martes, 20 de septiembre de 2016

Volver a Casas


En la tapa, realizada por Santiago Motorizado (que también hizo la de Titanes del coco), alguien tira una patada. Es una portada ambigua, como las de los discos de Virus. No sabemos si la persona que la protagoniza es hombre o mujer. Estamos seguros de que practica un arte marcial pero no vamos a averiguar si es karate, taekwondo o jiu-jitsu porque este texto surge desde la experiencia, no de la deontología periodística. Así escribe Fabián Casas. No chequea los datos, habla desde adentro, usa lo que tiene. No le interesa brindar información precisa sino utilizar escenas, imágenes, obras y personas en función de lo que tiene para decir.

Para Casas, el poeta avanza sobre la oscuridad, guiándose por la intuición. Y Casas, antes que nada, es poeta. Como Neo, el personaje de Matrix que empieza a ver de otra manera cuando se convierte en El Elegido, reconoce la poesía en todos lados. La puede encontrar en los surcos de la música popular, en las trampas de los periodistas menos cínicos y en el comienzo de la final del Mundial 74. Dice que la buena poesía, aun cuando pareciera afirmar algo, siempre se encuentra en estado de pregunta. También que la poesía que más le gusta es la que no entiende.

Bien adelante en la portada están los datos duros: autor, título y subtítulo. O el primer poema del libro:

Fabián
Casas
Trayendo a casa
Todo de nuevo
Todos los ensayos

Podría ser “todo de nuevo, todos los ensayos”, que quizás no sean sentencias sobre temas diversos publicadas en revistas, diarios, blogs y otros libros, sino pruebas, experimentos. Una sala de ensayos.

Como la buena poesía, Casas vive en estado de pregunta. Prefiere el camino a la llegada. ¿De qué habla en sus textos? De Spinetta, seguro. Ya lo sugiere el título, una derivación de “Cantata de puentes amarillos”, canción clave del repertorio spinetteano porque incluye la máxima “aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor: mañana es mejor”.

Para Casas, mañana es mejor, siempre. Es enemigo de la nostalgia. Le teme porque sabe que podría caer en ella fácilmente. Para eso, dice, hace karate y toma whisky. Y acá es donde la portada termina de volverse ambigua. Si mañana es mejor, ¿por qué traer a casa todo de nuevo? ¿Por qué hay que volver a casa? ¿O hay que volver a Casas y falta una s, algo que no sería raro en las habitualmente desastrosas ediciones de Planeta?

Cuando tenía poco más de veinte años, Fabián Casas suspendió su inminente casamiento para salir de viaje por el continente. Al volver trajo a casa todo de nuevo y sumó la carga de experiencia adquirida. Este libro trae los textos ya publicados en los libros “Ensayos bonsai”, “Breves apuntes de autoayuda” y “La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún”. Además, agrega un libro inédito: “El taller nómade”, que reúne lo escrito recientemente.

Casas escribe tan lindo que provoca ganas de escribir. Dice con simpleza. Pareciera que su
metodología de escritura es efectivamente al tuntún, sobre la marcha. Tiene una idea, la desarrolla y va para adelante. Como dice Dolina, improvisa el que sabe, no el que quiere. Fabián Casas sabe. Lo demuestra en las infinitas referencias que aparecen en sus textos. Empieza burlándose de los periodistas snobs y termina hablando de su perra Rita. En el medio habla de cultura japonesa, cine, libros, discos, pintura, peronismo, kirchnerismo, Maradona, Messi, su padre, San Lorenzo, Alberto Olmedo, su padrino, Borges, Arlt, Aira, Babasonicos, Ariel Minimal, Andrés Caicedo, el guiso que prepara la mujer de Bob Dylan y de Led Zeppelin. Las conexiones son muchísimas y nunca suenan forzadas. Casas arma una estructura que se une como las piedras que quedan acomodadas en los arroyos y sirven como puentes naturales que nos permiten avanzar.

