martes, 29 de noviembre de 2016

La vanguardia es así


En 1996, Charly García cantaba: “Yo sé que soy un amable traidor”. Tenía razón. Como Bob Dylan, se había convertido en Judas para los viejos fans. A fines de ese año había dado a conocer Say No More, el alter ego capaz de cometer herejías contra la solemnidad rockera. Fue el primer reality show de la Argentina. Un cóctel de experimentación, escándalos mediáticos, excesos, fracasos, demasiado ego y canciones geniales.

Dos años después, en Rolling Stone, García aseguraba que con Say No More había demostrado que su carrera estaba afuera del circuito mainstream de sponsors y abogados. Y no lo dijo, pero estaba claro que también se movía lejos del radar de los periodistas. El diario Clarín lo había destrozado en la reseña de los conciertos del Teatro Opera de diciembre del 96. Lo catalogaba como un colifa sin rumbos, un ídolo en decadencia que había perdido la famosa antena que le dictaba la banda de sonido de los argentinos.

Charly no acusaba recibo. Sabía lo que quería, aunque todos pensaran lo contrario. “El orden para mí, el caos para los demás”, solía decir. “Recibí una carta de una chica de catorce años que decía que si algo me faltaba para ser lo máximo, eso era Say No More”, contaba en la misma entrevista.

Y aún faltaba lo mejor: la búsqueda artística que Charly desarrollaba desde mediados de la década todavía no había alcanzado su máximo nivel. Entusiasmado y desafiante, el símbolo del rock argentino quería ser más under que el under.




Hace veinte años, Charly salía todo el tiempo en los diarios, revistas y noticieros del país. Los periodistas lo perseguían igual que a Diego Maradona. En el verano del 96, sus escándalos se cruzaron. Mientras el 10 encabezaba la campaña “Sol sin drogas” por las playas de la costa atlántica, García se mofaba de la iniciativa del gobierno menemista sin ningún reparo y en el mismo lugar. El 20 de enero, en un pomelístico recital gesellino que tendría que haber sido presentado por Tony Sorete, manager de rock, Charly dio vuelta la ecuación: pidió drogas sin sol. El diario La Nación lo resumió de manera excelente en una crónica antológica que apareció el martes 23 de enero, día del cumpleaños de Spinetta: “Charly García volvió a ser protagonista de un escándalo en el Autocine de Villa Gesell la noche del sábado cuando su guitarrista Carlos ‘el Negro’ García López respondió con una contundente trompada a los comentarios de García que aseguraban que ‘el Negro es un mal amigo que me incita al alcohol y a las drogas’ (...) Con un evidente estado de dispersión, el músico no pudo demostrar esta vez todo el talento que posee. Se olvidó las letras de las canciones, realizó piruetas acrobáticas y lanzó varias frases provocativas: ‘Mejor que sol sin drogas es drogas sin sol’ y ‘Tráiganme mi saco y mi saque’ fueron algunas de ellas. Además sufrió confusiones geográficas: durante toda la noche agradeció al público marplatense la asistencia a este recital”.

En febrero, Charly tuvo que ir a declarar a los tribunales de Dolores, imputado por apología del consumo de estupefacientes. Fue un comienzo de año que hubiese retirado a cualquiera. Para García era el inicio de una de las temporadas más intensas de su vida. En el otoño viajó a España, donde grabó canciones para la película Geisha, de Eduardo Raspo. A último momento, el director no quedó conforme con el material y lo bajó del proyecto. “Cuando me dijo que lo que hice no le servía yo dije ¡bien!. Porque a mí sí me podía servir. Decidí que tenía que hacer algo con lo que tenía grabado”, le contó a Sergio Marchi una madrugada de mayo del 96, cuando el disco aún estaba en proceso.

Eran épocas de conductas imparables. Charly no dormía, enchufaba y desenchufaba equipos, filmaba películas caseras, hacía covers, pintaba y componía. Un día, su hijo Miguel Ángel no aguantó más y le suplicó “papá, pará con el concepto constante”. La frase le sirvió para terminar de redondear lo que había comenzado a cranear en 1994, cuando publicó La hija de la lágrima, el disco que hoy se considera el eslabón entre el Charly clásico de canciones perfectas y el monstruo que hacía música que no mejoraba la vida, la reflejaba.


