sábado, 10 de junio de 2023

Una libertad terrible


Divididos surgió de la necesidad de continuar con lo que había a mano. Ricardo Mollo y Diego Arnedo administraron el vacío que había provocado la muerte de Luca Prodan y formaron una banda que durante dos años se mantuvo a la sombra de Sumo. Las canciones, los recitales y el disco que realizaron en ese período inicial fueron una continuación estética y sonora del proyecto que había liderado el italiano, productos inevitables de un grupo sumiso a una influencia demasiado poderosa. 

El origen de la banda fue la serie de encuentros entre Mollo y el saxofonista Roberto Pettinato durante el verano del 88, cuando el resto de los integrantes de Sumo estaban desbandados por el impacto que les había provocado la muerte del cantante.

“Hubo como una onda de seguir haciendo algo, pero rápidamente Germán (Daffunchio, guitarrista de Sumo) y Timmy (McKern, manager) se fueron a Córdoba. Entonces ahí empezó -dice Marcelo “Gillespi” Rodríguez-. Petti se había quedado con una casa quinta por la zona oeste y se juntó varias veces con Ricardo. Comían asados, tocaban la guitarra, y varios temas se compusieron en esos encuentros”. 

Gillespi, que había participado de los recitales de Sumo de 1987 como trompetista invitado, formó parte de los comienzos de Divididos y fue una suerte de tercer/cuarto integrante nunca oficializado que alcanzó a grabar en el álbum debut y a tocar en la mayoría de los conciertos de la primera etapa. Hoy recuerda que la sociedad Mollo-Pettinato no duró demasiado porque durante la primera mitad del 88 el saxofonista se fue del país. 

Pettinato contó su versión en una entrevista en La Nación de diciembre de 2000: “En enero y febrero del 88 nos fuimos con Ricardo a la quinta de mis viejos, en Marcos Paz y empezamos a componer. Le dije a Mollo que el grupo se tenía que llamar Divididos por la Felicidad, como el disco de Sumo. Además, como nos dividimos de los otros, que se fueron a Córdoba, era una buena idea. Y empezamos a componer temas, de los cuales yo escribí algunas letras, como la de ‘La mosca porteña’ y ‘Haciendo cosas raras para gente normal’. Después me fui a España y un día me llamó Ricardo para ver si le dejaba el material porque iba a seguir con el grupo. Ya se había juntado con Diego y se lo regalé. Eso está bien, pero lo que me molestó es que no se haya dicho cómo fue la historia”. 

Gillespi considera que el aporte de Pettinato no pudo haber sido demasiado significativo. “Él se siente un poco el padrino de Divididos pero el perfil de la banda no lo incorporó seriamente”, dice, y explica que durante el período en el que el saxofonista formó parte del proyecto “hubo prototemas que surgieron de zapadas, pero no tenían letra, no tenían arreglos”. “En esos primeros discos hay un gran trabajo de Ricardo y Diego de machacar, cosa que Pettinato no haría. Horas y horas de ensayo”, agrega.

Con Daffunchio las cosas fueron más concretas por la poca onda que el actual líder de Las Pelotas tenía con Mollo. Los guitarristas no habían podido congeniar en Sumo, se daban la espalda en los ensayos y, según contó Mollo, mantenían una relación musical “muy difícil”. “No pudimos seguir tocando juntos”, le dijo a Gastón Pauls en una extensa entrevista de 2012.  

El miembro restante de Sumo, el baterista Alberto “Superman” Troglio, participó fugazmente de algunos de los encuentros previos que derivaron en Divididos. Ocupó la batería de a ratos y en reportajes posteriores llegó a asegurar que formó parte de la creación de “La mosca porteña”, una de las canciones del disco debut del grupo. Sin embargo, la inconstancia le jugó en contra. Su rol fue el de un elemento del pasado que se mantuvo allí por inercia. Posteriormente integró la primera formación de Las Pelotas.

La sala de ensayo de Sumo estaba en El Palomar, en el oeste del Gran Buenos Aires. Un sótano que Mollo alquilaba desde 1973 y donde había desarrollado todos los proyectos musicales en los que se había involucrado. Gillespi recuerda que “era una esquina donde había existido una panadería o una fábrica de pastas” que en la planta baja tenía “máquinas, cosas en desuso y todo tipo de objetos”. “Había una puerta de madera, como en las películas, que se levantaba con una escalinata que iba hacia abajo. Ahí ensayaba la banda. Había un par de lamparitas colgando con cables y le habían puesto como un recubrimiento de fibra de vidrio o goma espuma. No había ventanas, solamente unos ventiluces. Había un olor acre a humedad, cigarro podrido, alcohol. Muy denso. Bajabas y (señala un círculo de izquierda a derecha) estaba Germán, la batería de Superman, Diego. Al frente (de Diego) estaba Ricardo, Pettinato con su micrófono. Yo me ponía también de ese lado. Luca se paraba un poco adelante, casi al medio”.

Con Pettinato en España y Daffunchio y Troglio fuera de los planes, Mollo y Arnedo tomaron el control de la sala y realizaron modificaciones. La principal fue la cortina que colgaron para achicar el espacio donde antes debían ensayar siete músicos. Gillespi fue el único que se mantuvo dentro del incipiente proyecto y recuerda que el sótano ya no transmitía la energía de antaño. “Bajabas y había un equipo de guitarra, el equipo de Diego, una batería electrónica y la lamparita. Un bajón, muy mala vibra. A mí me parecía que por ahí ameritaba una cosa más parecida a un estudio, con más luz, porque estaban programando con la batería”, dice el trompetista, que de todas maneras continuó yendo a esas sesiones experimentales. “Muchas veces zapábamos cosas medias funk sin ton ni son”, agrega. 