Casas escribe solamente cuando tiene la necesidad de decir algo, cuando aparece una idea. Su voz está fragmentada en las voces de muchos otros intérpretes que escucha, lee y ama. “Es más, mi voz, ahora, son estos fragmentos de una enseñanza desconocida”, dice sobre Dylan, pero es él mismo. También dice que los grandes artistas potencian a otros aún con las obras que parecen haber fracasado. Casas potencia (¿Casas Potencia?). Ese es su mayor legado.

A la hora de hablar de canciones, libros y películas, Casas sí es preciso. Por momentos provoca lo mismo que él detecta en César Aira: sus recomendaciones a veces superan las obras a las que hace referencia. Cuando habla de lo que admira, escribe con pasión y humildad. Pero cuando algo no le cierra no se come ninguna. Es capaz de decir que Spinetta era de derecha y se pregunta para qué sirve ir a ver a Roger Waters hacer un espectáculo que sucedió hace cuarenta años.

Como se asume adicto a la nostalgia, reconoce que necesita combatirla todo el tiempo. Quizás, si se quedara con las respuestas que ya tiene, volvería a los momentos que le dieron esos conocimientos, que también son los que lo destruirían. Dice que no tiene imaginación, así que repite anécdotas y personajes, pero sólo como disparadores para decir. Casi nunca habla de su viaje por Latinoamérica, sólo lo menciona al pasar, sin muchos detalles.

Suele contar que a los 30 estuvo muy deprimido. Alguna vez Charly García me dijo que puede ser peligroso escarbar en los saltos al vacío de la mente aunque ayuden creativamente. Casas nunca habla de manera directa de la depresión que sufrió hace veinte años. Ahí hay un lugar para escarbar, una posible salida a los lugares comunes de las entrevistas que le hacen y, quizás, si el editor me permite el atrevimiento, un nuevo estado de pregunta para sus textos.

Su rechazo absoluto a las redes sociales se percibe en la celebración de la sensibilidad. “Donde hay mucha ironía no hay intensidad”, dice. Casas es un tierno. En las entrevistas habla de su familia, dice que extraña a sus hijos y a su esposa cuando no los ve por un par de días. Que le gusta la soledad un rato para leer los libros que quiere leer, para ponerse en pedo con whisky, pero después necesita el amor total que le dan los suyos.

Igual que Charly, Casas piensa que en la infancia cargamos el combustible que usaremos hasta la muerte. “Trayendo a casa todo lo nuevo”, que incluye textos memorables como “La supremacía Tolstoi", “Un día en la cancha”, “El Padrino”, “Abbey Road”, “Lovely Rita”, “Teoría de la eficacia”, “Lorena” o “La reacción”; es una muestra de lo cargado que está. “Un escritor, como un buen trago, es un componente de muchos ingredientes exactos”, dice, y la descripción le encaja perfectamente.

“Y en definitiva por eso leemos a las personas, por lo que escriben. En un mundo donde los líderes suelen moverse de acuerdo a lo que les indican sus asesores de campaña, donde casi no existe el lugar para la espontaneidad y la mirada propia, donde la gente gerencia su porvenir y transmite un discurso lavado y estereotipado al mango, la visión de un escritor personal, un animal literario de gran envergadura, es indispensable”, dice. En otro pasaje fundamental, como siempre hablando de otro, Casas resume lo que él significa para las generaciones que ayudó a potenciar: "Un tipo escribe unos libros muy flacos, de pocas páginas. Y para algunos se convierte en el mejor escritor del mundo. De hecho, ciertos lugares donde suceden sus relatos se modifican para siempre en la percepción de sus lectores. Algunas de las palabras que él utiliza se vuelven más intensas y les sirven a otros para decir algo que no sabían cómo decir. Y más. Cuando el partido se complica, aparecen tipos que, desinteresadamente, lo ayudan a ser más digno frente a las insistencias de Caronte. Sólo porque escribió".

2 comentarios:

actemin dijo...

la primera reacción cuando lei uno de sus textos fue putearlo...me descolocaron sus ideas....cuando lo digeri, me pareció un genio como pocos...nada lo condiciona

Federico Anzardi dijo...

La primera vez que lo leí fue en la revista La Mano, en 2005 si no me acuerdo mal. Después, el libro Los Lemmings me pareció excelente y de ahí en más soy fan total. Un abrazo.