                                                         

Say No More era una película inconclusa de argumento difícil. Un disco caótico, con muchas capas, samples, instrumentos que parecían estar sonando de manera incoherente, voces que cantaban diferentes letras al mismo tiempo, una catarata de efectos y oscuridad, mucha oscuridad. Un álbum que climáticamente se relacionaba con Ciudad de pobres corazones, sólo que lo que en Fito era tristeza, bronca e impotencia por un hecho puntual (el asesinato de sus tías), en Charly era la certeza de una vida que nunca será hermosa. Un mundo lúgubre en el que nadie da amor ni comprende al otro, donde las casas están vacías y la vejez es inminente. La tapa era la antítesis de la de Clics Modernos. Charly pasó del moderno rockstar que miraba a la cámara con la seguridad del que estaba por encima del resto a esconderse, a no querer formar parte.

Empezaba con “Estaba en llamas cuando me acosté”, una canción lógica para un álbum grabado en un momento imposible. Después de semejante año, ¿cómo tenía que comenzar el disco de Charly García? Prendido fuego. El tema estaba inspirado en Todo lo que hacemos sin saber por qué, de Robert Fulghum, un libro que Charly leyó durante una de las internaciones psiquiátricas que sufrió en la primera mitad de los noventa. De ahí sacó el relato del comienzo y el título, el mismo que había utilizado para bautizar el disco de covers de 1995 que había publicado bajo el nombre de Casandra Lange.

“Ni siquiera puedo entender lo que hago a veces, nena, pero sé que tú podrías entenderme a mí”, cantaba García. Era pura angustia rabiosa en medio de Beatles sampleados, teclados omnipresentes y voces que iban y venían. El riff estremecedor que entraba en la mitad del tema le daba a la canción algo de cuarto destrozado después de un imparable ataque de nervios a la Pink en The Wall.

“Vemos…”, “Constant Concept”, “A1”, “Plan 9”, y “La vanguardia es así”, eran cinco instrumentales repartidos por todo el disco. Resabios de lo que seguramente fue parte de la banda sonora de Geisha. Teclados tétricos, saxofones freejazzeros, audios de conciertos y referencias muy escondidas a temas viejos de su discografía. “Canciones de jirafas” y “Necesito un gol” eran dos temas viejos que podrían haber sido hit. “Alguien en el mundo piensa en mí”, fue el único que sonó en la radio. “Say No More” y “Cuchillos” eran el corazón del disco, dos canciones desgarradoras, donde Charly conmovía desde la voz y la melodía.

“Después de hacer este disco no puedo tocar con instrumentos que suenen como instrumentos. El disco no es eso. Nada suena como una guitarra, ni como un bajo. No hay nada de eso. Es todo una deformidad”, explicaba Charly, antes de tocar en Rosario.




Las presentaciones oficiales de Say No More se realizaron los días 27 y 28 de diciembre de 1996 en el Teatro Opera. El primer concierto mantuvo una estructura similar al disco, con canciones que parecían incompletas. El segundo terminó en escándalo.

“Charly García se fue del Opera después de cantar cinco minutos”, titulaba La Nación el lunes 30 de diciembre. Y agregaba: “El recital de anteanoche se inició con el tema que da título a su nuevo trabajo, pero, cinco minutos después de iniciar su actuación, abandonó el escenario tras reprocharle al público: ‘Ustedes no saben la letra’”.

Pero como dijo Fernando García en una revista La Mano de 2007, Charly García no podía hacer otra cosa que puro bardo arriba del escenario para estar en sintonía con lo que había grabado.

