domingo, 24 de agosto de 2025

Luché todo el sábado con una nota que debo entregar esta semana. Tengo 24 páginas de Word de entrevista y seis de borradores. También unas diez páginas garabateadas en un cuaderno con ideas, datos y teorías. Escuché discos, revisé el archivo, miré videos, leí artículos ajenos y repasé libros y revistas. Pero todavía no encuentro el comienzo. Ya intenté varias escenas y todavía no doy con un inicio que me guste, que me permita continuar con el resto del texto de una manera coherente, no forzada. Sé que de alguna manera va a salir. Quizás mañana a esta hora ya tenga todo resuelto. Pero hasta que no pueda encontrar la puerta de entrada, todo lo demás queda atascado. 

Tendría que estar todo el tiempo dedicado a eso. No hacer "otra cosa que escribir", como cantaba Fito Páez. Pero el periodismo es un oficio que a veces exige concentración y otras demanda poner la cabeza en cualquier lado para que las ideas tomen forma. Así que me fui a escuchar a Lu Glass y al Sindicato del Drone, que tocaban anoche en Roseti.  

Llegué con mucha expectativa y algunas certezas. Ya conocía el "dream pop visionario" de Lu. Las seis canciones que hizo junto a Pol Díaz, en plena transición hacia una banda más grande, fueron para mí la introducción ideal de la noche. Me gustó mucho "IVB", un tema que salió esta semana. Un adelanto del futuro disco En la ribera de la noche plutónica. 

Lo raro empezó después. No sabía muy bien qué esperar del Sindicato del Drone. Había escuchado algo en Spotify pero no alcanzaba a hacerme una idea. Sólo tenía una referencia que me habían dado los Winona Riders cuando los entrevisté hace dos meses. "Cuando suben al escenario dejan como un minuto de silencio, después arrancan. Ese silencio es parte del show", me decían. El dato me parecía fascinante y me generaba cierta intriga, pero no tenía mucha más información. De hecho, un rato antes de que empezara el recital me puse a hablar con un par de colegas que estaban en la misma que yo. Acordamos que si no entendíamos nada siempre podríamos usar el adjetivo "lyncheano" para no quedar como unos burros. 

En realidad la cosa no empezó con un silencio, sino con un manifiesto leído por Clara Ruocco, quien remarcó que la banda siempre busca que cada integrante toque la menor cantidad de notas durante el máximo tiempo posible. Clara explicó que el Sindicato propone abandonar la performance individual y abrazar lo colectivo. Me hizo acordar al verso de Spinetta que dice "es inútil que pretendas brillar con tu historia personal". Un verso que a veces me da ganas de dedicárselo a todos los aspirantes a influencers y transformarlo en "es inútil que pretendas brillar con tu storie personal". La aparición de ese manifiesto antes del inicio del show es determinante, porque es imposible separarlo de la música. Las palabras impactan en la forma de escuchar. ¿Cómo habría reaccionado mi cabeza si no hubiera prestado atención a la lectura de Clara? ¿Por donde habrían ido mis pensamientos?

Entonces sí, llegó el silencio y después empezó la música. Para que lo entienda el rockero en casa: fue como si la introducción de "Shine On You Crazy Diamond" hubiera sido intervenida durante treinta o cuarenta minutos con variantes sutiles que se percibían a medida que el oído y la mente se adaptaban a lo que pasaba. Anoche estuvo Ernesto Romeo de invitado, que muchos recordarán por su participación en Para las almas sensibles, el disco en vivo de Pez publicado hace veinte años. Romeo le dio el destino definitivo a la pieza que se escuchó, que siempre es distinta y se toca una sola vez. Cuando todos los demás integrantes del Sindicato comenzaron a irse del escenario, Romeo se quedó solo y por un instante la música varió con mayor acentuación. Allí se percibió la conciencia colectiva que nos había rodeado hasta ese momento. Porque siempre es asi: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

