(Imagen: Facebook Bruno Arias)
Hoy comienza la primavera y el clima acompaña. Vayamos, pues, al Mercado San Miguel a escuchar canciones folclóricas que no hablan de boludeces de agencia de turismo sino de lo que sucede acá donde vivimos. No sé usted, pero la opción es tentadora. Especialmente porque las frescas están a cincuenta pesos. Todo cierra.
El Mercado, usted sabrá, es un laberinto que podría servir de locación para películas hollywoodenses o producciones más intelectuales. Todo depende del abordaje. Los pro yanquis seguramente filmarían acá para mostrarnos una zona propensa a lo latino, pobre y narco. El egresado de Humanidades no dejaría pasar la oportunidad para enviar un mensaje y celebrar una comida o una canción sólo por su origen proletario. Y estará muy bien, porque ¿qué es mejor? ¿La música que suena perfecta, grabada en los mejores estudios del primer mundo, o la que sale de las entrañas de la experiencia? Algo de eso tiene la obra de Bruno Arias, que se hace presente a las 20 horas, tal como se había anunciado.
El jujeño sube a un escenario improvisado en el primer piso del Mercado. Un balcón pequeño que está en la entrada de la Fundación San Miguel, que preside el mandamás del lugar, José “Pepe” Muratore. Ahí abajo, los vendedores de los puestos, los clientes y los que llegaron especialmente para presenciar este concierto empiezan a agolparse en un estrecho pero largo pasillo que servirá de campo general.
Las “plateas” son las mesas que están en el patio de comidas del primer piso de este shopping telúrico. Allí van y vienen las chicas que intentan seducir a los gritos a los recién llegados. Imponen sus ofertas: pase, siéntese, qué quiere comer. Hay promo de pizza y gaseosa a ochenta pesos. La pizza con cerveza cuesta 110 mangos. En pocos minutos se ocupan todas las sillas.
A las 20.10, un locutor de la radio del Mercado saluda y les da la bienvenida a todos los presentes. Cuenta que este evento se realizará a beneficio de comedores infantiles. Y agrega que todas las donaciones de alimentos no perecederos pueden ser depositadas en la emisora. “Si no tienen pueden comprar en los puestos”, propone, práctico.
Arias y el bombisto tilcareño Alejandro Salamanca realizan un repertorio muy celebrado. Mientras tanto, abajo el público es cada vez más numeroso y por las mesas de arriba pasan distintos vendedores ambulantes: africanos con joyas, tipos que ofrecen CDs truchos, planchas para el pelo, medias. También mujeres que dejan estampitas y nenes que piden monedas.
“Qué lindo que se arme esto para compartir con los que menos tienen”, dice Arias, y se pone a cantar “Kolla en la ciudad”, que cuenta la historia de un tipo que se va del NOA y encara para Buenos Aires porque está cansado de la miseria y de “ser la diversión para turistas”. “Mudaré mi poncho por ropa ciudadana y con tono porteño encontraré trabajo. Seré un albañil, seré un basurero, seré una sirvienta sin pucarás ni lanas”, canta y todos los presentes lo acompañan.