En una entrevista con Rolling Stone de 1998, Arnedo recordó que la idea de armar un trío con Ricardo arrancó en 1979: “Por entonces yo tocaba con Omar (Mollo) y Ricardo en MAM, pero Omar se había ido a vivir a Brasil y no volvía. Con Ricardo teníamos tantas ganas de tocar que en un mes armamos un trío que se llamó Frankie Pig, con el Piojo Ábalos en la batería. Ensayamos un repertorio nuevo y tocamos una sola vez en la sala FEC para unas quince personas sentadas”. “Ahí empezó todo entre nosotros. No sólo en lo musical sino también en el sentido del humor. Y las dos cosas continúan aún hoy”, acotó el guitarrista en la misma nota.

El sentido del humor combinado de Mollo y Arnedo, absurdo y bastante cerrado, basado en personajes efímeros que generalmente representan cierta decadencia pueblerina (“bueno, primeramente quisiera saludar...”) empezó a alimentarse en aquellas experiencias previas a Sumo. Una fascinación por los viejos bizarros que quizás haya comenzado con el taxista que cruzaron en un viaje realizado en 1978. Con una indignación antirockera y una defensa firme de la época de oro del tango, el hombre les dio material para componer “Sábado”, una de las canciones más conocidas del grupo. 

“¿Qué música hacen? ¡Ja! ¡Rock! Todo ‘ah, ah, ah, besame, besame, besame. Da la vuelta y besame. Besame y da la vuelta’”, se burló el taxista. Según contó Mollo en la radio Mega, la conversación quedó registrada en un casete. El repaso de aquel encuentro durante los ensayos de la banda sirvió para alimentar varios discos. 

En aquellos años de under y dictadura, Mollo y Arnedo tocaron para intentar conseguir “una salida del espíritu”. “Creo que en dos años ensayamos todos los días y sólo salimos a tocar tres o cuatro veces”, le dijo Arnedo a la revista Recorplay en una interesante entrevista de 2009. En el mismo artículo, el bajista reveló que por esa época abrazó momentáneamente el furor del jazz-rock. “Yo también fui uno de esos que le sacó los trates al bajo seducido por la bomba expansiva de (Jaco) Pastorius. Fue sólo un instante. Cuando noté que había perdido el sonido enérgico del golpe de las cuerdas en ellos volví a colocarlos”, explicó.

A comienzos de los 80, los caminos de Mollo y Arnedo se separaron por única vez. En 1982, el bajista entró a Sumo y el guitarrista formó Demo junto a Rinaldo Rafanelli, un proyecto que apuntaba al reggae y la new wave. Lumpen, editado en 1984, es el único registro discográfico de aquella efímera banda que terminó ese mismo año.

El ingreso de Mollo a Sumo fue un desvío en lo que se suponía que debería haber sido su carrera. Así lo reconoció en una entrevista de 2013, también para Recorplay: “Yo estaba para ser un guitarrista listo para tocar jazz-rock. Yo era más del blues pero inclinado hacia Larry Carlton, que fue un tipo que me mostró cómo se podía tocar blues dentro del jazz-rock. Lo que pasa es que dejamos de tocar con Diego un tiempito y cuando nos reencontramos me dice ‘estoy tocando con un chabón que vino de Inglaterra, tocamos en el Stud Bar, a la salida del túnel de Libertador’. Los fui a ver y me volaron la cabeza”. 

Apenas cuatro años después de aquel concierto en el Stud, Mollo y Arnedo volvieron a estar frente a frente como dueños de un proyecto. Mientras hacían música de manera casi mecánica para canalizar angustias, esperaban el momento para dar un nuevo volantazo.

“Fue estar todos los días metidos con una batería electrónica porque el baterista apareció en mayo. Hay un momento en el que parece que todo hubiera pasado el mismo día: juntarnos, hacer las canciones, hacer las letras y armar el pequeño repertorio”, dijo Mollo en otro pasaje de la entrevista de la Mega.

A diferencia de lo que suele afirmarse, el primer baterista de Divididos no apareció en mayo. En algún momento entre marzo y abril de 1988, Divididos se completó con el baterista de La Torre, Beto Topini, ex compañero de Mollo en Demo. 

“Ricardo me llamó y me dijo: ‘La banda arranca en este momento, te ofrecemos la tercera parte. Diego, vos y yo. Los temas ya están hechos pero vamos con el 33,3 por ciento de todo’. Nunca me voy a olvidar. A mí me encantó la idea, más vale, así que arrancamos y empecé a ensayar con ellos para el primer disco”, cuenta Topini.

Mollo le dio a Beto un casete con las canciones que había que ensayar. El baterista recuerda que la banda ya se llamaba Divididos y que en aquellos demos “estaba todo el primer disco”. Un detalle de la cinta le llamó la atención: “Apenas escuché los temas, una de las primeras cosas que dije fue ‘che, Richard, ¿por qué estás cantando tan parecido al pelado?’. Él se puede acordar de eso. Me parece que Luca lo influyó muchísimo”. 

Para marcar la influencia de Prodan, Topini recomienda escuchar el álbum de Demo. “Si escuchás el disco, (la voz de Mollo) era muy tranqui, más bien tirando a dulce. Era una voz muy linda”.