viernes, 1 de agosto de 2025

El dream pop visionario de Lu Glass

Foto: Bianca Sifredi

De nada sirve escaparse de uno mismo. Lo cantó Moris en 1970, lo entendió Lu Glass en 2009, cuando reconoció que no podía dedicarse a una sola cosa sin sentirse miserable. Siete años antes había dejado la música que hacía desde la adolescencia. Se había concentrado en la abogacía. Trabajaba en un tribunal, daba clases, pero no le alcanzaba. “En un momento reventé”, dice hoy, cuando ya combina su trabajo en una defensoría con sus canciones basadas en capas de sintetizadores. Un dream pop “visionario”, como prefiere definirlo, que aspira a generar imágenes a partir de temas oscuros en los que canta con una voz contenida.

En persona, Lu Glass no se parece tanto a sus canciones. Cuando habla es luminosa. Conecta sus ideas con libros, películas o artistas. Si mira hacia atrás puede encontrar su identidad en su padre, un psiquiatra que también es músico y artista plástico. O en su abuela profesora en un conservatorio. También en la lectura de Salinger, en el cine de Lars von Trier o en el recuerdo del ruido constante que hacían los caños de Techint cuando todavía se llamaba Siderca, durante las madrugadas de Campana, donde nació y vivió hasta que cumplió veinte años, en 2002. En El rayo, su primer disco, de 2016, Lu incorporó ese recuerdo al samplear aquellos caños que todavía forman parte de la banda de sonido campanense. “Yo odiaba la ciudad. Quería irme a la mierda y me fui. Pero después empecé a valorarla, a conectar con las cosas que vos te das cuenta que te influenciaron. Campana me acompaña estéticamente. Esa cosa industrial tremenda que es muy hermosa verla de noche, por ejemplo, cuando se prenden las luces. Y a la vez terrible, porque es una contaminación”, cuenta.

Se puede decir que Lu convive con la contradicción. No sólo porque es algo que aparece en todos lados, incluso en cada uno. Sino porque la acepta y trata de hacer algo con ella. Un ejemplo es el video de su flamante simple, “El fin del verano”, realizado por Francisco Olivero y Silvina Costa. Muestra imágenes de una presentación en vivo en julio de 2023 durante el Festival Imprevisible, organizado por Rodrigo Ottaviano en las Galerías Larreta, cerca de la Plaza San Martín. “Es un poco el mecanismo de la gentrificación. Que los artistas ocupen los lugares que están medio muertos. Levantarlos. Pero a la vez, lo loco, es que lo que había en la galería son cosas de memorabilia de los milicos, una cosa un poco siniestra. Al final es medio ambiguo. Porque los artistas se instalan, ponen las galerías de arte, sube el precio de los barrios, y después, el viejo que tenía un local de monedas no puede pagar el alquiler y termina eyectado en otro lado. Y yo, como abogada de la defensoría, podría perfectamente tener el caso de esa persona que no puede pagar el alquiler ahí. Y como artistas tenemos que ser conscientes también de las movidas en las que participamos. De las consecuencias”, dice. “Aunque la movida que se ve en el video yo la rescato porque sobre todo hay algo de trastocar los espacios, que es algo bien situacionista que me parece que está bueno que suceda. Te podés topar con otras formas de vivir. Ese tipo de cosas generan una grieta en la rutina aceitada del capitalismo, por donde se puede colar, de repente, al menos un lugar por donde alguien puede encontrar a sus semejantes. Encontrarse con los pares. Y no se sabe, después, lo que puede pasar a partir de eso”, sigue.

jueves, 10 de julio de 2025

Winona Riders: romper y arrancar de vuelta

Foto: Prensa Indie Folks

El rock es así. Hay que componer, ensayar, viajar, tocar, dar entrevistas y a veces buscar mapas europeos en un atlas de Clarín. Al menos eso es lo que tienen que hacer los Winona Riders esta noche, aquí, en las oficinas de Indie Folks, en Buenos Aires.

