Domingo 23 de febrero de 2014: el bidón de cinco litros de Villa del Sur está completamente cubierto por el sol de las cuatro de la tarde. Ha sido un verano extraño, con días agobiantes entre diciembre y enero, y temperaturas primaverales desde entonces. Como si todo el calor disponible de la temporada se hubiese consumido en el primer mes, la antesala del otoño fue sólo una caricia. Pero hoy el verano dejó de laburar a reglamento. Se puso las pilas y hace sudar a todos los que están al costado del Puente Alsina. Con una humanidad de largo pelo azabache y más de cien kilos, un pibe transpirado grita un mantra incesante: “¡Tocá panró, puto, dale!”. Cuando termina la frase, agarra el bidón y toma unos tragos de cerveza, que está cada vez más caliente.
Los receptores de los gritos son los miembros de Secuaces, un grupo de punk pop amable que juega de local en este festipunk gratuito del conurbano bonaerense. Los chicos son de Lanús, cantan canciones con letras como “te llamé al celular y no me contestaste” y hacen una versión de “Great Balls of Fire”. Su bajista mujer provoca miradas hacia el escenario. El problema con Secuaces es que se toman su tiempo y no meten un tema tras otro de manera voraz, como dicta el supuesto manual del punk. Acá no hay “¡undotrevá!” antes de cada tema. Hay baches, palabras y agradecimientos. Especialmente a los Dos Minutos, grandes anfitriones de la jornada y responsables de poner este lugar en el mapa.
Viernes 21 de febrero de 2014: en una pizzería del porteño barrio de Almagro, el Mosca pide una Stella Artois para acompañar una grande de muzza y repasar los 27 años de Dos Minutos, que en marzo está celebrando las dos décadas de Valentín Alsina, uno de los discos más importantes de los noventa. Lo primero que recuerda no son los comienzos ni el gran éxito y repercusión de sus trabajos, sino el desastroso viaje a Salta que realizaron en 2009. La combi que los llevó desde Buenos Aires era manejada por un chofer que no conocía la fama de puro descontrol que posee el grupo y los torturó durante varias horas, prohibiéndoles fumar, entre otras cosas.
“Esa fue una anécdota para el libro de Dos Minutos. Fue un acto de autosuicidio, de honestidad y de bondad. Nos bajamos antes de matar al evangelista que nos llevaba”, cuenta Mosca, entre risas.
Salta, domingo 2 de agosto de 2009: Oconnor está en el escenario de La Estación Mega Disco promediando su potente set metalero. En camarines, Los Gardelitos aguardan para cerrar el festival Rock Salta con la habitual tranquilidad que transporta Eli Suárez. En el baño superior de la bailanta, todo arde: los Dos Minutos terminaron su show temprano pudiendo descargar la furia contenida en un concierto épico que dejó muy alta la vara de la exigencia rockera. Difícilmente Oconnor y Los Gardeles puedan alcanzarlos. No es falencia de ellos, es mérito de Dos Minutos, que ahora sólo se dedican a tomar cervezas y a narrar lo vivido en las últimas 24 horas.
“Cuando estábamos subiendo para salir, uno me dice ‘mirá la puerta, mirá la puerta’. Tenía un cartel que decía ‘Jesús, en ti confío’ –cuenta Pablo Coll, guitarrista. Y de ahí para adelante imaginate las cosas: ‘no me fumen’, ‘no me hagan esto ni lo otro’. (El chofer) Se hacía el ortiva, venía y decía (hace como que habla por teléfono) ‘¡Se están matando con la blanca! Están chupando mucho’. Entonces le digo ‘¿pero qué problema tenés? ¿Qué te importa lo que yo hago?’. Yo soy siempre el bocón, el pelotudo. Una la emboco, las otras diez bardeo al pedo. Esta vez iba tranquilo atrás y el chabón cada vez que hablaba decía (otra vez el teléfono) ‘¡Se están matando con la blanca!’. Y en una se me salió la cadena y le digo ‘pero, escuchame una cosa, vos sos un prejuicioso de la concha de tu madre, boludo. Yo acá no viajo más. Bajen mis cosas, me voy a mi casa. Me chupa la pija este forro’. Y nos decía ‘no, yo laburé con bandas de rock’ y no sé qué. ‘¿Y con quién laburaste?’. ‘Con El Bordo’, nos dice. Con El Bordo ¡qué querés, boludo! Entonces le dije ‘la concha de tu madre, loco, bajá las cosas’. Ahí medio que nos tomó el tiempo, como diciendo “éstos qué se van a quedar acá´’. Canchereaba. Y nos bajamos y le dijimos ‘andate a tu casa porque te vamos a cagar a trompadas y te vamos a romper todo’. Era eso o cagarlo a trompadas. Eso fue en Santa Fe. Imaginate si seguíamos viaje.”
