lunes, 26 de septiembre de 2016

Canten, putos

(Ricoteros en su salsa. A la foto la saqué de acá)

Una noche de 2013 partí a Mendoza para ver al Indio Solari. Viajé en un colectivo repleto de ricoteros desconocidos que seguían a rajatabla el manual de la misa: escabio, faso, agite y cantos. Al mediodía, cuando llevábamos unas doce o trece horas en la ruta, me calcé los auriculares para escuchar la música que llevaba en el teléfono. Lo primero que puse, de puro contrera, fue Cerati. Amo a Patricio Rey pero en momentos así me gusta correrme de lo que se supone que hay que hacer. Por ejemplo, el año pasado, cuando se estrenó la película del Indio en los cines de todo el país, fui a verla vestido con camisa blanca sólo porque sabía que casi todos iban a lookearse con remeras de PR.

No es de hinchapelotas. Es que nunca está bueno parecer uniformado. Entonces, estaba en el colectivo, callado, casi sin escabiar (cada tanto aceptaba un solidario trago de fernet que llegaba en una hielera de metal) y escuchaba los temas de Fuerza Natural: “Cactus”, “Convoy”, “Tracción a sangre”, “He visto a Lucy”. El último Cerati, el más elegante de todos. Cuando me sacaba los auriculares me encontraba con la realidad: un parlante que saturaba y pasaba sin interrupciones la discografía de Los Redondos.

El momento que más recuerdo llegó cuando terminó Cerati y empezó “'81”, una canción extraordinaria: arpa, voz y una hermosa letra, como todas las de Joanna Newsom, que es una genia absoluta porque además de ser una gran compositora es una poeta del carajo.

Mientras miraba la geografía cuyana a través del vidrio de ese Plusmar rentado y escuchaba a Joanna cantar con voz de gata que reclama más Whiskas, un grupo de cinco ricoteros hacía pogo en el pasillo del bondi y gritaba “canten, putos, para qué vinieron”. En pleno descontrol me vaciaron media hielera encima.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Sin diversión para turistas


Hoy comienza la primavera y el clima acompaña. Vayamos, pues, al Mercado San Miguel a escuchar canciones folclóricas que no hablan de boludeces de agencia de turismo sino de lo que sucede acá donde vivimos. No sé usted, pero la opción es tentadora. Especialmente porque las frescas están a cincuenta pesos. Todo cierra.

El Mercado, usted sabrá, es un laberinto que podría servir de locación para películas hollywoodenses o producciones más intelectuales. Todo depende del abordaje. Los pro yanquis seguramente filmarían acá para mostrarnos una zona propensa a lo latino, pobre y narco. El egresado de Humanidades no dejaría pasar la oportunidad para enviar un mensaje y celebrar una comida o una canción sólo por su origen proletario. Y estará muy bien, porque ¿qué es mejor? ¿La música que suena perfecta, grabada en los mejores estudios del primer mundo, o la que sale de las entrañas de la experiencia? Algo de eso tiene la obra de Bruno Arias, que se hace presente a las 20 horas, tal como se había anunciado.

El jujeño sube a un escenario improvisado en el primer piso del Mercado. Un balcón pequeño que está en la entrada de la Fundación San Miguel, que preside el mandamás del lugar, José “Pepe” Muratore. Ahí abajo, los vendedores de los puestos, los clientes y los que llegaron especialmente para presenciar este concierto empiezan a agolparse en un estrecho pero largo pasillo que servirá de campo general.

Las “plateas” son las mesas que están en el patio de comidas del primer piso de este shopping telúrico. Allí van y vienen las chicas que intentan seducir a los gritos a los recién llegados. Imponen sus ofertas: pase, siéntese, qué quiere comer. Hay promo de pizza y gaseosa a ochenta pesos. La pizza con cerveza cuesta 110 mangos. En pocos minutos se ocupan todas las sillas.

