jueves, 3 de noviembre de 2016

Apuntes sobre “Yo no estoy aquí”, de Pipo Lernoud

(A la foto la saqué de acá)

Es mucho más grande de lo que pensaba. Tiene 350 páginas. El diseño es muy lindo, bien variado. Algo que se aprecia en todos los libros de Gourmet Musical que pude leer hasta ahora.

El índice es larguísimo. Eso quiere decir que los textos no son extensos. Es un libro dinámico, intuyo. Aunque dinámico parece la descripción de un puesto en un call center o en una empresa garca que convoca a estudiantes para pagarles dos pesos y ponerlos a hacer de todo. Dinámicos, proactivos, con ganas de trabajar en equipo y ser explotados.

En el prólogo, (de pie) Alfredo Rosso (sentarse) propone leer a la bartola. Dice: “Uno lo puede leer en el orden en que están dispuestas las páginas, pero para mí funciona todavía mejor si uno lo abre al azar en cualquier página y se mete de lleno en el tema que obsesiona a Pipo en ese lugar y en ese momento”. Bien, hagamos eso. Convirtamos a “Yo no estoy aquí” en el “Rayuela” del periodismo contracultural.

Empiezo, sin embargo, por el principio. Perdón, Alfredo, siempre fui un contrera. Es que al lado de tu prólogo hay un texto muy corto en el que Pipo cuenta cuándo y dónde nació. Cuenta un par de cosas más a modo de intro y le da pie a la sección “Diarios”, que abarca escritos realizados entre el 64 y el 66, hace medio siglo.

Leo la entrada 145, de agosto de 1966. Pipo tiene 19 años. Escribe:

Hay que acabar con el profesionalismo y la especialización dondequiera que sea. 

¡Basta de libros!
Basta de masturbaciones intelectuales. 
Quemé todo.
Quemé de un saque tres años de literatura, tres años de trabajo y fe en algo. 
No quiero prometer no leer, pero voy a dedicarme a los cuentos para chicos solamente. 

Solo la vida importa. 
Y la revista, para abrir caminos limpios. 

Basta de Bar Moderno.
Basta de exposiciones.
Basta de barbas.
Basta de discusiones. 
Basta de palabras.
Basta de gestos.
A lot to be. 

Solo no hay trampa para la orden de hacer fuego hasta que todo arda. Cortázar incluido. 

Solo quedo yo. 

Esta primera parte es pretenciosa y tiene dramatismo adolescente. Me hace acordar al protagonista de Submarine, que para contar lo mal que la pasa sin la chica que le gusta dice algo así como “todos los días me quedo mirando el ocaso hasta que el cielo adquiere el color de mi corazón”. Genial.

Avanzo hasta la página 258 y encuentro un texto que se llama “¿Qué hace Bob Dylan aquí?”. Me acuerdo de haberlo leído en La Mano, donde salió originalmente, hace como diez años. Me gusta la historia. Pipo está en Nueva Zelanda junto a un grupo de personas de todo el mundo. Hombres y mujeres que viven de la agricultura, gente que tiene granjas cooperativas, que realiza caminatas de cinco días. Y se pregunta algo que todos nos preguntamos alguna vez en asados o fiestas hogareñas: ¿Será que me matan si pongo este disco?

Pipo se la juega y pone el disco 2 de No Direction Home, el séptimo volumen de la colección The Bootleg Series. Inmediatamente se sorprende porque todos se ponen a cantar “Maggie’s Farm”, la canción que todo proletario debe interpretar a voz en cuello justo antes de largar todo a la mierda.

               

El texto termina con una imagen mejor aún: todos en pedo bailando versiones reggae del Nobel Bob.

Este es el Pipo Lernoud que más me gusta, pienso ahora. El que se saca de encima el papel de “ideólogo del rock argentino” y simplemente está en otra cosa.

Pero hay cada historia… Qué buena que está la de su viaje a dedo y tren desde Córdoba a fines de los sesenta. Se le cagan de risa por el pelo largo y los pantalones colorinches, va en cana por lo mismo y se come una semana adentro porque los policías no le creían que era un simple artista que deambulaba gracias a las regalías de "Ayer nomás".

En otra parte están los resúmenes de las emisiones de La Mano Radio, el programa que Pipo condujo con (de pie) Alfredo Rosso (sentarse) en 1995 y 1996. En la emisión del 17 de septiembre del 95, Pipo se frustra por un debate sin resultado en los medios sobre “procreación responsable” y dice: “Mil abortos por día parece ser el ideal de política poblacional para algunas personas que se oponen a la educación popular en el uso de anticonceptivos. Cinturones de pobreza que rodean a las ciudades, donde los que no tienen techo, no tienen trabajo, no tienen nada, se reproducen porque no tienen alternativa, la sangre llama con una fuerza irreprimible. Y no tienen alternativa porque no pueden o no saben elegir cuántos hijos tener. Abandonados de la mano de Dios y los obispos, negados por el sistema, ni siquiera tienen la oportunidad de hacer uso de esas palabras tan formales: ‘procreación responsable’”.

Hace poco se publicó el cuadernillo “Aborto Legal: el derecho que falta”, realizado por la Universidad de la Concha, feminismo explícito, que informa que en Argentina se hacen 500 mil abortos clandestinos por año y 80 mil mujeres deben ser hospitalizadas luego por infecciones y hemorragias. El trabajo, que es de descarga gratuita, agrega que las mujeres que mueren por realizar abortos inseguros son las que no tienen recursos económicos para practicarlos en el lucrativo circuito clandestino. La mayoría de ellas tienen entre 20 y 34 años de edad, están casadas o en pareja y tienen varios hijos.