Fue el propio García quien entrevistó a Charly diez días después de esos conciertos. La nota “Todo salió como yo quería” fue tapa del suplemento Sí del viernes 10 de enero de 1997. La entrevista intentó entender ese “happening involuntario que tomó al público de rehén”, como describió el periodista en el libro 100 Veces Charly, escrito junto con José Bellas y publicado a mediados de este año. Fue uno de los primeros artículos que habló del departamento del séptimo piso de Coronel Díaz y Santa Fe. Con el tiempo, el lugar se convirtió en un mito más dentro del mundo Say No More, con las paredes pintadas, el televisor gigante con una mira en la pantalla, la falta de comida, la Coca Cola omnipresente, los muebles destartalados, la presencia de buitres y fans, y con Charly siempre en su habitación, como si la cama fuera una burbuja en la que se refugiaba para no saber nada de lo que pasaba afuera. Ni siquiera en el cuarto de al lado. Desde allí, el músico respondía a las críticas: “Desde que tengo cuatro años doy conciertos. Tengo cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco o algo así. Estamos hablando de una vez. ¿No será que la gente está defraudada de sí misma? Estoy tocando un disco que dice que el incendio no se sabe cómo fue, que estaba en llamas cuando me acosté y que la primera vez te tienta el diablo pero la segunda lo hacés porque querés”.

La nota continuaba describiendo el día a día de García. Mientras que para una vieja la cotidianeidad es que le aparezca el sodero y la llamen las vecinas para hablar media hora por teléfono, a Charly lo seguía una mina que lo filmaba todo el día (“Anthology, baby”). El reality antes del reality. Y de golpe, “Ana, la loca”, la fan sin caramelos en el frasco que lo acosaba cada vez que podía, hacía estallar las puertas del departamento a piñas limpias.

Después, Charly hablaba de Viejas Locas. Decía no conocer al grupo (“¿Son hombres o mujeres?”) pero celebraba una remera que era “emblemática”: “Tiene la plantita esa y atrás dice: ‘A nadie importa si yo cuido mi plantita’. Y el nombre mata”.

Con la cita a los ponchazos de la letra de “Intoxicado” (en realidad, Pity cantaba “a nadie le importa si yo cuido mi flor”) García lograba mostrarse mucho más actual que cualquier disco de esos años que hubiera intentado sonar acorde a la época. Say No More se complementaba con lo que sucedía afuera de la música. Algo similar sentía Charly por Marilyn Manson y Nirvana. Lo dijo en una entrevista de 2004 para Rolling Stone: “Me gusta más lo que representan que lo que hacen. De Nirvana no me gustan todas las canciones. Llega un punto en que me parece muy monótono, o hasta estúpido. Pero me gusta lo que defienden y también esa cosa anticomercial dentro de las posibilidades que te dan 200 millones de discos vendidos. Ir a un show y no tocar el hit, por ejemplo. Ese auto-boicot me parece interesante. Para alguna gente es antiprofesionalismo, pero para mí es muy romántico. Y ese tipo (Kurt Cobain) me parecía muy romántico. No era punk. Es decir, era punk en la desfachatez y en la generación, pero estaba muy tamizado por Neil Young, que fue el primer alternativo; por la cosa helpless de Neil Young. Desamparado”.

La nota del Sí entregaba su mejor parte en los últimos párrafos:

-Mi disco está hecho, aunque digan las mierdas más grandes sobre mí. Yo con Say No More me divertí. Y el que no la pesca que se salga del camino porque molesta. Esto es una guerra, man.
-¿Contra qué?
-(Silencio prolongado) Contra la nada.


                                               

“Más o menos desde la época de La hija de la lágrima mi intención es revisar los conceptos preestablecidos de la vida de un músico”, le dijo García a Rolling Stone en diciembre de 2001. “Eliminé las barreras entre el público y yo, y creo que fue la mejor decisión que pude haber tomado”, explicaba. Era una declaración ambigua. Por un lado, Charly era una estrella de rock que vivía como un tipo al que lo superaba todo excepto la música. Sólo le daba importancia a las canciones. No necesitaba lujos y vivía en un departamento de alcurnia destrozado que parecía recrear “Estaba en llamas cuando me acosté”. Por otro, amaba el trato distintivo, creía en el Hall of Fame, se consideraba el ombligo del mundo y vivía rodeado de un séquito de chupamedias.

En algún momento entre 1996 y 1998, Charly abrió las puertas de su vida. Cambió el paradigma de la estrella de rock. Mientras el Indio Solari se encerraba en una casa alejada con una escopeta y siete perros, García reproducía su propio Dakota sin una Yoko que se pusiera la gorra. Libre albedrío. Podía pasar cualquiera. Yo mismo, con 18 años, me colé en el edificio, tomé el ascensor señorial decorado con liquid paper por cientos de fans y llegué hasta el séptimo piso. Me enfrenté a una puerta blanca pintarrajeada con aerosoles, toqué el timbre y esperé. Del otro lado se escuchaba música incidental a un volumen demencial. Por suerte, nunca me abrieron.