“Esclavo de la oscuridad”, la segunda canción del disco de Demo, tiene a Mollo en la voz principal y deja perplejo a todo aquel que se haya criado con “El 38” o “Paisano de Hurlingham”. Se percibe a un cantante mucho más melódico, poseedor de una voz sin demasiados matices pero con alcances pop, algo que en Divididos tardó varios años en surgir. “Niño gris”, otro tema del álbum, también es una muestra de la enorme capacidad de Mollo como guitarrista.   

Pero en los comienzos de Divididos Mollo no podía despegarse de la influencia de Prodan. “Era muy notable, la voz era igual”, dice Gillespi. “Creo que ése es un tema que a él le rondó por la cabeza -agrega-. Él (en Sumo) cantaba muchas veces. En los momentos en los que Luca no estaba tan bien, él tenía que cantar. Fue todo un tema el hecho de que se transformara en cantante de la banda, porque había que escribir letras para que alguien las cante y no era fácil”.

“Ricardo cantaba igual a Luca. A mí no me gustaba. Después aprendió a cantar mejor. Siempre cantó bien pero empezó a gritar menos. Tuvieron unos avances impresionantes en todo sentido”, opina Gustavo Collado, el segundo baterista del trío. 

“La primera vez que peló una voz distinta a esta voz media afectada onda Luca fue cuando empezamos a hacer ‘Cielito lindo’. Lo cantaba como un mexicano, nada que ver, y nosotros le decíamos ‘¿pero ves que tenés la voz limpia?’. Nos cagábamos un poco de risa pero era un asunto de él. Me parece que estaba buscando ver quién carajo era, cosa que le pasa a muchos guitarristas. Tocan muy bien y cuando les llega el momento de cantar se escudan en la guitarra”, agrega Gillespi. 

Durante los primeros ensayos, Mollo le mostró a Topini los detalles de cada canción. “Ricardo me marcaba un montón de cosas, hasta pases, pero porque estaban hechos, ya se los habían imaginado. Y yo no podía menos que respetar absolutamente todo”, dice el baterista, que cuenta que pudo aportar “muy poco porque estaba todo armadito”: “Me acuerdo de ‘La mosca porteña’. ¿Viste el pase taca taca taca que se repite todo el tiempo? Me acuerdo que yo lo quería cambiar y Ricardo me decía ‘no, no, boludo, hacé esto, porque mirá, queda re polenta aunque reitere, queda bárbaro’”. 

El primer Divididos no duró demasiado: la gira que La Torre tenía prevista por la Unión Soviética entre agosto y septiembre del 88 fue un compromiso del que Beto no pudo escapar. “No pudieron esperarme, no es que me fui -aclara Topini-. Yo le había dicho a Ricardo ‘si me aguantás un poquito, cuando vuelva de la gira dejo La Torre’. Porque ya la veía: ensayábamos en la casa de Patricia (Sosa) y yo no iba muy seguido, salvo cuando había que preparar algo. En ese momento, por intermedio de Oscar Mediavilla, me había comprado una Yamaha Recording Custom espectacular y se lo comenté a los chicos. Ellos me cargaban. Ricardo me decía ‘dale, guacho, traela para acá’ (risas). Y yo le decía ‘aguantá un poco, que recién la sacamos y él (Oscar) me hizo la gamba para pagarla’, así que no llegué a llevarla. Me hubiese encantado seguir”. 

Uno de los primeros artículos sobre Divididos se publicó en el número 318 de la revista Pelo, de mayo de 1988. “El nuevo grupo de Ricardo Mollo y Diego Arnedo se llama Divididos, todavía no tiene baterista, pero sí una fecha para debutar. Es el primer proyecto que muestran los músicos que formaban ese irresistible remolino musical llamado Sumo desde aquel emotivo homenaje a Luca en Córdoba. Es la misma gente, la misma música, el mismo sentimiento”, escribió Nora Fisch. Era una nota de dos páginas que presentó a la banda y mencionó algunas de las canciones que fueron a parar al primer disco. 

“Tocamos lo que estaríamos tocando si aquello hubiese seguido”, dijo Arnedo en la nota, en referencia a Sumo. “Che, qué esperás?”, una de las canciones nuevas, era señalada como un tema que tenía “toda la fuerza y la riqueza a la que estos músicos nos tienen acostumbrados”. “Hay también un tema hermoso y raro dedicado a Luca, un reggae, y otro que todavía no tiene letra y es profundo, casi melancólico”, agregó Fisch, quien también anticipó la fecha del debut: “Junto con un baterista que todavía es incierto y un trompetista, el sábado 4 de junio se larga. ¿El lugar? Un barcito ignoto en el barrio de Flores”.

La nota se ilustró con tres fotografías. La principal era parecida a la futura contratapa de La era de la boludez: las caras de los músicos deformadas contra un vidrio. La imagen más simbólica era la última, que mostraba a Mollo y a Arnedo en la sala de El Palomar separados por una máquina de ritmos. 

En esos días, cuando aquel número de Pelo todavía estaba colgado en los quioscos, Arnedo se encontró en el boliche Prix D’ami con Gustavo Collado, que se acababa de desvincular de La Sobrecarga. Se conocían desde los inicios de Sumo, cuando las dos bandas habían compartido shows en la provincia de Buenos Aires. 