«Hoy no se va nadie hasta terminar esto», dicen. «Esto» es preparar el flyer para los shows que van a dar en noviembre en Irlanda, Inglaterra, Francia, Alemania, Dinamarca y España. Y hay que apurarse, porque el tiempo no está de su lado. Faltan dos días para anunciar la gira y por alguna razón la gráfica les está llevando más de lo pensado. Así que Ricky Morales, uno de los guitarristas, llega con dos atlas enormes que carga en una totebag con el logo del grupo, dispuesto a encontrar imágenes que puedan inspirarlos.

En un sillón está Santiago Vidiri, el bajista, que llegó primero porque trabaja cerca. Luego aparece Gabriel Torres Carabajal, uno de los cantantes. Los tres se manejan como si estuvieran en su casa. Suelen pasar muchas horas aquí ensayando o trabajando en otros aspectos del grupo. Y tienen mucha actividad: Winona Riders es hoy uno de los referentes de la nueva escena nacional. Con tres discos editados y un reciente show en el estadio Obras de cuatro horas y media, el quinteto sostiene orgulloso su chapa de insignia de la renovación del rock argentino.

Formada en 2018 en el Conurbano Bonaerense, la banda se completa con el guitarrista y cantante Ariel Mirabal Nigrelli y el baterista Francisco Cirillo. Muchos la conocen solamente por la eficiente táctica de promoción de 2023, cuando estaba por aparecer el disco debut, Esto es lo que obtenés cuando te cansás de lo que ya obtuviste, que consistió, básicamente, en salir a decir que Winona Riders era lo mejor que le había pasado al rock nacional en las últimas décadas.

Pero la arrogancia no venía en un envase vacío. Su primer disco no cambió el mundo, pero sí permitió que los Winona pudieran consolidar el fenómeno que protagonizaban en Buenos Aires, donde llenaban sin problemas lugares medianos como Niceto. Tras su debut discográfico, la banda empezó a expandirse y a tocar en las provincias y en festivales importantes como Lollapalooza (donde el año pasado fueron noticia por su crítica a Javier Milei con una bandera que mezclaba la de Argentina con la de Estados Unidos). Luego, en ese mismo 2023 llegó el segundo disco, El sonido del éxtasis. El año pasado, en noviembre, apareció No hagas que me arrepienta, el tercero, que traía «V.V», una canción dedicada a Victoria Villarruel no en los mejores términos.

La semana que viene los Winona se olvidarán por un rato de su gira europea de noviembre y apuntarán al NOA, adonde llegarán por segunda vez para dar shows en Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Jujuy. Antes de los conciertos, la banda habló de su presente, de las polémicas pasadas y de la nueva etapa que comienza luego del emblemático show en Obras Sanitarias.

¿Cómo están después de Obras?
Santiago: Dejamos la vara muy alta para nosotros mismos, me parece.
Gabriel: Yo creo que si bien la vara está muy alta, no deja de ser, no por desmerecer el escenario o la cantidad de gente que había, o la cantidad de horas y temas que tocamos, no deja de ser como una fecha más. Entonces si bien la vara quedó alta, a la vez siento que estamos entusiasmados por lo que viene, por lo que sigue.
Santiago: Sí, bueno, pero hablando más que nada de nosotros, hicimos pretemporada para llegar a ese partido como nunca, boludo.
Gabriel: Eso es cierto.
Santiago: Le pusimos una cabeza…

