la manga del guante y me muestra una etiqueta”. 

Para colmo quedaron pocos registros: un disco y algunos demos. Un pasado que todavía no ha sido rescatado. Es lo que quiere su familia en 2023. Que esa mujer, que pareció surgir de la nada hace más de cuatro décadas y murió de manera absurda hace treinta años, vuelva en forma de canción y se convierta para todos los demás en lo que siempre fue para ellos. “Nylon”. Una de las primeras punks argentinas. “Me llamo Nylon”. Una adelantada que merece una reivindicación.

Un inicio descartado para la nota sobre Diana Nylon que se publicó en Radar de Página 12.