“Diego me dijo de ir a tocar y a los dos días cargué la batería en un taxi y me fui al Palomar”, cuenta Collado. Agrega que todas las canciones del primer disco (“menos un par”) estaban listas cuando se incorporó. Recuerda que Mollo y Arnedo habían hecho todo “con una maquinita bastante rudimentaria y mala”. 

La química con Collado funcionó inmediatamente. “Éramos un trío. Era el 33 por ciento en todo sentido”, dice. Al comienzo, el baterista se relacionó más con Arnedo: “Éramos muy compinches con Diego. Antes del disco nos íbamos a ensayar y Ricardo se iba porque tenía una fábrica de zapatos donde laburaba. Con Diego nos quedábamos y delirábamos”. 

El número siguiente de la Pelo anunció la novedad. “Divididos son tres” fue el título de un pequeño recuadro de la sección de noticias de la revista. “Gustavo Collado, el baterista de Sobrecarga, fue el elegido por Ricardo Mollo y Diego Arnedo para completar el trío Divididos, el nuevo proyecto encarado por los ex Sumo. También pudo saberse que el grupo modificó la fecha para su debut -previsto en principio para el 4 de junio- aunque mantiene la idea de presentarse en lugares de capacidad reducida”, agregó. 

El recital se postergó por una semana, pasó al viernes 10. El predio elegido se mantuvo, era el Rouge Music Bar, el “barcito ignoto” del barrio de Flores ubicado en San Pedrito 487, un lugar que no albergaba presentaciones de peso. Ese mismo mes se anunciaron fechas de Todos al Obelisco, Fisura Rock, Toniko Indio, Desgracia Ajena, entre otros.

Poco antes del debut, Mollo y Arnedo fueron a los estudios Panda para grabar en “Alacran (resaca)” una de las canciones del disco Ey! de Fito Páez. Por entonces, la relación musical entre el rosarino y el guitarrista era breve pero intensa. Mollo había participado de la presentación en vivo de La la la, el disco en colaboración entre Páez y Luis Alberto Spinetta, y poco después de la muerte de Luca intentó formar parte de la banda del autor de Ciudad de pobres corazones. 

“Yo no podía quedarme sin tocar, me sentía mal, me empecé a deprimir mucho. Lo llamé a Fito para tocar en su banda. Le dije: ‘Che, ¿me dejás tocar con vos?’. Se quedó helado, porque es rarísimo que te llame alguien para decirte una cosa así. Pero a mí no me importa (sonríe); me dijo que no y eso me dio lugar que pensara un poco lo que estaba haciendo, y me pusiera las pilas…”, le contó Mollo a Gloria Guerrero en una revista Humor de agosto del 88. Para devolver gentilezas por la grabación, Fito acudió el 10 de junio a Rouge. 

Mollo pasó en cama las primeras horas de aquella jornada. Tenía fiebre y seguía en el mismo estado al momento de tocar, una consecuencia de los nervios previos al debut. El lugar era tan pequeño que uno de los equipos, apoyado sobre una mesa del bar, se vino abajo apenas empezó el show. 

El audio del recital está en You Tube. No es el concierto completo pero resulta un excelente documento de la noche. Refleja las inseguridades de Mollo como cantante, las influencias de Luca en el sonido del grupo y el papel de los fanáticos que habían asistido a conocer el nuevo proyecto y a escuchar canciones de Sumo.

Una de las primeras cosas que se escucha es a Mollo decir “ahora vamos a hacer un tema viejo” justo antes de tocar “Estallando desde el océano”, que había sido publicado sólo dos años antes. Como dice un comentario del audio pirata en You Tube, Mollo “hasta hablaba como Luca” en ese momento. En un bache, un fanático irreverente que se la pasó a los gritos durante todo el recital mandó un “¡Grande Antonio Prieto!” probablemente dirigido a Arnedo. 

Siguió una versión primal de “Gárgara larga” con letra en un inglés de mierda a lo Roberto Quenedi. Fue la interpretación vocal más Luca Prodan de la noche y sirve para arriesgar una teoría: el italiano hubiese aportado un dramatismo extra que le habría sentado perfecto a la canción, ya de por sí muy buena.

Entre tema y tema, las intervenciones del público se mantuvieron de manera muy intensa. Los asistentes mandaron “a cagar” a Los Pericos y pidieron canciones de nicho de Sumo como “Basura blanca” o “Fuck You”. Promediando el show llegó “No mates por dinero”, una canción que aún permanece inédita. Para cantarla, Mollo alteró su voz. “El efecto que tenía se lo compré yo. La voz estaba toda deformada y él salía con una careta de goma. O sea... llamá a un psicólogo”, dice Gillespi, y cuenta que aquellos primeros shows estresaron tanto al nuevo cantante que, además de tener fiebre, “a veces se quedaba afónico un día antes de tocar”.  

“De qué diario sos?” también fue interpretada “en inglés”. Al finalizar la canción, Mollo vio a Gillespi, que acababa de llegar. El trompetista explica la tardanza: “Ese día yo toqué en el Teatro Alvear con un grupo de jazz. Tocábamos temprano, a las nueve. Divididos tocaba a las 23.30, por decir algo. Teóricamente yo llegaba. Pero fue tan loco la cantidad de gente que había (en Rouge) que explotaba, había gente en la vereda. Y eso que había salido un avisito en la Rock & Pop y un afichito de mierda que lo habían pegado por Flores. Pero se había corrido la bola al nivel que yo no podía entrar. Cuando llegué, el show había empezado recién, habían tocado un tema. Era un pasillo largo y el escenario estaba en el fondo, al ras del piso. Tuve que pasar entre toda la gente con la trompeta”, cuenta Gillespi. 