Hay una entrevista de principios de 1999 que Charly le dio a CVN, el canal informativo ligado a América TV. Tranquilo, buena onda y predispuesto para hablar desde el bar de la esquina de su casa, se permitió bromear con un fan que interrumpió la nota para agradecerle por los shows presentación del disco El Aguante que había dado en Obras Sanitarias. Justo antes del cierre, miró a cámara y habló: “Por favor, les pido, no hay ningún problema con nada, pero no toquen los timbres de los vecinos, que me van a matar, chicos”. Y le dijo al periodista: “Este fin de año fue terrible. Claro, vienen (hace el gesto de tocar timbre) ¡pum! le erran”. Y volvía a mirar a los ojos: “Muchachos, aguante. No digo que no vengan, eh, ojo. Digo que ojo al piojo”.

Miles de personas que nacimos cuando Charly grababa su trilogía legendaria de Yendo de la cama al living, Clics modernos y Piano bar fuimos cautivados por la etapa Say No More. Éramos los aliados, las ratas que el flautista llevaba adonde quería. Los adolescentes de los noventa entendimos la búsqueda, nos identificamos con el caos e hicimos el aguante. Para nosotros, la obra post La hija de la lágrima no era inferior a los discos ochentosos. Así lo aseguró el marplatense clase 84 Martín Zariello en su excelente libro para mega fanáticos No bombardeen Barrio Norte. En los 90, Charly tenía un público que se asemejaba al de Patricio Rey, Los Piojos, Las Pelotas o La Renga. Otra vez conectaba con los años que vivía mientras los vejestorios lo criticaban. La antena funcionaba a la perfección.

Sólo dos meses después de haber escandalizado al Teatro Opera, Charly espantó a todos los conservadores que lo vieron subir al escenario Atahualpa Yupanqui de la Plaza Próspero Molina como invitado de Mercedes Sosa. Juntos cerraron la edición 1997 del festival de Cosquín. Pero esa vez no pasó nada. Charly dejó el concepto constante en camarines.

Ese año apareció Alta Fidelidad, el disco en el que La Negra interpretó las canciones de Charly. Un álbum tan bello como oscuro. Mercedes Sosa cantó dentro de un clima enrarecido, más contenido que en Say No More pero en la misma sintonía. El álbum todavía espera un rescate que lo ponga a la altura. Es una obra que por momentos se encuentra con los discos de Johnny Cash producidos por Rick Rubin.

En 1998, Charly viajó a Miami para grabar El Aguante, que comercialmente pasó igual de desapercibido que Say No More y recibió peores críticas. Fue armado con canciones nuevas, covers y rescates de la obra previa de García. “Kill My Mother” fue el tema destacado. Supuestamente, Charly cantaba en contra de Carmen Moreno, su madre, con quien está peleado desde 1995 por haberlo forzado a internarse en una clínica psiquiátrica. En realidad, hablaba, como siempre, de él. Decía “matá a mi madre, matá cualquier cosa, pero no me mates a mí”.

“Hay algo que quiero que se publique: estoy absolutamente en contra del método que utilizaron la Courtney (Love) y mi mamá para internarme a mí e internar a Kurt (Cobain, claro). Eso que se llama amor duro. Es un método que consta en no explicarle nada al que se supone que está mal, cerrarle todas las vías de acceso a cualquier tipo de cosa, dejarlo en la lleca... ‘Prefiero que esté muerto antes que sea drogadicto’, eso lo escuché de mi propia madre. Te vuelven loco. Y una vez que te vuelven loco, firmás un papel y te intervienen. Te cortan la vida, te sacan de tu casa, te cagan a trompadas, te meten en una clínica de hijos de puta que hacen guita con eso, que curran con la merca, la heroína y los padres adinerados de los adictos del mundo”, le dijo García a Pablo Plotkin en 2004, cuando se cumplían diez años de la muerte del líder de Nirvana.