¿Cuánto tiempo duró esa pretemporada?
Santiago: Y fue desde que lo anunciamos, básicamente, que eran los ensayos tres veces por semana, juntadas de producción con todo el tema de las luces, las pantallas.
Ricky: Escenografía, luces, equipo técnico, backline.
Santiago: Toda la parte del Sindicato del Drone, invitados, no sé qué.
Gabriel: Los vientos.
Santiago: Todo agarrado, nada dejado al azar.
Gabriel: Armar los bloques.
Santiago: También.
Gabriel: Eso lo recuerdo muy engorroso.
Santiago: Hacer un show de cuatro horas, separarlo en momentos de forma tal que sea dinámico. Yo creo que quedamos todos muy contentos con el resultado y quedó eso: lo recontra podemos hacer y ahora más. ¿Cómo pasamos esa vara?
Ricky: Sí, creo que capaz no nos enfocamos tanto en el hito del Obras, sino que es más personal, de tener un lugar acorde a poder explayarte, digamos. Y hacer la producción total que teníamos en la cabeza y que por tocar en otras venues más chicas no podíamos explayarnos o no podíamos producir como nosotros queríamos la fecha. Creo que lo terminamos utilizando más de esa manera. Como un lugar gigante en donde podíamos poner todos los detalles que había en nuestro cerebro. Y después eso: si bien tiene una carga histórica el Obras, es un paso más para nosotros.

Cuando Duki llegó a River dijo algo así como y ahora ya está, se terminó todo. ¿Es pensar en términos numéricos? ¿Ya llegué a lo máximo? ¿No se piensa en términos artísticos? Por la respuesta que ustedes dan, parece más lo segundo.
Gabriel: Siempre es una cuestión artística. Y los números podremos llegar al límite, pero en cuanto a lo artístico no sé si hay un límite. Siempre es una búsqueda distinta.
Santiago: Además Obras no es un River (risas).

jueves, 10 de abril de 2025

Si una inteligencia artificial transformara la música y las letras de Hermética en una sola imagen, el resultado podría ser un cassette. Un TDK D60 High Output Dynamic Performance con cinta scotch sobre los huecos de las lengüetas arrancadas a puro puntazo de birome. Un cassette de suave transparencia gris asfalto, como el color de las calles que la banda retrató en canciones que resonaban en un público que no convivía con la IA sino que se anestesiaba con VA: el vino artificial en el que no flotaban las burbujas del champagne de aquellos años menemistas de pizza y billetes truchos impresos por Armando Gostanián. Quizás sea simple nostalgia convertida en dogma inútil, pero Hermética no debería escucharse en tiendas de música online. Ni siquiera en CD. Debería reproducirse en esos viejos TDK, BASF o Maxell que hoy quedan muy lindos como adornos de bibliotecas difundidas por Instagram. Podría escucharse en YouTube, algo así como el casete de nuestra era. Pero no tenemos alternativa. El sueño se volvió un consumo y a las canciones se las apropió uno solo. Y ahí es donde todos hacemos clic para escuchar. Ahí, donde también está Ajeno al tiempo, el disco de versiones de Hermética de Ana Patané que se publicó a fines de marzo.

Ana, clase 1982, nunca vio a Hermética en vivo, pero hizo un disco de fan que a la vez es una relectura de la banda. El sonido acústico, tanguero y milonguero, le da un peso mayor a las letras. Las ilumina. La voz clara de Ana, mezcla justa de dicción e intensidad, funciona “como un relampago en la oscuridad”, por citar otro clásico metalero argentino que Ana versionó pero no grabó. Ajeno al tiempo muestra al grupo de Ricardo Iorio como una fuente de “verdades pestilentes” que, a casi treinta años de su separación, sigue vigente en un pasado que se repite dentro de una Argentina cíclica. El piano de Noelia Sinkunas, flamante ganadora de un Gardel en la categoría Álbum de Folklore Alternativo por el magnífico Salve, se impone en “Tu eres su seguridad”. Lo mismo sucede con las guitarras y el guitarrón de Pablo Chihade en “Gil trabajador”. Ambos marcan el comienzo de este disco de nueve canciones que surgieron en pandemia pero que Ana tiene en su interior desde los ‘90, cuando era una adolescente que todas las noches escuchaba Tiempos violentos en la Rock & Pop. “Nos dormíamos escuchando eso”, cuenta la cantante y multiinstrumentista Lucy Patané, hermana de Ana, que trabajó en la producción del álbum y participa como música y cantante invitada. “El metal siempre fue algo muy importante en su escucha. Y yo como hermana menor siempre la seguía”, dice Lucy, tres años más joven que Ana. “Entonces todo lo que escuchaba ella yo lo escuchaba también de rebote. Ana formaba parte del club de fans de A.N.I.M.A.L., escuchaba Hermética, Malón, Almafuerte y un montón de otras bandas”, agrega.