“Che, este tipo es el trompetista”, dijo Mollo. “Es un hijo de puta por llegar tarde, como Pettinato”, acotó Arnedo. “¡Qué cara de trolo que tiene!”, gritó el fanático irreverente. “¡Que se meta la trompeta en el culo!”, dijo otro. Mollo seguía en plan incendiario: “Es amigo de Pettinato, por eso siempre llega tarde”. “Y es tan hijo de puta como Pettinato”, cerró Arnedo y todo el público le gritó hijo de puta a Gillespi durante diez segundos.

“Me putearon todos. Esa cosa que me comparaban con Pettinato la tuve como un karma por varios meses. Yo me cagaba de risa, obviamente, y la gente también. Era como una cosa media punk”, completa el trompetista. 

En la nota de la revista Humor, Arnedo analizó la relación de amor/odio entre el público y Gillespi: “Marcelo es como la reencarnación de Pettinato, la gente lo putea (eso a Petti le gustaba, de alguna manera lo provocaba)... Le dijimos que se tiene que acostumbrar, si lo ven con un caño en la mano lo asocian directamente con Petti. Es una forma de extrañar a Roberto, y la canalizan de esa manera”. 

“A Gillespi lo verdugueaban, no le pagábamos, éramos malditos con él. Lo jodíamos pero bien, buena onda. Él se reía. Gillespi es genial, tiene un humor… Diego siempre le decía ‘vos tenés que ir a la tele’. Era un invitado estable”, aporta Collado. 

El show en Rouge incluyó versiones de “Nextweek”,  “Un montón de huesos”, “Camaron bombay”, una canción compuesta durante un viaje de Sumo a Chile. También sonó “Summertime Blues”, de Eddie Cochran (anunciada como “de los Who”), con mención a Luca incluida en la letra. El audio termina con más pedidos de “Heroína” y uno por “Fuck you”. En la reseña del recital, la revista Pelo destacó que el trío era “bilingüe” y conservaba “las cualidades y virtudes de Sumo”. El artículo señaló que Mollo había heredado "algunos tics” de Luca. 

Después del debut, Divididos comenzó a presentarse en diferentes locales de Capital y el Gran Buenos Aires, pero, según recuerda Gillespi, hasta la grabación del disco no realizaron demasiados shows. Hay algunos audios en You Tube donde se puede escuchar al grupo todavía en transformación. 

En septiembre, el trío tocó en vivo en Neo Sonido 2002, un programa de rock que salía los sábados de 18 a 19 horas por ATC y funcionaba como un concurso de grupos emergentes. Divididos fue invitado y no se sometió al rigor del jurado. Tocaron el 25 de septiembre, el mismo día de la presentación de Henry y la Palangana, una banda de rock que tocaba en pijamas y pronto pasó a llamarse Bersuit Vergarabat.  

El programa estaba conducido por Marisa Andino y Tom Lupo, viejo conocido de los Sumo, que presentó al trío recitando un fragmento del poema “Tabaquería”, de Fernando Pessoa. “Estoy dividido, decía el poeta, entre la lealtad que debo a lo de afuera como cosa real y la sensación de que todo es un sueño como cosa real por dentro”, avanzaba Lupo, de lentes oscuros y un histrionismo parecido al de Luca, mientras Mollo, con la Roland G 707 negra colgando, lo miraba fijo, con un nerviosismo inocultable. 

“Mucha gente dijo ‘cuándo va a venir Divididos’. Me parece que éste es el debut en televisión del grupo”, agregó Tom luego de la bienvenida. Mollo confirmó la consulta con chistes tontos y un movimiento constante, aferrado a la guitarra, incapaz de salir de la incomodidad del momento. Esa tarde tocaron “Che, qué esperás?”, que ya circulaba en las radios como demo, y “La mosca porteña”, con la participación del “viejo amigo” Geniol. “Pensar que la palabra diversión viene de divididos, de diverso, así que parece que para divertirse hay que poder ser otro también”, cerró Lupo. 

El disco debut de Divididos se grabó en los Estudios Panda entre noviembre de 1988 y enero de 1989. El título surgió de aquella conversación de 1978 entre los músicos y el taxista tanguero, que les dijo: “Yo iba al Salón Verdi de La Boca y había muchachos que en un metro cuadrado hacían cuarenta dibujos ahí en el piso”. La frase sirvió para bautizar el álbum y para decorar la letra de la canción “Volver ni a palos”, incluida en Otro le travaladna, la obra de autoboicot del grupo que se publicó en 1995, después del mega éxito de La era de la boludez. 

“Fue buena la grabación, bastante rápida”, cuenta Collado. “La maravilla de ese disco fue Amilcar Gilabert, que es un maestro total y nos dio un sonido impresionante”, agrega. 

40 dibujos ahí en el piso incluye las canciones fogueadas en los conciertos iniciales de la banda. Algunas quedaron en el camino, como “No mates por dinero” o “Nos dicen”, conocida como “Reggae del inmigrante”. Otras se transformaron: Mollo y Arnedo escribieron letras en castellano para “Gárgara larga” y “De qué diario sos?” y borraron completamente la de “Sí, sí, Petti, dejá de joder”, que pasó a llamarse “La foca” y se convirtió en el único instrumental del disco. En 2018 la banda regrabó ésta última, le agregó una nueva letra y la rebautizó como “Caballos de la noche”. 

