miércoles, 1 de marzo de 2017

Un ingenio insolente



En un ataque de inspiración furiosa durante el verano neoyorquino de 1965, Bob Dylan escribió una canción repleta de rabia. Estrofas sarcásticas interrumpidas por las preguntas que dominaban el estribillo: ¿cómo se siente estar solo y sin rumbo? ¿Cómo se siente ser un desconocido? ¿Cómo se siente yirar por ahí, sin hogar? Las respuestas estaban en el pasado. Las había escrito Enrique Santos Discépolo en 1930 y aseguraban que la angustia y la soledad se sienten tan pesadas como darse cuenta de que el mundo es un lugar sin amor, despiadado y repleto de mentiras.

Sergio Pujol se sorprende con la comparación entre “Like a Rolling Stone” y “Yira… yira…” porque él mismo la hizo a través de Facebook en las horas previas a esta entrevista. “Qué casualidad”, dice, antes de analizar los puntos de contacto entre Discépolo y la cultura popular de los últimos cincuenta años. Los Piojos, Hermética, Joan Manuel Serrat y Sumo son apenas algunos de la extensa lista de artistas que realizaron las 285 versiones enumeradas en Discépolo, una biografía argentina, el libro que Pujol escribió en 1997 y acaba de ser reeditado. “Lo que hay en Discépolo es la ponderación de la vida bohemia, algo que está en la matriz de la cultura rock: la road movie, salir a yirar”, explica Pujol, y considera que “fuera del mundo del tango, Discépolo brilla”. Agrega que, como Dylan (“y como la mayor parte de los artistas desde Los Beatles”), Discépolo era autor y compositor, una característica poco habitual durante las primeras décadas del siglo veinte.

La reedición del libro permite profundizar otra vez en un hombre que en poco más de cincuenta años de vida hizo teatro, cine, música, radio y poesía. Un adelantado que marcó una ruptura en el tango y sentó las bases para el futuro en sintonía con otros referentes del momento. En más de 400 páginas, Pujol repasa vida y obra de Discépolo con una minuciosidad sorprendente y logra reconstruir un personaje complejo y caótico a través de un relato muy entretenido, que tiene un desenlace amargo. El subtítulo del libro se puede interpretar de distintas maneras, según la óptica y la época. Es que Discépolo, como todos los grandes, fue un artista dinámico cuya importancia aumenta o disminuye según el contexto.

Criado en una familia “anti burguesa” y rodeado de artistas que lo educaron de manera informal, Enrique Santos Discépolo se convirtió, según dice Pujol, en un referente que instaló una mirada a la que apelamos cuando se nos acaban las palabras. “No es que la sociedad argentina sea discepoliana totalmente, sino que la sociedad apela a Discépolo. Es como si Discépolo hubiera impregnado nuestro modo de definir la realidad argentina. Nosotros la definimos con palabras de él y eso no pasa con ningún otro autor y compositor de canciones en Argentina. Quizás un poco con Charly García en los últimos años; es la única figura de la cultura rock que yo podría parangonar hasta cierto punto con Discépolo”, explica.

La investigación original para el libro, realizada a mediados de los noventa, tomó cuatro años. Pujol entrevistó a parejas, familiares, amigos, colegas y compañeros de Discépolo; vio las películas, consultó los guiones, escuchó las distintas versiones de sus tangos y repasó detalladamente la vida de un hombre inseguro, narcisista, necesitado de afecto y lo suficientemente obstinado como para seguir adelante después de algunos fracasos. Para la reedición, el autor logró ampliar capítulos, acceder a nuevo material y ver con otros ojos la etapa peronista de Discépolo, algo que durante el menemismo pasó desapercibido. “En el 97, el peronismo nacional y popular, protector de la industria nacional y a favor de la distribución de la renta, estaba de capa caída, se sentía derrotado –opina–. Entonces, cuando salió el libro, a nadie se le ocurrió preguntarme si yo era peronista o no. Yo era un tipo que había investigado un tema caro al sentimiento peronista pero que despertaba el mismo interés dentro y fuera del peronismo. Hoy ya hay más suspicacias”.