miércoles, 12 de febrero de 2025

No sé de mandatos


Y la normalidad no sé muy bien qué es, va a decir la pianista y compositora Noelia Sinkunas, como si pronunciara un verso descartado de un tema de Sui Generis. Lo dirá en un rato, cuando esté en Costanera Sur rodeada de vendedores, ciclistas y carros de hamburguesas. Por el momento se concentra en otras cosas. Pero no necesitaría decirlo. Con su tango y folclore de espíritu actual ya sugiere que lo normal se parece mucho a mirar para atrás. 

Son casi las cuatro y media de la tarde de un viernes de noviembre, y Noelia está en Radio Nacional, a punto de salir al aire para difundir Unión y perseverancia, su cuarto disco solista. Llegó con el músico Lucas Marcelli para hacer un dúo de piano y guitarra en vivo. No es la primera vez que viene. Por las dudas, la producción le aclara que en este programa, Aire del Litoral, sólo suena chamamé. No hay problema. Si le dijeran que en este programa sólo suena heavy metal, ella tendría algo para ofrecer. Noelia está acostumbrada a cambiar y a adaptarse. A meterse en diferentes estilos. A mezclarlos y a apropiárselos.

“Suelo marear a la gente”, dice, ya en el aire de la radio. Luego cuenta que empezó a tocar a los cinco años, en 1993, cuando descubrió un teclado Casio Tone Bank que su papá había ganado en una rifa de la parroquia San Francisco de Asís de Berisso. Lo primero que aprendió fue “La tristecita”, de Ariel Ramírez. Desde entonces se multiplicó.

Es probable que muchas personas hayan escuchado a Noelia sin saberlo. Quizás junto a Nacha Guevara en Encuentro en el Estudio. O una vez en La peña de Morfi, cuando se la veía de fondo, sentada al piano mientras Cacho Castaña recordaba una de sus internaciones. O en los recitales del proyecto Piazzolla electrónico, de Nico Sorín. O en la versión que hizo junto a Ana Patané de “Tu eres su seguridad”, de Hermética. O con Cucuza Castiello en las noches del bar El Faro, en el límite entre Villa Urquiza, Parque Chas y Agronomía. O con Flamamé, el cuarteto de chamamé que comparte con Milagros Caliva, con quien también grabó el disco Costero criollo. O con Alto Bondi, un grupo que formó parte de la renovación tanguera de Buenos Aires. O haciendo trap con YSY A en el Lollapalooza. O con Natalia Oreiro en plena Marcha del Orgullo frente al Congreso. Hasta ahora, Noelia tuvo el impulso y la ambición para estar en todos lados y la timidez para pasar desapercibida.

martes, 14 de enero de 2025

Poner en marcha la fanfarria


Era mayo de 1983. Los días previos al primer Obras de Los Abuelos de la Nada. Su líder, Miguel Ángel Peralta, o Miguel Abuelo, era un viejo protagonista de la primera ola del rock nacional que había regresado a Argentina a principios de los ochenta, luego de una década en Europa. Allí había sido rey y mendigo. Había pasado del folk psicodélico de fines de los sesenta al pop new wave de la nueva etapa. Estaba, otra vez, en pleno ascenso. No lo sabía, pero le esperaba una nueva caída, la definitiva. Ya había vivido varias vidas y le había dado diferentes formas y colores a sus canciones. Pero no le alcanzaba. Miguel era un prócer de renovación constante.