“Tratamos de ver a Serú Girán”, título de una nota que apareció en la Expreso Imaginario 29, de diciembre de 1978. Es el famoso artículo escrito por Pipo que golpeó jodido a los fabuloso cuatro del rock argentino. Tanto, que acusaron recibo en la tapa de La Grasa de las Capitales, el disco del año siguiente.

Pipo los mata. Es una crítica, diríamos hoy con lenguaje de periodista deportivo, innecesaria. A veces uno piensa que algunas bandas se merecen un artículo que diga “son horriblessssss”, pero después, como Las Pelotas, se pregunta ¿para qué? Mejor ignorarlos y ya. Pero Pipo no pudo ignorar a los Seru. De David Lebón, dice que canta sin dulzura. De Charly, que sus ojos no brillan. Lo destroza a Aznar por hacer un cover. Para justificar irónicamente el recital desastroso asegura que en realidad está viendo a los “dobles” del grupo. “Estos saltimbanquis pedantes y mecánicos no son un substituto adecuado”, escribe. ¡Les dice peleles!
 
             

Encuentro una lista breve. Son las “verdades después de 30 años de rock nacional”. La primera dice que ninguna movida tiene toda la posta. La segunda, que siempre hay algo nuevo pasando en algún lugar tomando forma. La tercera, que siempre hay alguien que cree pertenecer a una elite de vanguardia. La cuarta: siempre hay una versión lavada de lo que pasa afuera. La quinta: siempre hay alguien que sólo hace rock y blues. La sexta, que siempre hay alguien que representa a los márgenes de la ciudad. La séptima, que siempre hay alguien que representa una “visión de izquierda”. La última es la que más me gusta: lo que es perseguido por la cana va a ser grande en el futuro. Desde Almendra en el Payró hasta 2 Minutos hoy.

Tengo una anécdota graciosa. Pasó en el estudio de FM La Tribu en 2013. Fui de invitado al programa que Pipo y Ezequiel Ábalos conducían de lunes a viernes a las dos de la tarde. Como era un periodista recién llegado del norte me invitaron a pasar rock de esa zona. Llevé La Yugular Reggae, de Jujuy; LaForma, de Salta, y Los Random, de Tucumán. Cuando sonó el tema de los tucumanos Pipo se indignó. Negaba con la cabeza y se preguntaba cómo podía ser que no cantaran en castellano.

Bueno, Pipo, porque los tiempos no están cambiando, ya cambiaron. En 1966 estuvo muy bien plantar bandera, crear una movida. Hoy las cosas son diferentes y lo que se consiguió hace cincuenta años no se va a perder nunca, evoluciona constantemente. Cantar en inglés, chino, francés, castellano o una jerga inventada es lo mismo. La influencia que vos y tus contemporáneos nos dejaron se transformó en centros culturales, vive en la libre circulación de la música y las ideas por la web. Respira profundo en las movidas independientes alternativas que le dan la espalda a los grandes festivales y medios hegemónicos. El espíritu del rock argentino que creaste con Spinetta, Abuelo, los Manal, Pappo, Moris, Tanguito y el resto está más vivo que nunca, pero tiene objetivos diferentes.

                 

Decía que lo que más me gusta del libro es cuando Pipo se sale del lugar común que le asignó la historia y cuenta cosas menos populares, como su faceta de cultivador orgánico. Amé el texto “Primeros pasos en la huerta”. Me encantó y no entendí una mierda, pero me dio ganas de aprender. Al principio dice: “Antes de decidir el emplazamiento de una huerta conviene conocer el terreno que se dispone para elegir bien, y si hace poco tiempo que se lo tiene, por lo menos observarlo durante unos días antes de clavar la pala”. Bien, buenísimo hasta ahí. Después se pone complicado porque tira recomendaciones para gente que tiene dominio del asunto.

Algún día me gustaría aprender, porque ya estoy cansado de escuchar que todo lo que me meto al cuerpo está contaminado. Que el pollo tiene anabólicos, que el tomate no tiene gusto a tomate, que el atún de la lata no es atún, que Monsanto, que la soja. No se puede comer nada, así que ya me convencieron de que tengo que ser mi propio proveedor. ¿Pero cómo carajo hago si no tengo ni dos metros cuadrados de tierra porque vivo en una ciudad cada vez más colapsada?

Hace ya algún tiempo que pienso, sin ningún sustento teórico, que lo mejor que nos puede pasar es aislarnos cada vez más. Volver a ser pueblitos, convivir con pocas personas alrededor. Alejarnos de las ciudades. Largar las redes sociales a la mierda y consumir la información necesaria y no este exceso de tuits, retuits, compartidos, selfies y whatsappeos. Estamos cada vez más uniformados, consumiendo lo mismo, leyendo lo mismo, escuchando a las mismas bandas. La información del boca a boca se trasladó a la web. Ahora los barrios, los nichos, son nuestros micromundos de Facebook, Twitter, Instagram y más. Caímos en la trampa de la libertad. Este libro me provoca ganas de salir de todo esto para, al menos, probar algo diferente.

                                        

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