Durante 2015, antes de las elecciones presidenciales, los simpatizantes del Frente Para la Victoria viralizaron audios radiales de Discépolo que destacaban las bondades del General. En ese monólogo partidario, Discepolín le hablaba a Mordisquito, un antiperonista lejano a los sentimientos del pueblo. Esas grabaciones sirvieron para establecer paralelismos entre las viejas y las nuevas disputas políticas. Pujol no pasó por alto esta circunstancia: “En los últimos años los audios del programa de Mordisquito se difundieron muchísimo. Empezó a haber un uso de la figura de Discépolo mucho más agudo, intenso y confrontativo que el que podía tener en 1997”.

Para Discépolo, una canción popular debía ser “el problema de uno padecido por muchos”. Creía que con la música se podía contar historias en tres minutos y consideraba que el lunfardo tenía “aciertos de fonética estupendos”. Además, tenía una definición genial para el tango: decía que era libre, que odiaba la cárcel como un hijo de ladrones.

“Los grandes tangos no son producto de una inspiración espontánea que rápidamente se convierten en una pieza hermosa –dice Pujol–. En el caso particular de Discépolo, su obra es producto de una profunda reflexión, de un proceso largo y muchas veces complejo. Para la letra de ‘Uno’ estuvo tres años con la música que le dio Mariano Mores, al punto tal que Mores pensó que la música que había hecho no le había gustado. Era lento para crear, se tomaba su tiempo; era tremendamente riguroso. Tenía un rigor casi quirúrgico respecto a las palabras, a las frases y a las formas. Otros autores creaban con mucha más fluidez, como Cadícamo o los hermanos Expósito. Eso no quiere decir que un tango sea mejor o peor, pero efectivamente estamos ante un trabajo de creación que tiene un componente intelectual más fuerte en Discépolo que en otros autores”.

Pujol se entusiasma y pregunta: “¿Cuántos autores podían escribir ‘quién más… quién menos… / pa mal comer, / somos la mueca de lo que soñamos ser’?”. “Detrás de esa frase hay lecturas filosóficas, históricas; hay sensibilidad política, conocimiento de la historia argentina. Hay el Ensayo de Interpretación Nacional, que estaba tan en boga en la juventud de Discépolo. Uno puede escuchar algo de Ezequiel Martínez Estrada, Scalabrini Ortíz, Lugones, Roberto Arlt… Creo que esa es la gran proeza de Discépolo: mostrar que el tango era una forma cultural lo suficientemente permeable como para absorber distintos elementos y discursos que daban vuelta en el ambiente. El tango que se compone hoy ya no tiene esa permeabilidad. Y además, hay en Discépolo una reflexión sobre la cultura popular, sobre el idioma de los argentinos; una reflexión que está a la altura de la que podían tener Borges, Arlt, o cualquier gran escritor”.

Hace casi veinte años, Joaquín Sabina dijo: “no se puede ser más moderno que un tipo que escribe: ‘cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás’. Pujol coincide en parte. Cree que la etapa de modernidad de Discépolo se dio durante su juventud. “El momento de mayor cercanía de Discépolo con el modernismo, en un sentido más rupturista, más de vanguardia, ocurre entre fines de los años veinte y mediados de los treinta –afirma–. Ese momento no es muy conocido y está imbuido de ese clima de modernidad rabiosa que había en Buenos Aires. Ese deseo de innovación, de ruptura, que vemos en la literatura y en la música académica argentina de esos años, lo vemos también en el tango. Porque los tangos de Julio De Caro, de Agustín Bardi o del propio Gardel son muy avanzados para la época, y poco y nada tienen que ver con el pasado inmediato del género”.