La relación entre Charly y sus padres es casi desconocida para el público. Se saben pocas cosas. Una es que el viaje que realizaron a Europa, sin Charly, cuando éste era un niño, fue lo que le provocó la crisis nerviosa que derivó en el vitiligo que le dejó la mitad de la cara blanca. No mucho más. En el suplemento Sí del viernes 14 de octubre de 1994, Natasha Niebieskikwiat logró hablar con Carmen, que se mostró como una fan más: “Si voy a verlo a un recital sufro, no disfruto hasta que termina y todo sale bien. Los otros días lo vi y me dije qué hijo de puta, este tipo es un artista. Qué puedo hacer yo si, al final, su dios es la música”.

Otra gran canción de El Aguante era “Tu arma en el sur”, que Charly compuso para Fabiana Cantilo y en este disco aparecía interpretada junto con Joaquín Sabina, que estaba en plena etapa Enemigos Íntimos, su trabajo en colaboración con Fito Páez. “El aguante” era mala. Charly caía en la cultura noventosa de repetir y aguantar porque sí. Era la época del programa futbolero del mismo nombre, que alimentaba la cultura del barrabrava disfrazado de folclore. Comenzaba la futbolización del rock. El germen de lo que pasaría en Cromañón. Ni Charly pudo escapar de esa. Hasta los aliados tenían cantitos rockeros simil cancha (“Somos todos de García, Calamaro las pelotas”).

El Aguante perdía cuando Charly caía en anacronismos como el intervalo del cine o la colaboración de los ex Menudo. Las versiones de “Dos edificios dorados”, de David Lebón; “It Won’t be Wrong”, de The Byrds; y “Tin Soldier”, de Small Faces, envejecieron mucho mejor que lo que auguraban las críticas de la época. Charly siempre fue un maestro para apropiarse de canciones ajenas. Tampoco falló en este caso.

“Lo que ves es lo que hay”, un tema de la época del disco Cómo conseguir chicas, de 1989, cerraba el álbum con una frase contundente, la del título, que resumía todo. Es que nunca se lo pudo acusar a Charly de falta de autenticidad.

El Aguante fue presentado en dos conciertos en Obras Sanitarias que no fueron interrumpidos. Se vio a un Charly desprolijo, más ídolo que nunca, que continuaba incrementando su popularidad. Al año siguiente se publicó el disco Demasiado Ego, el registro saynomorizado del concierto gratuito que Charly había brindado el 27 de febrero de 1999 ante cien mil personas.

Demasiado Ego utilizaba la grabación en vivo como base. En el estudio, Charly había agregado instrumentos, voces, efectos y samples. Respetaba el método “de buscar una cosa, encontrar otra y seguir”, como había explicado en los meses previos a la salida de Say No More. “Por eso la entrada es gratis y la salida, vemos”, decía.

Ese año, la publicación de la revista La García contribuyó a construir la figura de culto adolescente que Charly aceptaba con orgullo. El programa El Rayo, conducido por Dolores Barreiro, lo tenía como una figura casi estable. Quince bandas lo versionaban en el disco Cerca de la revolución. El cómic Charly Bizarro exacerbaba su costado más Spinal Tap. En Rosario, mientras aparecían los brazaletes de Say No More, abría sus puertas el bar García. Unos meses antes, parte del rock under lo había homenajeado con un recital que él mismo había cerrado. La grieta del fin de siglo era García o Andrés Calamaro, peleados a muerte desde 1997.




“Say No More no escucha, emite”, había dicho García en muchísimas entrevistas. A medida que su “nueva” popularidad crecía, su ya demasiado ego se inflaba a la par. Cuando se tiró a la pileta de un hotel mendocino desde su habitación del noveno piso, el 3 de marzo de 2000, se sintió más indestructible que nunca. Ni siquiera el criticado encuentro en la Quinta de Olivos con Carlos Menem le restó adeptos.

En 2000, Charly continuaba alternando escándalos con creatividad artística. A la búsqueda sonora la llamó “maravillización”, una derivación de la pared de sonido de Phil Spector. La utilizó en el disco Sinfonías para adolescentes, que marcó el regreso de Sui Generis, pero en realidad fue la incorporación de Nito Mestre a su banda solista.