Gillespi cuenta que muchas letras surgieron a partir de anécdotas y un trabajo conjunto entre Mollo y Arnedo: “No fue fácil hacerlas, algo natural para tipos que son tan músicos. Hay otros que son más poetas. Lo que tiene Divididos, me parece, es que componen juntos. Las bandas no componen juntas, los traen de su casa. Los Divididos no hacen así. Es una paja para ellos escribir las letras. No sabés lo que es, un dolor de huevos, porque las canciones les salen fácil, pero las letras no. Vos les das un instrumento y tocan tres horas. Les das un lápiz y un papel y…”. 

El sonido más similar a Sumo que se escucha en el disco en relación a la obra posterior de Divididos tiene que ver con la época (seguían siendo los 80 después de todo), con lo fresca que estaba la impronta del grupo de Luca en Mollo y Arnedo y también con algunos instrumentos utilizados en la grabación. Mollo usó bastante la G 707 que, según Gillespi, era una de las pocas guitarras que tenía por entonces: “Nosotros le decíamos ‘la percha’. Era un modelo que tenía un barral de metal, un diseño futurista. Tenía un conector como para las impresoras: un enchufe grande que se trababa abajo y eso iba al sintetizador que estaba en el piso. Ricardo la había usado mucho en Sumo porque con eso podía hacer órganos o el silbido de ‘Estallando desde el océano’. Hay un sonidito tipo armónica en ‘Hello Frank’ que también es la guitarra sintetizada de Ricardo. Esa viola la usó bastante: en ‘Che, qué esperás?’ le metía como unas cuerdas de teclado”. 

El disco también incluye un cover de los Doors (“Light My Fire”) y una versión musicalizada de “Los hombres huecos”, un poema de T.S. Eliot. “Teníamos unos funkies sin ton ni son. Uno es ‘Los hombres huecos’, que a eso se le grabó la letra en Panda, pero era instrumental y yo tocaba bastante la trompeta”, cuenta Gillespi. Collado agrega que la canción era “una zapada sin saber nada”. “Una prueba de bajo con batería para probar sonido y quedó ahí. Después en el estudio se hizo todo. Se buscó el texto, se puso una buena guitarra”, dice. 

En medio de la grabación, el padre de Collado murió de un ataque al corazón en Trenque Lauquen, la ciudad de la que eran oriundos varios de los músicos de La Sobrecarga. “Viajé, lo vi, estuve unas horas y me volví porque teníamos un show y la grabación”, dice el baterista, y cuenta que a raíz de esa ausencia “Los sueños y las guerras” debió grabarse con batería electrónica. “Para mí no quedó bueno, pero me tuve que ir”, explica. 

No fue la única muerte que golpeó a la banda. Pocos meses antes había fallecido el padre de Ricardo. “Yo a Luca lo llamaba Coquito y a mi viejo le decían Coco. Mucho tiempo después logré analizar la cuestión: los dos eran referentes muy importantes para mí. De pronto me quedé sin nada. Uno de los modos de conjurar el dolor era comer. Ahora estoy por los 100 kilos”, contó el guitarrista en Clarín, en el 96, plena época del Mollo gordo que tocaba en bermudas, lucía rulos descontrolados y en la mayoría de las estrofas gritaba con la misma intensidad con la que se alimentaba. 

40 dibujos... presenta un repertorio dramático pero no solemne e incluye tres versiones de “Camarón Bombay” que funcionan como separadores y canciones humorísticas, una práctica que con los años se hizo frecuente. La portada está basada en un collage que realizaron Collado y Valeria Cidron. “Era el hombrecito que es ahora el logo o símbolo de Divididos. Los pegamos sobre un papel como se hacía antes, algo manual. El nombre lo propusieron Mollo y Arnedo, lo había dicho un taxista. Justo yo llevé eso y coincidimos, nos cerró a todos”, dice. El disco se editó en mayo de 1989. El sobre interno tenía impresa la única dedicatoria posible: pal pelao. 

La crítica del disco publicada en Pelo habló de una “aguijoneante guitarra de Ricardo Mollo y hasta una voz que por momentos se transforma impúdicamente en la del desaparecido Luca Prodan”. Lo describió como “interesante, fuerte con momentos de abrasivo rockanroll en los que la guitarra de Mollo y el bajo de Diego Arnedo entretejen densas texturas en la más pura tradición Hendrixiana”.

Después de la salida del disco, la expectativa del comienzo se aplacó y el público fan de Sumo, más nostálgico, dejó de asistir. Pronto, los shows del trío se transformaron en eventos para pocas personas. Para colmo, los medios mencionaban a Prodan todo el tiempo en las entrevistas y reseñas. Era difícil despegarse.  

“A nosotros no nos quería nadie. La gente nos iba a ver queriendo ver a Luca. Todos nos bajoneábamos. Estabas tocando y querían escuchar un tema de Sumo”, dice Collado. En Humor, Arnedo reconoció que tras la muerte de Luca sintieron “algo así como una ‘libertad’, pero una libertad terrible, de horror por lo que había pasado”. “Sumo se había terminado y había que empezar de nuevo desde abajo, había que seguir con nuestras vidas”, explicó. Luego, agregó: “La gente que nos viene a ver no sabe bien qué quiere, es como que viene a terminar ese duelo. Esperan que suba Luca, que en algún momento suba”. 

