miércoles, 8 de julio de 2020

Charly García entró a comprar una licuadora

(Foto: Maximiliano Vernazza)

Imaginate que sos el dueño de un estudio de grabación en un lugar alejado de la ciudad, en un espacio bucólico, repleto de árboles, caminos de tierra, donde el canto de los pájaros supera al ruido de los autos. Un lugar tan lindo que hasta decidís construir ahí tu propia casa, al lado del estudio. Imaginate que un día a las 8 de la mañana te asomás por la ventana y ves que en el parque, cerca de la pileta de natación que usás en el verano, está Oscar Moro, histórico baterista del rock nacional. Un hombre que tocó en Los Gatos, en Color Humano, en La Máquina de hacer Pájaros, en Riff con Pappo. Una eminencia. Una eminencia que está en pedo. Prepoteando al jardinero a los gritos, diciéndole “apagá la máquina”.

Imaginate que girás la cabeza un poco y ves que unos metros más allá Charly García revolea un micrófono como si fuera una boleadora porque quiere grabar “un efecto”. Ése era el panorama en 1992, cuando Seru Giran se reunió para un último disco. La historia está contada en el libro “El sello del rock”, de Candelaria Kristof.

Seru 92 es solo uno de los recuerdos del caótico regreso de la banda que completaban Pedro Aznar y David Lebón. Ese año también dieron shows muy irregulares en Córdoba y Buenos Aires, con Charly “en cualquiera”, para hablar mal y pronto, y un evidente desgano por parte de todos.

Ese desgano venía desde la grabación del disco, que fue anterior a los conciertos y se dio en un clima absolutamente contrario al que la banda había logrado a comienzos de los 80, cuando se los conocía como “los Beatles argentinos”.

El estudio alejado de la ciudad era Del Cielito, donde grabaron desde Spinetta hasta los Redondos. En 1992 Seru Giran se encerró allí durante un mes para registrar las canciones que marcaban el regreso de la banda después de diez años. Fue un lío. Aznar y Charly se pelearon, no podían grabar al mismo tiempo porque se sacaban chispas. Lebón quería cobrar e irse.

Una vez, durante la grabación, Charly García fue invitado a tocar en Francia. Los demás estaban chochos. Pero Charly armó bardo en el avión, no lo dejaron volar y entonces, como no tenía nada mejor que hacer, hizo dedo, lo levantaron (era Charly, ¿quién no lo iba a levantar?) y volvió al estudio. Cuando los músicos y técnicos lo vieron llegar se querían morir. Si hasta guardaban las cintas bajo llave por si a Charly le agarraban ganas de quemarlas. Esa grabación fue un desastre. Sin embargo, como dice Lebón, “vos escuchás el disco y está buenísimo”. ¿O no? Hay que ver. Seru 92 todavía merece un rescate. No está a la altura de sus álbumes anteriores, ¿pero qué discografía lo está?
                   

El comportamiento “errático” de Charly, intenso y rompebolas, puede verse muy bien en el documental "Existir sin vos", de Alejandro Chomski, que muestra la preparación de una de las canciones que iban a ir a parar a La hija de la lágrima. Una madrugada calurosa en la que Charly lidera a su banda (con Alejandro Medina en el bajo, dato curioso), primero ensayando y después grabando.

Lo mejor de ese documental es cierta intimidad que se logra, algo raro de ver en Charly, que más allá de su interminable exposición mediática nunca fue tan amigo de mostrarse vulnerable o en una postura más frágil. También, por supuesto, es de lo mejor la última escena en la que toca el piano en su departamento. De lo mejor de los noventa diría yo en un exceso de fanatismo y falta total de responsabilidad periodística.

                       

Extraño mucho al Charly noventoso. Me hice fan de ése Charly y de aquellas canciones. Hoy me puse contento porque un amigo me contó una anécdota que no conocía. Una historia sin importancia, como las que contaba el personaje ese de Capusotto amigo de Maradona. Resulta que Charly viajó a Salta y un día entró a un local para comprar una licuadora. Listo. ¿Eso es todo? Y sí. Si te hubiese pasado a vos todavía la estarías contando.

1 comentario:

Calamaro (el de Queen). dijo...

Qué raro Moro en pedo.