miércoles, 17 de octubre de 2018

No tan distintos

Fito, Spinetta y Alfonsín, postal ochentosa. Foto: Archivo Clarín.

El rock argentino tiene etapas muy delimitadas y bastante reconocibles que a grandes rasgos se podrían enumerar de la siguiente manera: los comienzos, los primeros 70, la etapa de la dictadura, los 80, los 90, los 2000 pre Cromañón, los 2000 post Cromañón y este último lustro en el que conviven el indie, el rock de estadios, los tributos, el pop y más.

En Rockología, fantástico libro de 1989, reeditado en 2012 por la editorial Galerna, Eduardo Berti escribió que los 80 en el rock argentino se dividen en dos partes: de 1982 a 1985 y de 1986 a 1989. La primera etapa abarca la liberación espiritual y estética por la recuperación democrática, el impulso post Malvinas y cierto aire “divertido” que a pura new wave venía a reemplazar la solemnidad de los años sinfónicos. La segunda está dominada por el aire pesimista de la crisis económica que derivó en la hiperinflación, los picos de venta de los artistas que conformaban la escena, la llegada de Sumo y Los Redondos al disco, entre otros ítems.

En 1988. El fin de la ilusión (Editorial Sudamericana), Martín Zariello focaliza aún más y analiza sólo un año de la riquísima década del 80. No se limita al rock argentino, pero es casi todo el campo de acción por el que se mueve. Así encontramos ensayos sobre Andrés Calamaro, Fito Páez, Charly García, Luis Alberto Spinetta, Virus, Patricio Rey, Sumo, entre otros, mezclados con muy buenos textos sobre íconos de la época como Raúl Alfonsín, Carlos Monzón y Alberto Olmedo.


Bloguero con mucho recorrido (su página Il Corvino es una de las clásicas del género), Zariello ve todo desde su encierro particular en Mar del Plata. No necesita entrevistar, le alcanza con el archivo, los discos e ideas propias para desarrollar una visión lúcida sobre aquella época en la que era apenas un niño (nació en el 84). Como Luis Solari, el personaje de Capusotto, Zariello no vivió pero le contaron y con eso basta para dejar en evidencia tics y pensamientos muy del palo del fanático. Logra reflejar la escena rockera y a los fans con los pies sobre la tierra, sacando las fichas. Como él mismo dice en el libro al analizar la identificación entre el espectador y el boxeador, su escritura “es capaz de explicar muchísimas cosas de las que tal vez no quisiéramos ser conscientes”. Porque Zariello es, ante todo, un fan de esos enfermos capaces de almacenar en el cerebro una barbaridad de datos absolutamente inútiles, que suelen ser los que mejor manejan los periodistas de música. Información que no sirve para nada de manera aislada, ni para jactarse, pero que en conjunto y bien contada permite un libro como 1988, riguroso en fechas, nombres y acontecimientos.

Por el libro pasa buena parte de la cultura nacional de los 80, mucha de la que aún se mantiene: Soda Stereo y la búsqueda del éxito mundial con Doble Vida, Los Redondos a punto de ingresar al túnel de la masividad, Sumo extinguiéndose y reproduciéndose en miles de remeras con la cara de Luca. Federico Moura y Miguel Abuelo, muertos tempraneros que definieron la época. La omnipresente figura de Charly Garcia. Spinetta, Fito, Calamaro, pero también Olmedo y los ya imposibles sketchs machistas; o Monzón, ídolo en desgracia que durante años fue simplemente un campeón al que se le fue la mano y no un femicida condenado.

De alguna manera, el año que Zariello aborda todavía nos impacta. La crisis económica, las negociaciones con el FMI, la rivalidad con el campo y la Sociedad Rural, peronistas y radicales. El diario Clarín y Página 12. Actores de antaño que aún golpean con fuerza. Quizás no seamos tan distintos y este libro hable sobre nosotros mucho más de lo que percibimos.

Publicado en Rock Salta en octubre de 2018.

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