miércoles, 4 de noviembre de 2020

Una conexión profunda

 Foto: Guido Adler.

Por fin, después de casi ocho meses, Fito Páez pudo presentar La conquista del espacio, su último disco. Fue anoche en el Movistar Arena de Buenos Aires en un concierto vía streaming que estuvo a la altura de las expectativas. El recital fue una especie de revancha luego de la suspensión del show del 13 de marzo pasado en el hipódromo de Rosario.

De todas maneras esta actuación virtual no compensa aquella suspensión rosarina que Fito ya prometió que se realizará tarde o temprano. La demora tuvo sus ventajas, como permitir que lxs fans pudieran asimilar por completo las canciones del nuevo disco, el mejor desde Confiá (2010) y uno de los puntos más altos de la carrera del Fito siglo XXI.

Otra de las ventajas fue que por la cuarentena Fito pudo cuidar más su voz y no someterla al ajetreo habitual de conciertos que en plena gira le impiden recuperarse del todo. Anoche se lo escuchó muy bien, sin necesidad de padecer odiseas vocales en busca de la nota perdida, como sucedió en su presentación en el festival de Cosquín, el de folclore, en enero de este año.

                     

“Ojalá sea un concierto inolvidable”, dijo Fito apenas empezó y por momentos lo fue. Todo estuvo preparado para la más alta calidad. A medida que avanzaba, la transmisión pedía de antemano su futura edición como película oficial. La buena combinación de cámaras, la escenografía y lo ajustado del show logró una excelente jornada de 17 canciones en una hora y media.

Como era de esperarse, el vivo le sentó muy bien a los temas del disco nuevo. En especial el tono rockero de “Las cosas que me hacen bien”, con links a “El chico de la tapa” y a “Let’s Spend the Night Together” de los Stones. En el otro extremo, la inquietante “La canción de las bestias” mostró a Fito en gran forma vocal en esa pieza acústica que comienza como “Dust in the Wind” de Kansas y termina como si fuera un cuento de Mariana Enriquez.

No fueron tantas las canciones nuevas que sonaron. A las dos ya mencionadas hay que agregarles “La conquista del espacio”, que abrió el concierto, y la ganchera “Maelström”, el último corte. Claro que esta vez faltó la gente para corear el estribillo y ahí estaba una de las grandes dudas de la noche: cómo iba a hacer Fito para llevar adelante un show de estadios sin público. La inmensidad de las butacas vacías fue bien cubierta por la oscuridad y las pantallas pero nunca dejó de percibirse la ausencia, que era más sonora que visual. La falta de público se notaba en los finales de las canciones, no sólo por la falta de aplausos sino por el silencio posterior, coronado quizás por alguna tos del staff y por los elogios de Fito para sus músicxs, algo que le daba una sensación más de ensayo o evento íntimo. Sin embargo Fito logró dominar al monstruo invisible la mayoría de las veces. Acostumbrado a la interacción, pidió que la gente apagara las luces de sus habitaciones y abriera las ventanas para acortar las distancias de esa manera. La gente respondió en diferido, por redes sociales.

Quizás el mejor momento de la noche haya sido “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, con un aporte excelente de Nathy Peluso en el escenario. También una potente “Naturaleza sangre”. La sorpresa fue una versión de “Circo Beat” bien rockera. La fidelidad de la transmisión permitió captar matices que en persona en un recinto se escapan y contribuyó a realzar la canción. Porque lo que Fito perdió al no tener la intensidad del cara a cara lo ganó en calidad de sonido y eficacia.

El show decayó un poco en los últimos cinco temas: “Brillante sobre el mic”, “Ciudad de pobres corazones”, “A rodar la vida”, “Dar es dar” y “Mariposa tecknicolor”. El problema fue la elección de canciones, no su interpretación. Se trata del repertorio habitual de los conciertos de Fito, piezas revisitadas hasta el hartazgo incluso por las personas que no suelen ir a sus recitales. Una falta de sorpresa que pudo haber provocado que más de unx empezara a mirar su teléfono. Lo curioso es que unas horas antes, en el programa Morfi, de Telefe, Fito había tocado varios temas fuera de libreto como “Normal 1” y “Canción de amor mientras tanto”. El rosarino quizás no se da cuenta de que a sus fans las canciones que no hace les gustan tanto como las que hace siempre. Con más de treinta años de clásicos, sólo elige un puñado, y eso resulta limitante. Podría lograr conciertos memorables con sólo apelar a su propia historia.

Antes del final Fito agradeció a lxs enfermerxs y a todxs lxs que están en la primera línea ayudando a luchar contra la pandemia durante “este período tan delirante”. “Ya vendrán otros problemas, pero queremos problemas nuevos”, dijo.

En la despedida, con Fito y su banda de pie en el escenario, se pudo leer el título de una novela del escritor japonés Kenzaburo Oé, “¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!”. Luego hubo unos tres minutos de créditos, con la lista de todas las personas que trabajaron para realizar el show, un aviso de la importancia de hacer grandes conciertos aún en pandemia. Una señal de que cada peso de la entrada valió si sirvió para permitir que la cultura no se quede aún más estancada de lo que está. Y un llamado de alerta que nos dice que si en las grandes ligas del espectáculo hay necesidades, en la cultura autogestionada la situación es desesperante, por lo que es fundamental trabajar de manera colectiva para que todo resurja. Y que ese empuje presione a las autoridades de cada gobierno. Algo de eso quizás intentó decir Fito al final de la transmisión, cuando apareció otra frase, esta vez de su propia autoría, con un agregado actual: “2020: ¿Quién dijo que todo está perdido?”.

Publicado en Rock Salta

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