En 2001 apareció el disco doble Sí, detrás de las paredes, un álbum similar a Demasiado Ego que utilizaba las grabaciones de los recitales que Sui había ofrecido en la cancha de Boca y en Parque Sarmiento. El trabajo, desparejo como pocos, estaba lleno de invitados (Cerati, Mollo, León, Mercedes) y tenía momentos excelentes como “Telepáticamente” y la versión podrida de “Confesiones de invierno” que alucinó a todos los aliados y provocó el horror de todos los que tenían más de treinta años.

En noviembre de 2001, Charly invitó a grabar a Tony Sheridan, que estaba en Buenos Aires para participar de la I Semana Beatle de Latinoamérica. Grabaron juntos una canción nueva de García, “I’m Not in Love”. El ex jefe de Los Beatles puso su voz rasposa y grabó un excelente solo de guitarra, pero se cansó rápido. “Paren a este tipo”, pedía en inglés.

Charly no iba a parar. Estaba grabando un nuevo disco, inspirado en el atentado a las Torres Gemelas. Lo pensaba llamar Dos edificios dorados. A fines de abril de 2002, el álbum se hizo realidad, pero se llamaba Influencia. Tenía trece canciones. Su primer corte fue “Tu vicio”, una rockito divertido que le gustó a todo el mundo porque en su letra Charly jugaba con las adicciones y se ponía en el papel de la droga. Los adictos éramos nosotros. La mirada que arrojaba desde la tapa lo mostraba lejos de estar perdido.

Influencia fue el punto máximo de la revolución Say No More porque dejó a todos contentos. Charly mantuvo la desprolijidad de los últimos años y le agregó el suficiente brillo como para que los viejos no patalearan. Cantó con una voz más nítida y entregó un puñado de pequeños hits (“Tu vicio”, “I’m Not in Love”, “El amor espera”, “Mi nena”) que rodearon a la perla mayor: “Influencia”, una canción de Todd Rundgren que Charly se robó al hacerla suya como Hendrix se apropió de “All Along the Watchtower”.

En “I’m Not in Love” estaba resumido todo el viaje: “Cuando la gente dice que estoy bien, no puede ver debajo de mi piel”, cantaba. Luego, remataba: “Para aburrirme prefiero sufrir. Para venderme, prefiero morir. Lo único que quiero es no ser como vos”.

“Influencia resume, en su variedad y el encanto de un par de canciones, incluso en los excesos y reciclajes, la recuperación de un estado creativo que parecía perdido. Aquí está, volvió”, escribió Esteban Pintos en la reseña que escribió para Página 12 en mayo de 2002.

Say No More terminó con Influencia. Los años siguientes no fueron buenos para García. En junio de 2003 murió María Gabriela Epumer. Grabó Kill Gil, un álbum que fue cajoneado por EMI después de que se filtrara en la red. Se peleó con su hijo Miguel. No sacó nuevos discos. Provocó más escándalos y no grabó más música. En abril de 2008, Mariana Enriquez lo entrevistó en su departamento. Charly era una bola de resentimiento. El personaje se lo había devorado. Dos meses después salió de un hotel mendocino en camilla, sedado y atado. Ya no había ninguna búsqueda.




En agosto de 2002, Charly tocó en el estadio cerrado de Unión de Santa Fe ante unas cinco mil personas muertas de calor que esperaron casi tres horas para que comenzara el concierto, que fue maravilloso. Era el año de su reconciliación popular. Llenaba todos los teatros y cosechaba todos los elogios. Arrancó con “Película sordomuda”, hizo canciones de toda su carrera (“Adela en el carrousel”, “Anhedonia”, “Promesas sobre el bidet” dos veces), tocó “Rain”, de Los Beatles, en castellano; revoleó una bandeja de empanadas y conquistó a todos con aquella maravillosa versión rockera y acelerada de “Los dinosaurios”. Durante un bache entre tema y tema, García se acercó al micrófono, y con el tono de un nene que confiesa una travesura, dijo: “¿Vieron? Tan loco no estaba”.




Esta nota se publicó originalmente en La Agenda con el título "Hubo un tiempo tormentoso".  

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