A las 20.10, un locutor de la radio del Mercado saluda y les da la bienvenida a todos los presentes. Cuenta que este evento se realizará a beneficio de comedores infantiles. Y agrega que todas las donaciones de alimentos no perecederos pueden ser depositadas en la emisora. “Si no tienen pueden comprar en los puestos”, propone, práctico.

Arias y el bombisto tilcareño Alejandro Salamanca realizan un repertorio muy celebrado. Mientras tanto, abajo el público es cada vez más numeroso y por las mesas de arriba pasan distintos vendedores ambulantes: africanos con joyas, tipos que ofrecen CDs truchos, planchas para el pelo, medias. También mujeres que dejan estampitas y nenes que piden monedas.

“Qué lindo que se arme esto para compartir con los que menos tienen”, dice Arias, y se pone a cantar “Kolla en la ciudad”, que cuenta la historia de un tipo que se va del NOA y encara para Buenos Aires porque está cansado de la miseria y de “ser la diversión para turistas”. “Mudaré mi poncho por ropa ciudadana y con tono porteño encontraré trabajo. Seré un albañil, seré un basurero, seré una sirvienta sin pucarás ni lanas”, canta y todos los presentes lo acompañan.

martes, 20 de septiembre de 2016

Volver a Casas


En la tapa, realizada por Santiago Motorizado (que también hizo la de Titanes del coco), alguien tira una patada. Es una portada ambigua, como las de los discos de Virus. No sabemos si la persona que la protagoniza es hombre o mujer. Estamos seguros de que practica un arte marcial pero no vamos a averiguar si es karate, taekwondo o jiu-jitsu porque este texto surge desde la experiencia, no de la deontología periodística. Así escribe Fabián Casas. No chequea los datos, habla desde adentro, usa lo que tiene. No le interesa brindar información precisa sino utilizar escenas, imágenes, obras y personas en función de lo que tiene para decir.

Para Casas, el poeta avanza sobre la oscuridad, guiándose por la intuición. Y Casas, antes que nada, es poeta. Como Neo, el personaje de Matrix que empieza a ver de otra manera cuando se convierte en El Elegido, reconoce la poesía en todos lados. La puede encontrar en los surcos de la música popular, en las trampas de los periodistas menos cínicos y en el comienzo de la final del Mundial 74. Dice que la buena poesía, aun cuando pareciera afirmar algo, siempre se encuentra en estado de pregunta. También que la poesía que más le gusta es la que no entiende.

Bien adelante en la portada están los datos duros: autor, título y subtítulo. O el primer poema del libro:

Fabián
Casas
Trayendo a casa
Todo de nuevo
Todos los ensayos

Podría ser “todo de nuevo, todos los ensayos”, que quizás no sean sentencias sobre temas diversos publicadas en revistas, diarios, blogs y otros libros, sino pruebas, experimentos. Una sala de ensayos.

Como la buena poesía, Casas vive en estado de pregunta. Prefiere el camino a la llegada. ¿De qué habla en sus textos? De Spinetta, seguro. Ya lo sugiere el título, una derivación de “Cantata de puentes amarillos”, canción clave del repertorio spinetteano porque incluye la máxima “aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor: mañana es mejor”.

Para Casas, mañana es mejor, siempre. Es enemigo de la nostalgia. Le teme porque sabe que podría caer en ella fácilmente. Para eso, dice, hace karate y toma whisky. Y acá es donde la portada termina de volverse ambigua. Si mañana es mejor, ¿por qué traer a casa todo de nuevo? ¿Por qué hay que volver a casa? ¿O hay que volver a Casas y falta una s, algo que no sería raro en las habitualmente desastrosas ediciones de Planeta?

lunes, 19 de septiembre de 2016

Más música

(Foto: Facebook Pez)

Volvió Pez a Salta. Tocó por tercera vez en la ciudad. La primera había sido hace diez años. La segunda, en 2014. Esta fue la mejor de todas. Básicamente porque yo pude ir. Las anteriores no me habían tenido como espectador, pero en 2006 alcancé a arrancar un afiche que aún conservo sin colgar. Era blanco y negro y tenía las caras en primer plano de los cuatro músicos, parecido a la tapa de With The Beatles.

