El escenario es pequeño. No es un antro ni un sucucho. Es sólo un bar más de los primeros años noventa. Diana está allí, intenta cantar sus canciones. Hace una década que no saca un disco. El rock argentino está por ingresar a una etapa de furor parecida a la que se desató durante la Guerra de Malvinas, esta vez por una película llamada Tango Feroz, y Diana tiene ganas de resurgir. Quiere ser, de nuevo, una artista valorada. Se esfuerza. Graba, toca y piensa proyectos que a veces no puede guardar en su cabeza. Cuando aparecen tiene que salir a contarlos de inmediato a las casas de sus amigos. Les toca el timbre aunque sean las cuatro de la mañana. Diana siempre está atenta a todas las ideas que llegan a su mente. Tiene anotadores aquí y allá. En la cocina, en la pieza, en el baño de la casa que comparte con sus hermanos. El mismo baño donde va a morir dentro de poco. Pero Diana todavía vive esta noche. Ha vivido lo suficiente para ser una pionera sin reconocimiento.
Está sobre el escenario. Se acerca al micrófono pero un espectador la molesta, le dice cosas, le grita, la interrumpe. Diana, lo saben todos los que la conocen, no se come ninguna. Se baja del escenario, se acerca al imbécil, le clava las uñas en la cara y le deja una marca imposible de esconder. Entonces sí, canta canciones que muy pocos recordarán, algunas que casi nadie escuchará porque quedarán inéditas. Temas que quizás puedan publicarse alguna vez. Es lo que quiere su familia. Que Diana Nylon vuelva y se convierta para todos los demás en lo que siempre fue para ellos: una adelantada que merece una reivindicación.
Diana Miriam López nació en Mar del Plata el 25 de julio de 1956. Era la hija mayor de Delfor López y Esther Fantini. Su abuelo, Federico Fantini, fue un poeta que tenía "las manos ásperas por el trabajo rudo pero el alma cristalina y llena de sonoridades", como lo describía la revista rosarina La Diligencia en 1960, que le publicó el poema "Riachuelo", que decía: "Espejo de medianoche, espejo de madrugada / Espejo que en todo tiempo ¡Devuelve niebla gastada!".
El abuelo era la única referencia cultural en la familia. Nadie recuerda en qué momento Diana se volvió artista, pero sí se sabe que “algo” tenía desde chica, cuando ya andaba para todos lados con sus cuadernos. “Mis padres contaban que ella, de muy chiquita, recitaba en los actos. Siempre quería ser la protagonista en el colegio”, dice Diego, su hermano menor, uno de los guardianes del legado. Diego tiene muchísimos objetos que pertenecieron o hacen referencia a Diana. Dibujos, demos, cartas, recortes, casetes. Muchísimas fotos de Diana o tomadas por ella, como una de Luca en pleno concierto. Una imagen movida que por eso mismo retrata a la perfección el vértigo de los shows de Sumo.
De hecho, Diana y Luca se parecían. Habían viajado a la Argentina después de recorrer capitales europeas y llegaron a Buenos Aires en un momento de quiebre. Eran dos sensibles de corteza áspera que se fueron muy pronto. En 2008, Roberto Pettinato escribió en la revista La Mano que era difícil nombrar grupos argentinos delante de Luca porque el pelado siempre se burlaba. Pero había un nombre que se podía pronunciar: “Podías decir Diana Nylon”, aclaraba Petti. La describía como “una suerte de Nina Hagen porteña, demente y más loca que otras locas que de pronto sufrían ataques, brotes catatónicos, estallidos en gritos de histeria incontrolable y caían desmayadas sobre los brazos de Omar Chabán”.