"Si hacíamos Cemento era un Cemento desolado, con ochenta personas. Hubo mucho camino, mucho abrazarse en la desgracia", dijo Mollo en una nota de Clarín de 1998. Poco después, en La Nación, recordó que “muchos querían poner ‘ex Sumo’ en los afiches”: “En algún momento pensás que si ponés ‘ex Sumo’ vienen cien tipos más y te estás cavando tu propia fosa. Es como tener un hermano famoso: viene un amigo tuyo, te saluda y está mirando por encima de tu hombro a ver si aparece tu hermano. Es durísimo, vos no sos nada. Vienen a hacer una nota y como para los tipos sos ex Sumo, te engañan diciéndote: ‘Vamos a hacer una nota con Divididos’. Después nunca aparece Divididos y se habla nada más de cómo era Luca. A nosotros nos llevó unos cuantos años aclarar eso”.

“Hicimos muchos ensayos y tocamos muchísimo en barcitos terribles, chiquititos. Tocamos como 130 veces en menos de dos años, yo lo tenía anotado. Es un montón, pero tocábamos en cualquier lado, lugares peligrosos. Un antro en Berazategui donde te tiraban botellazos, Ramos Mejía, Mar del Plata, una vez frente al Museo Sívori, un teatro de Avenida Corrientes. Cuando nos iba bien nos iban a ver 400, 500 personas a Cemento, como mucho. Para Cemento era poco”, enumera Collado. Mollo, en La Nación, recordó a Señor Chinaski como el peor lugar: “Tocamos tres días y reunimos a 45 personas. Quince personas por día”.

Collado cuenta que en un bar de Villa Gesell compartieron fecha con Los Piojos, que recién arrancaban y “eran espantosos”. “Después aprendieron -sigue-. Ahí fue Charly García una vez. Pidió para tocar medio así nomás, cantó un tema, dos, y después se quería quedar. Era un bar con mucha gente, cerrado atrás, y Mollo lo mandó al frente con la gente: ‘¿Y este tipo quién es? ¿Quién se cree que es?’. Todos se le vinieron encima, era medio heavy. Se quedó atrás de mi batería, así, cagado hasta las patas, y yo le decía bancate ese defecto (risas)”.

“Tocábamos mucho en City Pop de Ramos Mejía -dice Gillespi-. Ahí teníamos un bastión que cada vez metía más gente: 200, 250 tipos. Era un lugar ideal para la banda. Después empiezan los mánagers”. Collado revela que lo de “aplanadora del rock” apareció por aquella época. Cuenta que fue idea de “un gordito bien grasa, lamentable”, Marcelo Figoli, actualmente al frente de Fénix Entertainment Group y radios como Rock & Pop y Blue. “Lo puso en los afiches. Quería producir shows, produjo dos o tres y después Mollo lo rajó”, dice. 

“Marcelo Fígoli fue uno de los primeros managers. Hubo varios que duraron poco tiempo”, aporta Gillespi. No pasó mucho hasta que apareció Jorge “Kiling” Castro, mánager del grupo hasta su fallecimiento en 2022. El trompetista dice que “era un fan que venía desde Quilmes” y “tenía muy buena onda con Ricardo”. “Entraba al camarín y lo gastábamos mucho por esto que había actuado del personaje de Kiling”, cuenta, en referencia a la fotonovela erótica del mismo nombre. 

“Un año y pico estuvimos a full y el resto se fue cortando por distintas situaciones”, dice Collado. “Hubo un parate que no sé de cuánto tiempo fue -sigue-. Cambiamos de sala, nos fuimos a Hurlingham. Tocábamos mucho, no había cosas nuevas, no ensayábamos porque la sala no estaba acondicionada y después directamente yo no iba a ensayar. Se empezó a pudrir. Igualmente en ese tiempo hicimos todos los temas del segundo disco. Había mucho funky. ‘Ala Delta’ lo escuchás y es un tema de Sobrecarga. Cómo empieza el bombo. Hasta que en un momento yo ya estaba hasta las pelotas y decidimos juntos que me iba”.

En uno de aquellos Cemento desolados, Federico Gil Solá, un baterista argentino que vivía en Estados Unidos, conoció al grupo. “Había poca gente, unas cuarenta personas. Se sentaban arriba del escenario, en los costados, como de campamento. Me gustó la banda y me vi tocando ahí, algo que no me pasó muchas veces en mi vida. Es más; quizás fue la única vez que me pasó”, le dijo a Nicolás Igarzábal en el libro Cemento, el semillero del rock.

Sin Collado, la banda se mantuvo en estado de experimentación interna. Gillespi difundió grabaciones de ese momento que se pueden escuchar en Soundcloud. Por ejemplo, una versión de “Heroína” en la que el trompetista tocó la guitarra y Mollo cantó desde la batería. En la información adjunta a esas grabaciones se dice que son de 1988, pero ahora Gillespi lo desmiente: “Son de entre 40 dibujos... y Acariciando lo áspero. Es en la época en la que no estaba más Gustavo Collado y no había llegado Gil Solá. Fueron unos meses de brainstorming extraño. Llevé un órgano, una viola eléctrica a la sala y tocaba eventualmente cositas, instrumentos de percusión”. 

En 2018, Gil Solá contó en Facebook cómo fueron sus primeros pasos en la banda: “Entré a Divididos en agosto de 1990, tras una serie de casualidades y carambolas que no vienen al caso. Yo vivía en San Francisco, California, y decidí mudarme a Buenos Aires para tocar con ellos”. La llegada del nuevo baterista dio pie a la etapa más canónica del grupo. El Divididos que le gusta a la gente se forjó en esos años.  