“Necesito atomizarme en todas las actividades que pueda. En principio, porque el buen seguidor de lo que hago va a darse cuenta e identificarse con un montón de actitudes que también son posibles en él”, le decía Miguel a la periodista Gloria Guerrero, en una entrevista de esos días de mayo del 83. La nota se había publicado en Humor y confirmaba algo que otra revista, Pelo, había señalado unos meses antes, en octubre del ‘82, al reseñar el primer disco de Los Abuelos de la Nada: decía que Miguel poseía un “talento inconformista sin límites”.

El propio Miguel lo insinuaba en la entrevista de Humor: “Sé que se puede demostrar un tipo de hombre nuevo, un tipo de comportamiento, de conducta, un tipo de reflexión más original de la que abunda en el mundo y más aún en este país. Aquí, en el sótano del universo, hay un nivel muy bajo. Y es necesario que alguien salga. Y si tengo que decir ‘Soy yo’, lo voy a decir con todo, poniendo toda mi cara”. Pero como escribió su biógrafo, Juanjo Carmona, en el libro El paladín de la libertad, a Miguel “nunca le alcanzó la técnica para poder expresar todo lo que tenía en la cabeza, ni le bastó la energía de su cuerpo para llevar adelante todos sus anhelos”.

Hoy, a pocos meses de que se cumplan los 37 años de su muerte, otro costado de la cara de Miguel Abuelo se revela para que hombres y mujeres del sótano universal sepamos que hay caminos alternativos que no habíamos tenido en cuenta. El disco Canciones para cantar en el cordón de la vereda acaba de ser publicado por Ediciones Insolubles Records en una tirada limitada en CD y vinilo que al cierre de este artículo estaba próxima a agotarse.

domingo, 5 de enero de 2025

“Esas canciones eran más honestas”

Este sábado 9 de septiembre, desde las 22, Perro Ciego, la banda más importante del rock de Salta, va a celebrar los veinte años de Letras Rojas, su segundo disco. El show será en Macondo (Balcarce 980). Las entradas anticipadas ya se consiguen a 3000 pesos (más gasto de servicio) en NorteTicket, Morrison (Mitre 274 y Caseros 646) y Atípiko (Zuviría 408).

Será una fecha especial en la que estarán en primer plano clásicos del grupo como “Resaca”, “Póker y ruletas”, “Azabache”, entre varias más. “Nos dimos cuenta un poco tarde que cumplía veinte años el disco”, dice entre risas Carlos “Pelado” Vega, bajista del grupo, en esta entrevista en la que recordará aquella etapa de la banda que completan Marcelo “Salchi” Dique (guitarra y voz), Martín “Gamba” Aguilera (guitarra) y Pablo “Jopo” Zenteno (batería), y que en esos años todavía contaba con la voz de Federico “Pibe” Acosta.

- Lo primero que se me ocurre preguntarte es qué más hacías en ese momento. ¿Dónde vivías?
- En la época de Letras Rojas yo vivía en la sala de ensayo, estaba fusilado económicamente. Era una época muy divertida en muchas cosas, pero en lo personal era medio dura. El día que empezamos a grabar el disco, mi mamá tuvo el primer ataque fuerte de los terminales. Ella tenía cáncer. El proceso de armado del disco fueron tres o cuatro años en los que pasó de todo. El primer demo lo grabamos en diciembre de 2001, o sea que… (se ríe) Una fecha bien complicada, viste. Y bueno, atrás de eso se demoró un poco la movida, pero estuvimos laburando mucho en el armado durante años. En esos años yo me había divorciado de mi primer matrimonio y obviamente me quedé sin nada. Me tuve que ir a vivir a la sala de ensayo y además tenía que estar con laburos muy ahí nomás, más toda la época… Económicamente era un desastre. Y las tocadas, si bien teníamos, tampoco eran tantas. Por la época estaba todo muy difícil. Pero bueno, así y todo era una época que la recuerdo bien, bien divertida, porque era el proceso de composición. Estaba Fede, era el primer disco con el Pibe. Fluía toda la música normalmente. Y la recuerdo con cariño porque era más joven también (risas).

