Cuando aceptó hacer esta entrevista, Adrián Abonizio dijo que quería hablar del fin del mundo. Lo propuso a la distancia, unos días antes de viajar desde Rosario a Buenos Aires para tocar en el ciclo Martes de Poesía y Música del Centro Cultural de España (CCEBA). El ciclo convoca de manera mensual a dos artistas para que combinen sus propuestas y Abonizio va a compartir escenario con la poeta Beatriz Vignoli, también rosarina. En el mismo mensaje, desafiaba y decía que esperaba preguntas picantes. Pero ahora, ya en Buenos Aires, lo que obtiene no es un diálogo con pimienta sino un tostado muy salado. Sentado en un bar al frente del CCEBA, sobre la calle Paraná, a metros de la Avenida Santa Fe, Abonizio reniega por el sabor de su merienda. Falta una hora y media para que comience el recital junto a Vignoli y dice que no sabe lo que va a interpretar esta noche. Tampoco le preocupa probar sonido.
“Cuando voy a tocar a un lugar pienso que la gente no te espera. Eso juega a favor mío. Soy el ocho de Instituto de Córdoba, juego de visitante, ¿quién me conoce?”, dice Abonizio, que en 2026 cumplirá setenta años, y explica que los shows que más le gustan son los que pueden combinar sus canciones clásicas con las que él tiene ganas de tocar. “Pero hoy, como se mezcla poesía con música, hago experimentos. Beatriz leerá sus cosas y supongo que después agarraré su libro, lo pondré en el atril, y le voy a decir a la gente ‘¿Qué página querés? ¿32?’, y pongo música ahí, en el poema. Calculo que haré eso, porque si uno es un cantautor, trovador, por ahí te pegás un embole bárbaro de repetir siempre lo mismo”, cuenta.
Abonizio sabe que en cada presentación no pueden faltar las canciones más conocidas de su repertorio. Las que Juan Carlos Baglietto popularizó hace más de cuarenta años, cuando comenzó el boom de la Trova Rosarina. Temas como “Mirta, de regreso”, “El témpano” o “Dios y el Diablo en el taller” son una fija que aprendió a tolerar después de superar la etapa de ninguneo del hit, algo que varios músicos experimentan. “Me pedían un tema y decía que no. Cuando uno es joven es rebelde, pero creo que toda rebeldía se tiene que justificar con algo. Con un ideario, con un sentimiento. Yo era rebelde porque no quería que la gente se acostumbre a escuchar siempre lo mismo. Como en Rosario tocábamos seguido, no quería caerle tan bien a la gente, quería que sufrieran un poco. Que vean otra cosa nueva”.
Asegura que después transó con él mismo y se divirtió. Dijo: “Bueno, ya está”. Pero al principio, nada de eso. “Más cuando salieron los temas que cantaba Juan. Yo no tocaba esos temas en vivo. De ahí me equivoqué mucho, grabé discos buscando lo opuesto a eso. Hacés un tema popular con una música interesante que a la gente le gusta y, como estás enojado con eso, hacés free jazz en el próximo disco. Y no sabés hacer free jazz. Entonces a la gente no solamente la desconcertás, sino que encima hacés discos de mierda”, dice, y lanza una carcajada. “Hoy estoy en paz con eso. Y la rebeldía la pongo en causas que me importan, o en la ética, o en la forma de ser, para no convertirme en un falso rebelde, que está lleno”.
UN DICCIONARIO Y UNA GUITARRA
Falta menos de una hora para el recital. Abonizio sigue en el bar. Recuerda su infancia en Rosario. Las épocas en las que vivía en Carriego y Rioja antes de mudarse a la calle Mendoza. Dice que sus comienzos con la música y la escritura fueron alrededor de los seis años, gracias a su madre, Vicenta, una costurera nacida en Italia que nunca quiso cambiar de ciudadanía. Ella lo mandó a dibujo, le regaló una guitarra con la plata del retiro voluntario de su marido en el ferrocarril y le compró un diccionario enciclopédico Codex de tres volúmenes. Ésas fueron las primeras herramientas del pequeño Adrián para entrar al mundo artístico. “Me gustaba cantar pero me daba mucha vergüenza, pedía que apagaran la luz”, dice. “Si no tenés vergüenza, no tenés pudor, no salís un artista que va formándose. Porque los cancheros que se comen el mundo en algún lado hacen agua. Yo les desconfío”.