El grupo bajó sus cosas en plena ruta, decidido a quedarse en una estación de servicio cerrada cercana a Rafaela, a la una de la mañana, con una temperatura bajo cero, antes que seguir viajando con ese chofer del Señor que para ellos era el mismísimo infierno.
“¡Hacía un frío de la concha de la lora y andábamos con todos los equipos en el medio de la nada. Pero manteníamos nuestro orgullo. ‘Gil, vos no me vas a maltratar porque no me estás haciendo ningún favor, la concha tuya y de Cristo’”, sigue Pablo, a los gritos, mirando fijo a los ojos, a centímetros de la cara, relatando todo con la misma intensidad con la que le hablaba al chofer. “Así que entramos a arrancar los palos de madera que tienen las estaciones, hicimos un fuego hasta acá (se señala el pecho). Una hora y media después, volvió. Se ve que venía pensando ‘estos se cagaron de frío, van a venir tranquilitos todos’. Cuando llega con la combi estábamos nosotros así (se pone a bailar cual piel roja alrededor de la fogata), bailando entre nosotros, cagándonos a palos. Vino y dijo ‘ehhh, pero bueno, basta de no sé qué’. ‘Tomatelás, hermano. Andate a tu casa, puto’. Y nos quedamos ahí hasta la mañana, pasadas las diez. Nos cagamos de frío de verdad, eh. Pero a mí no me va a tocar el culo un gil.”
Finalmente, la producción consiguió una nueva combi para trasladar a la banda, que llegó a Salta sobre la hora, tocó primero y venció. “Si nosotros nos hubiéramos quedado ahí, calientes, cagados de frío y nos íbamos a otro lado, la gente no iba a decir ‘tienen la culpa el productor y el de la combi’. Iban a decir ‘estos Dos Minutos son unos putos’. Y nosotros somos siempre centrados mentalmente y sabemos que estamos acá o allá por la gente”, reconoce Pablo.
“Somos muy intensos”, explica el Mosca, en la pizzería. “Cada vez que salimos de gira en las combis, paramos. A Mar del Plata le echás cinco (horas), nosotros le echamos diez. Porque ‘¡loco, no tenemos alcohol!’ y lo hacemos desviar, entonces tardamos. Vamos a Rosario, hay que tardar cuatro horas, nosotros tardamos ocho. Y que paramos, poné música. Los chabones se vuelven locos. Mirá que somos chicos grandes, pero salimos de gira y somos como ocho pelotudos en viaje a Bariloche. Cuando podemos vamos en avión, nos ponemos en pedo en aeroparque, subimos con olor a alcohol y ‘¿puede ser una cervecita?’, ‘no, ¿cómo una cerveza? Son las ocho de la mañana, damos el desayuno’, ‘¿Pero no tenés una cervecita?’”.
El reviente etílico ha sido uno de los mayores referentes para identificar a Dos Minutos. Lo es desde Valentín Alsina. Ese primer disco también sirve de pasaporte a la inmortalidad para la banda. Es punk barrial, un clásico a la altura de sus contemporáneos (Despedazado por mil partes, Tercer arco). Asco a la policía, odas a la birra, rechazo al laburo. Desencanto juvenil cuando en la Argentina no parecía haber futuro. La herencia directa de “Avellaneda Blues”, de “Sucio y desprolijo”, de Luca Prodan caminando en ojotas con un sánguche de salame por San Telmo. Un álbum que forma parte de la columna vertebral más proletaria del rock argentino. “Ya no sos igual, sos un vigilante de la Federal” debe ser una de las rimas más emblemáticas de los últimos veinte años. Representa los dogmas y las banderas chabonas anti caretaje que coparon la parada hasta ahogarse en República Cromañón. El tema, que tuvo alta rotación en MTV, se convirtió en un himno que será interpretado por generaciones infinitas. La versión de “Como caramelo de limón”, de Ricky Maravilla, anticipó el cruce marginal con la cumbia, algo que con los años se volvió moneda corriente. Mosca asegura que “dentro de lo que es el punk, es un disco que tiene que estar en tu discoteca. Creo, ¿no?”.