“Después del primer disco Ricardo empieza a ser más hendrixiano. Hasta ese momento era un guitarrista raro, sus solos eran más parecidos a los de Adrian Belew que al solo de rock and roll. Creo que todo ese caldo de cultivo se dio entre el primero y el segundo disco. De hecho empezamos a tocar ‘Voodoo Child’, ‘Little Wing’ y se empezaron a copar con la Jimi Hendrix Experience y toda esa película”, explica Gillespi.

El ingreso del nuevo batero abrió otras influencias, más políticas, y reavivó el gusto de Mollo y Arnedo por el folclore que habían incorporado desde la infancia pero nunca habían desarrollado musicalmente. “Con Federico fue amor a primera vista. Un loco con los pelos por acá, que venía de Estados Unidos fumando porro, y ‘sí, toco la guitarra, el bajo, la batería, el bombo legüero, me gustan los Doors y Atahualpa Yupanqui’. Nos mató. Y creo que él pega con Diego por el folclore. Eso no estaba tan curtido en Divididos”, explica el trompetista. 

“Nunca hablamos de cuál iba a ser el arreglo monetario”, explicó Gil Solá por Facebook,  y agregó: “Desde el principio, Ricardo y Diego fueron generosos conmigo en todo sentido: me dieron el 33 por ciento de las ganancias y me incluyeron en la composición de los temas. Ambas cosas suelen ser bastante poco usuales. Supe aprovechar la oportunidad, y ayudado por la impetuosidad de mi juventud pude contribuir, no sólo en la composición de temas nuevos, sino también en un giro en la estética de la banda y en el método de trabajo”. 

“El folclore tocado en batería no es fácil. Federico lo tocaba como la concha de la lora -sigue Gillespi-. Una cosa es tocar un bombo, pero tenés que ser muy criterioso para tocar chacarera porque la batería puede ser una bola de ruido. Federico tocaba fantástico, era una cantera interminable. Pasaba a otro ritmo, todo se transformaba en reggae, después en chacarera, después en rock and roll. Collado era más inglés, casi te diría de una banda más punk. Te hace un ritmo desde el principio hasta el final. Gil Solá era más de Spinetta Jade con cosas de Bonham, un batero increíble. Se dio una yunta tremenda. Pero, también ‘qué frío’, ‘qué calor’, ‘yo de mañana no ensayo’, no era una carmelita descalza”. 

“Mi primer show fue en boliche llamado Boa Vista, en Palermo, para unas cincuenta personas. El segundo fue en City Pop de Ramos Mejía, para diez”, recordó Gil Solá, quien se instaló en la nueva sala. Allí, los músicos pudieron profundizar en temáticas que después se reflejaron en los discos de la banda. 

La nueva sala del trío era un ex estacionamiento subterráneo. El lugar era tan grande que incluía depósito de instrumentos y equipos, habitaciones y más comodidades. “Federico vivía ahí. Me acuerdo de quedarme tomando mate después de los ensayos, del chabón hablándome del Che Guevara. Era lector, compraba Página 12 todos los días. Una data de izquierda intelectual que nosotros no teníamos. Creo que Divididos no era tan ideológico antes de Federico. Era más de la cultura de la ciudad, las drogas, pero no tan del ojo político”, aporta el trompetista, y cuenta que “cuando se pudrió todo”, después de La era de la boludez, “Federico se quedó con eso y ellos se fueron a Parque Leloir”. 

Sobre el final de su posteo, Gil Solá explicó que le tomó mucho tiempo reconocer que su lugar en la historia del grupo no fue sólo gracias a su talento musical y el aporte temático, sino también porque Mollo y Arnedo “tuvieron la visión y la generosidad” de otorgárselo.

Después de Gil Solá, Divididos cambió dos veces más de baterista y realizó introspecciones, experimentaciones y modificaciones tanto en el plano musical como en el personal. Para Gillespi, la evolución del trío en estos treinta años no evita que se filtren destellos del comienzo: “Cuando Diego se da vuelta, mira al baterista o lo mira a Ricardo, eso es el Divididos antiguo, el verdadero. Porque cuando un músico se da vuelta a la multitud y mira a su baterista, a su amigo, y empieza a hacer música, está volviendo a sus raíces. Es así. Cuando te conectás con tu compañero en vez de conectarte con la limusina o con Grinbank. A veces los miro en un video o los encuentro en la tele y cuando pasan esos momentos ellos son los Divididos que eran antes. Después, bueno, es una banda gigante, en un punto. Debe tener cada uno su asistente, cada uno llega por su cuenta al ensayo, cada uno toma su Gatorade de gustos distintos, cada uno va en su avión privado, viste. Tienen todas esas cosas. Exageré lo del avión, pero son un poco así. Ya son grandes”. 

Una versión reducida y corregida de este artículo se publicó en La Agenda en 2018. 

6 comentarios:

Collo Damore dijo...

Grandioso este artículo, Federico

Anónimo dijo...

Tremenda nota!!!!!gracias

Anónimo dijo...

Buenísima la nota. Ya casi no se leen cosas así! Gracias!

Fede Anzardi dijo...

Muchas gracias a todos.

Guile dijo...

Deslumbrante calidad, ¡muchas gracias!

Fede dijo...

Gracias a vos por leer.