Durante sus años de estudiante integró grupos musicales que le permitieron sacarse el miedo a subir a un escenario. Eran épocas de radio AM, de tango y folclore. Luego llegó el pop. Apareció el rock. Surgieron Los Beatles. Cambió el mundo. Rosario tuvo su propia escena. Abonizio creció e integró bandas conocidas en la zona, como Irreal, y finalmente encontró su lugar en un movimiento que escaló hasta lo más alto. “Antes en Rosario no existía lo que nosotros hicimos. Nosotros no innovamos musicalmente. Agarramos el formato del tango, de la canción popular, de Nebbia, que es nuestro papá que nos ilumina, y fuimos copiándoles formas a los demás. A los brasileros. Nosotros nos juntábamos con Fandermole y ‘¿Te gusta Guaraní?’, ‘Me encanta’, ‘¿Te gusta Cafrune?’, ‘Sí, me encanta’, ‘¿Yupanqui?’, ‘Ni hablar’, ‘¿Y te gusta Led Zeppelin?’, ‘También’. Entonces, digo ah, mierda. De todo ese quilombito nosotros elegimos la canción”, dice.
“Yo empecé a descubrir que había tipos como nosotros que vivían en otros barrios, como Goldín, como Fander, que descubrí en una peña: parecía odontólogo. Estaba vestido así, aterrado. Empezamos a descubrir gente y ahí se formó la Trova Rosarina. Nosotros, casi políticamente, te diría, y estéticamente también, decíamos acá en Rosario hay una música o canción o formato que no han sido desplegados todavía. No hay. ¿Por qué existe Almendra? ¿Por qué existe Nebbia, que se fue? ¿Por qué existen Los Gatos? ¿Por qué existen tantos otros grupos porteños? Era parte de una lucha contra la porteñidad. Una lucha bien. Que después creo que la empatamos y pudimos ganarla y seducir un poco a la porteñidad y a todo el país. Pero era una necesidad orgánica”, sigue. “Pablo El Enterrador es un grupo que sigo admirando. El mejor grupo de Rosario de esa época. El Turco Antún era mi guía, era como mi Perón. Era como una especie de rey sabio. Me dijo ‘¿Ustedes tienen un grupo?’. ‘Sí’. ‘¿Quieren tocar el sábado?’. ‘Sí’. Ese tipo de cosas fueron las que aprendí y después no pude repetir por la estupidez de la Trova”.
Abonizio dice que las críticas que tiene para la Trova Rosarina no son para sus integrantes sino para ciertos manejos. Habla del carácter “egoísta” que tuvo el grupo a partir del éxito de Tiempos difíciles (1982), el primer disco de Juan Carlos Baglietto. “Yo siempre les digo que nosotros hicimos todo mal. Salvo las canciones, hicimos todo mal. Reinamos en una época en Rosario. Y cuando hablaban de los músicos rosarinos nos llamaban a nosotros solos. Si no hubiese estado con la Trova, me hubiese molestado”, cuenta. “Porque no abrimos el juego”, sigue. “Yo tengo sesenta y tantos. La generación anterior puede tener cincuenta, cuarenta o treinta y cinco y nunca los habilitamos para que toquen en el escenario mayor. Y eso es una mugre que yo todavía me voy raspando de mi alma. Al principio sentía culpa. Después lo emparejé convirtiéndome en una especie de evangelista sin santo evangelio, pero de cumplir una rutina de empezar a invitar gente. No solamente invitar, sino mezclarme con ellos e invitarlos a grabar”.