Con todo, a Mosca no le cae muy bien la idea de hacerse cargo del mote de precursor del rock barrial: “Yo no inventé nada. Si ponés la lupa, es la primera señal, pero nosotros teníamos esa señal por bandas punk inglesas que hacían fotografías de su propio barrio. Tiene mucho Dos Minutos, de eso, especialmente el primer disco. Mucha gente en el mundo entero conoció Valentín Alsina por nosotros, quiero mi estatua y mi calle (risas)”.
Dos Minutos va a volver loco a un chofer nuevamente a mediados de abril, cuando encare una gira por el NOA que los llevará a tocar en Tucumán (viernes 11), Salta (sábado 12) y Jujuy (domingo 13). La banda presentará Valentín Alzheimer, el disco que editaron el año pasado, que tiene un nombre que es una mezcla de homenaje y parodia a sí mismos.
Después de la actuación de Secuaces, el festival sigue su curso. Otras bandas aportan un punk más duro y ortodoxo. El escenario está montado sobre una calle al costado del puente, entre una vía y la avenida que funciona como entrada principal a Valentín Alsina. Mientras tanto, la mayoría del público presente se esconde del sol o camina un par de cuadras para comprar vino, cerveza y fernet. Algunos se meten en las vías para cortar camino y llegar a más rápido a uno de los kioscos. Atrás del escenario se puede caminar sin problemas, no hay vallas molestas ni patovicas impidiendo el paso.
Cerca de las cinco de la tarde aparece Superuva. Un minuto después ¡pasa el tren! y arma un muro momentáneo que divide el concierto en dos, dejando al público más rezagado sin poder ver por unos instantes. La vía no tiene barrera. El maquinón, con sólo un par de vagones enganchados, aparece de golpe, sin pasajeros, con los que lo manejan saludando a todos y haciendo cuernitos.
Con Superuva llega el verdadero agite porque es una banda imposible de dejar pasar, debería sonar en muchas fiestas. Son alegría instantánea. Las letras, la música, la onda que tienen, son irresistibles. Por Alsina pasan temas como “No te vayas, gorda”, “Remeras rockeras”, “Dale batero” (“ese estribillo parece que está bueno, dale batero, marcá que nos perdemos”) y muchos más.
“Hace rato que queríamos tocar en Alsina, era como nuestro sueño. La banda nació ahí. Esta sería la tercera vez que tocamos en el barrio. Es como el Valentín Alsina Punk (pronuncia “punc”) Rock Festival”, dice Mosca, y cuenta que el mote de barrio obrero le cabe muy bien al lugar por su particularidad de tener muchas fábricas. “El sesenta o setenta por ciento están abandonadas. Cuando cruces el puente y llegues, vas a ver un cartel que dice ‘Valentín Alsina. Bienvenido. Ciudad industrial’”.
Cuando Dos Minutos editó su primer disco, en 1994, durante el primer gobierno de Carlos Menem, las fábricas de Valentín Alsina comenzaban a sentir el cimbronazo de las políticas neoliberales de la época. De a poco, fueron desapareciendo. “Ya para el segundo gobierno (de Menem) empezaron a caer, a caer, a caer”, recuerda Mosca. Mientras sus vecinos sufrían, la banda conocía el éxito y las mieles del triunfo. Como describían los Pink Floyd, vivían el “Welcome to the Machine”, ingresaban a la maquinaria de ventas discográficas masivas. Los ejecutivos los palmeaban y les sonreían.
“A los dos primeros discos los grabamos en Valentín Alsina, a quince cuadras de mi casa, con el productor Amilcar Gilabert, que había grabado con Charly García, Calamaro –relata Mosca-. Nos tocó grabar con él y era ‘¡guau! Vamos a grabar con éste loco”. Y nosotros de otro palo. Pero estuvo muy bueno, el chabón se copó con nosotros. Dijimos vamos a vender dos mil, tres mil discos, el año que viene nos devuelven el contrato, nos pegan una patada en el orto y ya fue. No nos daban ni cabida. Y a los dos meses nos invitaban a comer: ‘chicos, qué quieren tomar, vamos a comer asado’. Pedíamos vinos caros, si igual no los iban a cobrar. Y al segundo año, en el 95, nos dijeron ‘¿no quieren ir a grabar a Estados Unidos?’. Dijimos ‘no, si tenemos el estudio acá a quince cuadras de casa’. ¡Qué boludos! Teníamos todo pago.”
