sábado, 19 de febrero de 2022

Apuntes sobre un recital de hace casi ocho años

         

Estaba en la pieza que alquilo, tipo siete de la tarde, pensando comprar una pizza de muzzarella y una cerveza. El plan era pasar la noche del sábado mirando el dvd trucho de El Hobbit. En ese momento, una amiga me preguntó "¿vas a Vorterix?", "no, ¿hay algo?", "veinte años de Valentín Alsina". Ahí nomás intenté conseguir una acreditación. Llovía en Buenos Aires, por lo que decidí usar mis zapatillas nuevitas, regalo de mamá, en lugar de mis Converse agujereadas y viejas. Prefería manchar las nuevas en un pogo birrero antes que andar con los pies mojados. Para eso ya tenía mi laburo de lavador de bondis de la línea 67. 

Salí a la avenida Nazca, caminé una cuadra hacia la parada del 63. Cuando esperaba cruzar la avenida vi que el bondi estaba llegando y yo todavía no estaba en la fila. El colectivo paró a levantar pocas personas, mientras tanto yo rogaba que el semáforo lo hiciera aguantar un ratito más. Correr en medio de los autos, con el asfalto mojado, no era una opción. Casi cuando se estaba yendo pude llegar. "2, 70", le dije al chofer, justo antes de que la máquina pegara un pitido buchón. Ahí me acordé de que tenía descargada la Sube. La iba a cargar a la vuelta del laburo, pero en ese momento el local que hace recargas no tenía luz, igual que el super chino, que ya estaba encendiendo el grupo electrógeno. 

El chofer me preguntó “¿hasta dónde vas?”, “a Vorterix”, “pasá, vas a tener que cargar para volver”. Todo era risas. Hasta conseguí asiento. Llegué al teatro diez minutos antes de las nueve de la noche. No se notaba mucho movimiento, señal que la mayoría ya estaba adentro. Antes de terminar de rogar por una acreditación me dije “hoy es 5 del mes, ya cobré, voy a ver a 2 Minutos y no puedo no clavarme una birra antes. Y tiene que ser Quilmes”. Así que compré una lata grande en el kiosco de esa cuadra y aproveché para cargar la Sube. Tranquilidad. Tras el brindis solitario, vi que tenía cero chances de pasar "como periodista", así que pagué 100 pesos a una chica rubia tatuada de lentes que atendía en la boletería. 

El teatro estaba casi a oscuras, parecía que todo estaba por empezar, pero tuvimos que esperar unos quince minutos, cuando se empezó a notar movimiento atrás del telón. De golpe surgió la voz áspera de Pablo, guitarrista, que largó un “todos ustedes me chupan la pija”, consiguiendo la primera ovación. Se abrió el telón y el concierto arrancó. No había tanta gente, el pogo era intenso pero no tanto como el que se armó en el Puente Alsina en febrero. Mosca, con una chomba azul a rayas cantaba al borde del escenario, saludaba conocidos que reconocía en el público, decía “nunca compren vino en el chino” y bajaba el blanco que estaba tomando con soda, un sifón Ivess que tenía en la tarima de la batería. La banda oscilaba entre clásicos y temas nuevos. En un bache, Pablo dijo “tenemos un montón de canciones y piden solamente lo de los dos primeros discos, yo no uso la misma remera todo el tiempo”. 

A la media hora de recital se cortó la luz en el escenario. La cara del Mosca en el segundo en el que se apagó el sonido y las luces se estaban yendo fue de sorpresa total. Los dos ojos enormes y redondos, la boca abierta sin cantar y el mic a la altura del pecho, cayendo cada vez más. Las puteadas no tardaron en llegar desde el público. Los músicos se quedaron en el escenario y los plomos y la gente del teatro empezó a laburar para reacomodar todo. Los minutos pasaban, la banda seguía ahí, el sifón ya estaba haciendo mosh. Entre cantos de "Pergolini botón", la gente cantaba los temas clásicos de la banda y hacía pogo sin música, sólo con agite. En un momento, cuando ya iban unos veinte minutos sin novedades, la banda se puso al borde del escenario, pidió silencio y anunció que todo se pasaba para mañana. Silbidos, puteadas, "Pergolini hijo de puta". La banda pedía disculpas con gestos y recibía aplausos resignados. Pasaron segundos apenas y ¡volvió la luz! Los plomos lo festejaron como un gol de último minuto. Pablo se calzó la viola y arrancó. El sonido ya no era igual y había menos luces, pero el reci podía continuar. Algunos se lo perdieron por irse muy rápido. 

En “Barricada”, “Canción de amor” y esas hermosas piezas me mandé cual adolescente adelante y me puse a tirar cortitos y pataditas punks (?), además de algún empujón. En un momento la turba iracunda me empujó contra la valla y no me dejaba salir. Ahí sentí algo en mi bolsillo izquierdo. Era una mano que me quería quitar la billetera. Hubo un forcejeo ciego, sin vernos, hasta que quien sea que me haya querido chorear abandonó y se fue. En ese momento me acordé de que ya no tenía 18 sino casi 31 y salí del pogo con las manos en ambos bolsillos. 

Desde entonces miré el reci desde el fondo. Además, tenía calor. El sonido ya había mejorado y pasaban clásicos y algunos invitados. En una de las barras, la que estaba atendida por una chica de onda pin up, se cagaron a trompadas dos veces. Unos pibes primero y un pibe contra una mina (!) después. El pibe la defendía a su novia y se quedó re caliente durante todo lo que quedaba del recital. La novia trataba de calmarlo, pero nada.

La banda terminó con “Ya no sos igual”, “Caramelo de limón” y “Dos minutos”. Se despidió contenta porque pudo tocar hasta el final. Yo me encontré con mi amiga y nos fuimos a la pizzería, al lado del teatro. Al final, la muzza y las birras aparecieron igual. Pero en una situación mejor que estar solo mirando El Hobbit.

Escrito el domingo 6 de abril de 2014

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