Desde hace casi diez, doce años, asegura Abonizio, que viene grabando con pibes de veintitantos años. “El peor error que cometimos es el miedo. Eso se lo recalco siempre a los de la Trova. Miedo a vivir, miedo a compartir las cosas. Miedo a pensar que el otro puede cantar mejor que vos. En las calles de Rosario hay cosas: homenaje a la Trova Rosarina, por acá pasó Martín de Güemes. Andá a cagar, viste. No supimos invitar a subir al escenario a gente que tenía valor, así hagan rock pesado, chamamé, lo que sea. Por miedo. Por eso me fui de la Trova Rosarina con un mensaje de amor hacia ellos. Rompí con ellos por la falta de empatía con el otro”, dice. “Fuimos unos miserables. No por crueldad, sino por inconsciencia. Por miedo a perder el pequeño espacio que Buenos Aires de vez en cuando te regala. Me hago cargo de lo que digo. Cuando volvimos a tocar por los cuarenta años de la Trova, Juan no me invitó. Y lo llamé por teléfono. Che, le digo, ¿por qué no me invitás? ‘Yo pensé que estabas peleado con todos’, me dijo. No, yo hablo con todos, lo que pasa es que les hago recalcar esto que ya fue, ya fuimos, y hay que arrepentirse de rodillas ante un dios que no existe y pedir disculpas”.
SE PIERDE PERO SE GANA
Beatriz Vignoli abre la noche en el CCEBA. Lee un poema titulado “Eco”, dedicado a Rosario Bléfari. Después pide que aquellos que “nos robaron la calle” también “nos roben el odio”. Abonizio acompaña un poco con la guitarra acústica pero su set comienza realmente unos minutos más tarde, cuando Vignoli deja el escenario solo para él. Repasa páginas conocidas y no tanto. Suena la “Oración del remanso”, de su amigo Jorge Fandermole. También la “Zamba del carnaval”, del Cuchi Leguizamón, y “La villa de los milagros”, un tema que Abonizio compuso para demostrarle a Joaquín Sabina que podía hacer canciones como las suyas pero él no podía componer ninguna como las de la Trova.
A pesar de que un rato antes dijo que ya no tiene problemas en tocar sus éxitos, Abonizio esta noche se hace rogar. No suelta sus piezas más celebradas de manera fácil. A medida que pasan los minutos, el público empieza a hacer pedidos. Suena “El témpano”, un clásico que Vignoli dice que le salvó la vida. Sin embargo, no se nota qué tema es hasta que Abonizio empieza a cantar. Durante la canción, por momentos alcanza microfragmentos de intensidad punk acústica. En otros pasajes se acerca a la excelente versión que grabó en Extraño conocido, el disco de 2006. Este año, después de discos de corte tanguero, Abonizio publicó Barco hospital, un álbum “más power”, según él mismo define, que pudo pagar con las ganancias de la gira de reencuentro de la Trova, a la que finalmente lo invitaron. “Barco Hospital es un discazo. Mezclamos algunas cosas medio folclóricas y mucha cosa rara de tipo canción, canción eléctrica. Almendra, Led Zeppelin, algo de folclore. Lo que hace Aca Seca. Le copié cosas a Goldín, a Fander, a Fito. A todos. Y voy por más”, dice.
Al final, Abonizio no habla del fin del mundo. En el CCEBA acepta tocar sus clásicos y, como había prometido, termina con una improvisación sobre uno de los poemas de Vignoli. Se muestra como un artista que a pesar de darle al público todo lo que pretende, siempre parece tener ganas de ofrecer algo diferente. Donde no tiene grises es en su opinión política. Repudia abiertamente a Macri y a Milei y asegura que esta era de gobierno libertario le genera “asco y repulsión”, además de vergüenza. Y dice que nota una pérdida de dignidad en la gente. “Yo todavía no la perdí”, aclara. “Mi grupo se llama La Experanza. Entonces yo guardo la experanza para cuando se haga justicia. Me mantiene vivo saber que esta noche puedo tocar para doce personas, cobrar dos pesos, cargar nafta al auto y mañana empezar a grabar otro disco. Mientras ocurra eso no me han vencido”.
Publicado en Radar

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