En 1995, Dos Minutos grabó Volvió la alegría, vieja, con canciones que habían quedado afuera de Valentín Alsina. Ese disco también entró en la leyenda del grupo y posee varios de sus clásicos más importantes, como “Todo lo miro” y “Mosca de bar”. Veinte años después, Mosca reconoce que usaron casi todo el material que tenían en ese momento: “Creo que nos quedaron un par de cosas aisladas, pero perdimos un montón de casetes donde teníamos temas como ‘Vómito de vino’, unas cosas malísimas (risas). No me acuerdo cómo se tocaban. Si alguien llega a tener una cinta de esas, pásenla.”
El éxito de Valentín Alsina sorprendió a todos. A los propios músicos y a sus colegas, que no podían entender cómo el grupo del cadete de la revista Cerdos & Peces ahora rotaba todo el tiempo en MTV. “Adrián Dárgelos venía a cenar a casa cuando sus primeros discos no pegaban y yo había salido con Valentín Alsina y no entendía nada. Los Babasonicos vivían cerca de casa. Venían Diego Tuñón y Adriancito y decían ‘no, loco, nosotros ya tenemos el segundo disco’. Y le digo ‘pará, Adriancito, quedate tranquilo, sos un incomprendido. Vas a ver que algún día vas a explotar y vas a flashear’. Y ahora ya ni lo veo al loco. A veces me lo cruzo en un aeropuerto: ‘¡Ey! ¿Para dónde vas, Adrián?’, ‘¡Ey! ¿Para dónde vas, Mosca?’, y así. Les costó y explotaron. Ahora tocan en todos lados, ya están. El chabón me decía ‘¿cómo hiciste, Mosca?’. Y yo qué sé, boludo, tuve suerte.”
A las 18.30, Dos Minutos aparece sobre el escenario del puente. “Un aplauso para la mamá del Mosca”, pide Pablo apenas entran. Después le habla a un viejo que mira todo desde la ventana de su casa. Le dice que mirar desde ahí “es como tener un balcón frente a la cancha de Ferro”. El recital arranca con “Valentín Alsina” y aparece por primera vez una sensación de energía tan grande capaz de voltear todo ante el menor descuido. A medida que pasa el recital, todo es confuso y cada vez más caótico.
Al tercer tema le avisan al Mosca que atrás del escenario hay un pibe muy mal, así que pide que la ambulancia que está al fondo, lejos del escenario, se mande hasta ahí. Después, en otro bache, gente de la organización irrumpe para pedir al público que no se tire delante de las vallas porque pueden quedar todos pegados (!). El Mosca aprovecha para saludar a un "amigo colombiano" y preguntarle, con tonada caribeña, "¿Trajiste la falopa que te encargamos?". El lugar ya se llenó muchísimo, hay 1500, dos mil personas. Muchos miran desde el puente, hacia abajo, colgados de la pared. Los autos y camiones les pasan casi al lado. Uno está parado muy al borde, hace rato que está así. Agita con una caja de Termidor en la mano. Cuando todos esperan que aparezca Ricardo Mollo para pedirle que por favor se baje, el Mosca lo mira y larga un “¡ehhh!, ¿Y vos ahí? Ese Terminator va como piña, ¿no? Cuidate, no te caigas nomás”.
La oda al reviente es un arma de doble filo para Dos Minutos. Algo que puede ser usado a su favor o para caerle a la banda como unos incitadores de estados deplorables. En cada uno de sus recitales es común encontrar pibes jóvenes absolutamente dados vuelta. “Lo vi, pero nunca lo analicé –reflexiona Mosca-. Yo he quedado en esas situaciones igual que ellos o peor. Hay veces que no llego ni a abrir la puerta de mi casa. Cualquiera. Es un garrón. Nuestras canciones son muy alcohólicas y somos muy pro todo, es verdad. He visto muchos chicos que nos vienen a ver re sacados. Pero en el ambiente que nos movemos, el sector reventator (dice “reventeitor”) es reducido.”