“Después aparecen rasgos más clásicos y conservadores –continúa–. Hay un componente conservador importante en Discépolo que a veces se soslaya o no se quiere ver. Lo veo en ‘Qué sapa, señor’: las mujeres se han vuelto locas, quieren hacer lo que hacían antes los hombres. O ‘los reyes temblando / remueven el mazo / buscando un yobaca / para disparar’. Efectivamente, habían caído los Borbones en 1931 en España, pero en realidad hay un lamento por eso. Hay una preocupación por un orden que se ha derribado y que no ha dado espacio a uno nuevo. Hay como una transición que lo inquieta y él mira con preocupación”.

Pujol aclara que “esto es un libro de historia” y que a la vida de Discépolo hay que ponerla en contexto: “Surgimiento del fascismo, que también se postulaba como algo nuevo. Más tarde el nazismo, el nuevo hombre alemán. Había también una idea de modernidad reaccionaria que se estaba instalando y entonces muchos se aferraron a la república liberal como una forma de frenar el avance del fascismo. Frente a la amenaza del totalitarismo, Discépolo tomó partido por los valores liberales”.

En el libro, Pujol define a “Cambalache” como el segundo himno nacional argentino. Con todo, asegura que en esa histórica pieza también hay rasgos conservadores. “‘Los inmorales nos han igualao’ parece una frase de Carrió”, dice.

La eterna relación de Discépolo con el escepticismo es analizada en profundidad. Pujol explica que esa faceta tiene que ver con las lecturas de Dostoievski, Kierkegaard, Nietzsche y Pirandello. “No lo pude comprobar, pero es muy difícil que Discépolo haya escapado a la influencia de Ortega y Gasset”, arriesga. La biografía contiene una cita en la que Discépolo explica parte de su mirada escéptica y negativa: “Hay un hambre que es tan grande como el hambre de pan. Y es el hambre de la injusticia, de la incomprensión. Y la producen siempre las grandes ciudades donde uno lucha, solo, entre millones de hombres, indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen. Londres gris, Nueva York gris, Buenos Aires… todas deben ser iguales. Y no por crueldad preconcebida sino porque en el fárrago ruidoso de su destino gigante, los hombres de las grandes ciudades no pueden detenerse para atender las lágrimas de un desengaño. Las ciudades no tienen tiempo para mirar el cielo. El hombre de las ciudades se hace cruel. Caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa… No las ve, no lo conmueven”.

En cambio, dice Pujol y se percibe en el libro, el Discépolo peronista sí ve con expectativas el futuro. “Ya no cree que el mundo fue y será un porquería. Sin embargo, la militancia aparece súbitamente y se quema en la hoguera de la política argentina de principios de los años cincuenta. Y se lo lleva. Eso es tremendo”, agrega. Al Discépolo de los últimos días no le sale ni el tiro del final. Su peronismo explícito provoca el repudio de muchos admiradores y amigos. Hay anécdotas tristes en el libro que muestran ese maltrato y las consecuencias que provocaron. Un cierre inesperado y difícil.

“Cuando salió la primera edición del libro tuve una conversación con José Pablo Feinmann, que había escrito el guion para la película sobre Evita (dirigida por Juan Carlos Desanzo). Me preguntó qué me había parecido esa escena en la que Discépolo entra desesperado a hablar con Eva porque había visto cómo rompían todos los discos”, recuerda Pujol, que, como todos en este país, tampoco puede escapar de la impronta peronista y actualmente trabaja en un libro sobre la relación entre la música y el año 1973.

En la película, Discépolo se derrumba en una silla frente a Evita. Los dos están muriendo y lo saben. “Perdí a todos mis amigos, señora. Estoy más solo que un perro. Me llaman todas las noches para amenazarme”, dice. Discépolo está decepcionado con la política, triste por los rechazos de los gorilas y enojado porque, asegura, en la democracia también hay canallas, algo que lo perturba y lo hace sentir sucio, corrupto. Un cómplice. Entonces, Evita revolea una bandeja y sentencia: “La revolución no solamente se hace con ángeles como vos. La revolución también se hace con miserables”.

Publicado en La Agenda en febrero de 2017.

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