El recital fue en Fábrica de Música, una ex concesionaria vidriada que suena horrible y es puro calor. Antes de entrar, un amigo periodista me contó que se habían vendido apenas treinta anticipadas, una tristeza. El recital finalmente fue presenciado por unas 150 personas repartidas en el lugar.

Fue un concierto excelente que se escuchaba mejor desde la vereda, porque, insisto, el lugar es imposible. Lo pude comprobar porque primero escuché desde afuera. Tocaron canciones hermosas como “Más música”, “Cassette”, “De la vieja escuela del amor”, “Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar” y (ahora no me acuerdo bien) “El viaje” o “Difícil de conseguir”. Quizás ambas. También sonaron “Los orfebres”, “Introducción, declaración, adivinanza” y “Último acto”. Yo esperaba “Todo lo que ya fue”, que me parece el mejor tema de la banda, pero no apareció.

Mientras lo veía al Artista Antes Conocido Como Minimal dar un paso al frente y hacer un solo con los ojos cerrados pensaba que a pesar de los veintipico de años que tiene la banda la sensación es que el mejor momento es ahora.

Creo que Rock Nacional, el disco que sacaron hace unos meses, es el más accesible y también el mejor. Tiene canciones preciosas, gran punto a favor, suena súper actual y mantiene el riesgo.

La actualidad es tanta en Pez que la tapa de Rock Nacional refleja un estado político constante de este año: el de la protesta de la gente y la represión policial. Es un llamado a la rebelión desde todo punto de vista. El visual y también el sonoro. Porque la banda, como dice Fabián Casas, trabajó en contra de su habilidad. El disco anterior, El Manto Eléctrico, fue de un dub psicodélico colgado que no tenía mucho que ver con este presente.

Pez no edita discos malos. Y lo hace dentro de una paleta sonora que se permite el riesgo, lo que vuelve aún más meritoria esa vara alta que nunca desciende. El grupo desde sus inicios a mediados de los noventa osciló entre el punk, el hardcore, el rock progresivo, el folk, la psicodelia, el candombe, el jazz. No se puede resumir a la banda por una sola canción. Tampoco por un solo álbum.

A pesar de esa enorme variedad, el grupo nunca tuvo un hit radial. Probablemente, de diez personas encuestadas en las calles de nuestra ciudad, apenas una o dos hayan escuchado su música. Es que Pez sintetiza como ninguna otra banda la actualidad del rock argentino de estos años, aunque generacionalmente pertenezcan a otra camada.

               

viernes, 2 de septiembre de 2016

Espíritu amateur

(Rosso y Lernoud en épocas de la Expreso con discos de la Incredible String Band)

Esta semana apareció un artículo que escribí sobre Expreso Imaginario y el periodismo contracultural de hoy. La nota, publicada en La Agenda, decía que la revista había trascendido porque logró pararse en un lugar original, distinto al de los medios de la época. Para completar esta idea y reforzar el texto entrevisté a Pipo Lernoud y Alfredo Rosso.

Por una cuestión de espacio, como suele suceder, una buena parte de las declaraciones quedaron afuera de la nota. Pero no quería dejar pasar la oportunidad de compartir las entrevistas completas porque creo que son muy interesantes.

Algunos detalles pintorescos: el día a día del periodista es de una crotera importante y la falta de recursos es moneda corriente en mi vida, así que las dos notas fueron hechas de manera poco ortodoxa. La primera se hizo por WhatsApp. Por suerte, Pipo tuvo mucha paciencia y una predisposición que permitió sacarla adelante. La segunda se hizo por mail, en dos patadas, gracias a la generosidad de Alfredo, que contestó rapidísimo una cantidad de texto que superó la extensión original pensada para el artículo.