“Un día estaba en una provincia y veo a un pibe adolescente. 17, veinte años, con un tetra en la mano y re mamado en una avenida doble mano. Yo venía y el pibe ‘¡Eh, Mosca, Mosca!’. ‘Pará, loco’, y lo rescato del medio de la avenida. ‘Vení, cachivache, ¿Qué hacés?’. ‘¡Eh, yo quiero ser un cachivache como vos, Mosca!’. Y le digo ‘no, campeón, ponete las luces, mirá cómo cruzaste la avenida’. Ahí dije ‘uy, loco, estamos incitando a los pibes a esa mierda’ (risas). No es todo el tiempo así, pero tenemos nuestras canciones de destruction. Pero también tenemos canciones como ‘Dos Minutos’, que es como un himno, que dice ‘respeto y diversión’. Somos como bipolares en ese sentido.”
El pedido por la ambulancia sigue en el puente: “Que alguno de los que está al fondo le avise que venga”, pide el Mosca. Lo repite tres o cuatro veces. Durante “Barricada” el agite es infernal, tremendo. Es una canción con una intensidad inversamente proporcional a su duración. En la parte del “matar, matar, matar, matar” llueven más botellas que nunca, el pogo es monstruoso. Cuando termina el tema, Mosca ayuda a un pibe lastimado en un pie a subir al escenario y a pasar al fondo. “Cuidado, chicos, pónganse las luces”, pide. Abajo, todavía cebado, el público se pone a cantar el estribillo de “Nunca seré policía”, de Flema.
Después de otro tema de excitación profunda, la banda se queda quieta, mirando para abajo. Hay sensación de tragedia inminente. Los músicos piden, a lo Eddie Vedder, que todos den un paso hacia atrás. De golpe, los plomos sacan a una mina desmayada. El Mosca larga un “y bueno, dale, ya fue”. Pablo dice "dale un vino o una bolsa para que mejore", y arrancan con otro tema.
Durante todo el recital está presente “el Colo de Ciudadela”, un amigo de la banda, que toma el micrófono cada tanto para decir que aguante Dos Minutos, que lo conoce al Mosca desde antes de que se hiciera famoso y que nunca había cambiado. Es un MC improvisado. Lo invitan a cantar en “Ya no sos igual” y el Colo entra muy a destiempo. Se pone a cantar durante la intro. Va embaladísimo por “y se olvidó de pelearse los domingos en la cancha”, cuando el Mosca recién empieza a cantar que Carlos se vendió. La potencia del grupo aplasta la intensidad deforme y desafinada del Colo. Cuando termina el tema hay mucha gente en el escenario, más de quince personas. Cada tanto aparece alguno que abraza al Mosca y canta a los gritos con él. También le convidan Termidor y birra. De golpe, el Colo se acerca al mic y tira un “a mí en un mano a mano nunca me ganó nadie”, en tono desafiante hacia alguien del público. Los plomos lo abrazan y se lo llevan por un rato. Enseguida vuelve.
El Mosca anuncia que están los pibes de Tukera, otro grupo de Valentín Alsina, listos para tocar. Ponja, el cantante de la banda, pide cerca de diez veces seguidas “un aplauso para los Dos Minutos” y pide perdón por la interrupción. “Pero están en el patio de mi casa, no podía no tocar”, se excusa. Hacen un set de cuatro temas en menos de diez minutos y se van. Mientras tocaban, los Dos Minutos los miraban en el escenario. Hay cada vez más gente arriba.
Al costado, sobre la pared del puente, un tipo de más de cien kilos, en cueros, revolea su remera y se pasa a los tubos del escenario. Mueve la estructura con su agite incesante hasta que alguno de los plomos le hace señas para que salga de ahí.
Para el cierre, a las ocho de la noche, arriba del escenario hay cerca de cuarenta personas. Los Dos Minutos son cinco. Cuando el show termina y la banda se baja bañada en un mar de aplausos, unos tres tipos empiezan a las piñas bajo las luces, que aún siguen encendidas. La gente no les presta atención, empieza la desconcentración. Algunos cruzan el puente para volver a Capital. La mayoría encara para el lado del Valentín Alsina profundo.
“Aún tenemos un espíritu fuerte, de hermandad”, cuenta Mosca. Reconoce que la banda suena más potente que en las primeras épocas y que en sus primeros tres discos agotaron el mensaje de odio a la policía y al gobierno. “Ahora hacemos punk rock y hardcore hablando de la vida cotidiana, esas cosas, historias que les pueden pasar a cualquiera. Siempre decimos ‘tenemos el mejor trabajo del mundo, hacemos canciones’, y ni siquiera es trabajo, es un placer.”
Publicada en el número 19 de la revista Rock Salta.
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