- ¿Qué edad tenías en ese momento?
- Cuando grabamos el disco yo tenía 29 años. En realidad el disco se grabó entre el 2001 y el 2003. Las sesiones se hicieron con el corralito. Ahí nos dio una mano grande Fidel Puggioni, que tenía en esa época Macondo. Nos ayudó bastante. En la fase final nos dio una mano grande el Café del Tiempo. Y en una época, durante el interín, habíamos trabajado con La Panadería, con Pepe Epifanio. Eran más o menos los lugares donde andábamos dando vueltas. El primer Café del Tiempo, Zátiro. Ahí se forjó todo eso.

- ¿Tenías 29 cuando empiezan a grabar o cuando sale el disco?
- No, cuando salió ya estaba por cumplir 31. Por eso te digo lo que costó el tema del corralito. Era así, para pagar las horas de grabación tenías que hacer las cosas cada tres meses. Hoy es inexplicable, pero vos no podías sacar plata. O sea, no teníamos (risas), pero lo que nos financiaban o lo que conseguíamos de tocadas se cobraba todo fraccionado, porque era la cuestión esta del 2001, que renuncia De la Rúa. Empezamos a grabar con un presidente y terminamos con otro (risas). ¡Con otros! Porque en el camino pasaron varios. Ya estaba Kirchner cuando terminamos. Había ganado. Me acuerdo que un día que lo vamos a empezar a presentar, (lo empezamos a presentar sin estar editado, no hacíamos la presentación formal, pero ya mostrábamos los temas nuevos), era mayo del 2003. En el medio habían estado Duhalde, Rodríguez Saá. Fue un proceso largo. En el interín pasaron un montón de cosas buenísimas. Nosotros estábamos en la etapa en la que nos íbamos haciendo «grandes», digamos. Y me acuerdo que nos jodía mucho la falta de laburo. La estábamos peleando mucho en esa época. Pero así y todo podíamos alquilar una casa para ensayar. Y al poder ensayar le metíamos. Los ensayos eran largos. Y además, el proceso de composición era fluido, era casi todos los días.

- En ese momento, la banda, a pesar de todo, crecía musicalmente.
- Sí, sí. Esos años me parece que fueron los años más fluidos y también más productivos. Salían las canciones. Por ejemplo, «Letras rojas», el tema, es un tema que salió de un par de riffs que tenía Salchi. Yo después le puse la letra. Pero era una cosa así, iba fluyendo. E inclusive empezaron a quedar temas afuera, que fueron algunos de los que fueron a Peón. Es más, en la presentación (se ríe), esto es rarísimo, en la presentación de Letras Rojas, que fue el 7 de junio de 2003, creo que fue un sábado, los cuatro primeros temas que tocamos fueron «Paracaídas», «Dormilón x 8», «Cenizas» y «No sé quedarme». Cuatro temas que no estaban en el disco. Empezamos tocando cuatro temas nuevos en la presentación, que fue en la Casa de la Cultura. Y después sí tocamos el resto del disco, que es lo que vamos a tratar de recrear este sábado. Y bueno, si bien estaba la idea de grabar el disco, también estaba el cope de componer. Le metíamos igual, era así. El Pibe traía un montón de canciones, de ideas. Revisábamos letras, que eso estaba bueno. Teníamos mucho proceso de laburar las letras. Y era un proceso divertido porque Fede en eso era buenísimo. Era bien ocurrente. Era un poco también medio calavera, porque a veces, como yo vivía ahí, caía alguno y decía «che, bueno, toquemos un poco». Inclusive en esa época iban a ensayar Los Kuervos a la sala. Eran ensayos kilómetricos. Los vagos se iban a las dos de la mañana, total estábamos ahí. Era una casa en el centro pero en medio de negocios, o sea que no te jodía nadie.