jueves, 30 de diciembre de 2021

La juventud es un estado de ánimo

Wos (Foto: Rafael Mario Quinteros - Clarín)

El otro día, después de haber escuchado durante toda la tarde Oscuro éxtasis, el nuevo disco de Wos, le mandé un WhatsApp a Aldana, que volvía a casa en bondi. “¿Vamos a ver al Wosito a Obras?”, dije, y adjunté el meme de Historia de un matrimonio donde Scarlett Johansson y Adam Driver discuten a los gritos. 

—Tenés 40 años, podés dejar de hacerte el pendejo escuchando a Wos —dice Scarlett en el meme, con la mano derecha alzada, como si enfatizara el rídículo que implica que un adulto que tomó fernet Vittone en un Plusmar que avanzaba hacia algún concierto de La Renga pretenda asistir al show de un artista nacido poco antes de la aparición de Último bondi a Finisterre.

—Escucho lo que quiero y además los fans le decimos Wosito —responde Driver, con cara compungida, sin argumentos más que el berrinche, incapacitado para el triunfo. 

—Se llama Wos... Wos!!! —retruca ella, ya con las dos manos arriba. Al pobre Adam no le queda otra que golpear la pared, envuelto en una frustración generacional que lo condenará a ver tributos a Los Piojos por toda la eternidad.  

Aldana se cagó de risa y me dijo que “ni en pedo” va a ir un recital como ése, repleto de centennials, servida en bandeja la sensación de ser una anciana de 38 años que no entiende los códigos de las nuevas generaciones. Le comenté, como le había dicho a mi papá cuando advirtió que la plaqueta que le dieron en la Asociación Médica era “por viejo”, que la juventud es un estado de ánimo. Que no tenemos que sentirnos desubicados si vamos a ver a un artista en crecimiento que acaba de publicar un gran disco. “Si esto fuera 1985 ¿te negarías a ir a ver la presentación de Giros en el Luna Park?”. No la convencí.

Toda la situación me recordó a Mafalda, que en una tira le pregunta a su papá "¿En tus tiempos se vivía mejor que ahora?", y después, cuando el padre le dice que no sabe, le baja el pulgar en la cara como hacía Joaquin Phoenix en Gladiador mientras lo liquida con una frase lapidaria: “Quería que me dijeras que estos todavía son tus tiempos, pero veo que ya estás medio ¡Ñac!”. Yo me siento medio ñac cuando pienso en la distancia entre les adolescentes y jóvenes de veintipico con nosotros, los adolescentes de los 90 que crecimos a puro menemismo, Maradona y rock chabón. Si me pusiera más optimista podría decir "Lo que pasa es que ahora (también) es nuestra época, y hay que seguir", como dijo Luca Prodan el 6 de diciembre de 1985 en una entrevista para el Sí de Clarín. Esa nota, compartida con Fito Páez y Pappo, se publicó precisamente el mismo día de la presentación de Giros en el Luna Park. “Fin de semana movidito”, decía el suplemento, que anticipaba el concierto de Fito, el Obras de Riff (con Moro y JAF) del sábado 7 de diciembre, y los tres Teatro Astros de Sumo de esos días. 

“El pasado ha sido muy precario en esta aldea. Antes la cosa era muy separatista. Ahora es otra época”, decía Pappo en la nota, sorprendiendo con una postura open mind que generalmente se olvidaba en su casa. Fito agregaba: “Estamos en un momento del país en el que hay gente haciendo cosas y eso es bueno. Cada uno de nosotros puede hacer lo que quiere, y que haya público movilizándose es muy importante. Después, ¿qué importa si Luca hace reggae, si yo toco cuatro tonos más o si Pappo toca cinco menos?”. El Carpo insistía: “Hay que lograr superar la ideología separatista”. Al final del diálogo, después de hablar de Los Beatles (“Se fueron a la mierda por la japonesa”) y de las diferencias y similitudes que los unían o separaban, Luca citaba a Lou Reed (“que siempre dice la verdad”):  "Yo soy un animal del rock and roll, sin el rock no puedo vivir". Pappo acotaba “¿Y cómo vas a hacer para vivir sin el rock? No se puede, te volvés loco”. 

Al lado de la nota había un aviso: “Ante cualquier duda no consulte a su médico. Concurra al cine-teatro Ópera. 12, 13 y 14 de diciembre. Virus - Locura”. Más que un aviso era una advertencia. En ese momento el rock argentino se expandía, devoraba todo lo que encontraba, lo asimilaba y lo convertía en herramienta para sonar siempre fresco y creativo, nunca estático. En la firmeza de sus convicciones estaba la capacidad de romper barreras. Llegaba a todo el continente y conquistaba países, radios y escenarios. “No había muchos conciertos, pero Soda sí venía. Eso hace que el rock argentino sea importante”, dice la colombiana Andrea Echeverri, de Aterciopelados, en el libro ¿Quién dijo que todo está perdido?, de Gastón García Marinozzi, que acaba de aparecer vía Océano.  

El libro es la biografía de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, que cerraba el lado A de Giros y, según García Marinozzi, es “la última canción latinoamericana”. A través de unas 250 páginas, el periodista argentino radicado en México analiza el origen del tema surgido durante “el año emblemático de la primavera democrática” y revela su importancia internacional. Con apenas 22 años, Fito Páez compuso un himno post dictadura que desde entonces se volvió bandera de diferentes luchas y causas. 

¿Pueden las canciones cambiar el mundo? Esa es la pregunta que el autor se hace a lo largo de todo el libro. Muchos entrevistados intentan una respuesta. Desde Lila Downs hasta Joan Manuel Serrat y Armando Manzanero. En el medio hablan periodistas, escritores, abogados, cantantes, actores y políticos de Latinoamérica y España que reconocen que el tema de Fito todavía sirve como inspiración cuando las malas se imponen. Puede sonar en una protesta social, en una marcha por desaparecidos o volar por las redes gracias a la necesidad de unión colectiva que impone la pandemia. “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, como el rock en general, musicaliza todas las utopías.

En 2004, durante las primeras entrevistas de su carrera solista, el Indio Solari ensayaba una idea que se amolda al libro de García Marinozzi. "Una canción no cambia el mundo, pero yo sé qué canciones cambiaron mí mirada del mundo. Y si uno es medio constructivista, como soy yo, que cambie tu mirada, cambia el mundo", decía. Más o menos al mismo tiempo, Pez publicaba El sol detrás del sol, el disco que tenía “Y las antenas comunican la paranoia como hormigas”, que se preguntaba algo similar: "¿Pueden las canciones abrigar? ¿Pueden las canciones disparar?". Se trata de una canción bellísima en la que Ariel Minimal abordó el sueño del artista comprometido: “Cuando despierte haré mil cosas de mil maneras ingeniosas y salvaré a todo el planeta de una vez. Y una guitarra, y un parlante de un amplificador errante, buscando un brebaje que cure todo mal”. 

Por supuesto que el planeta no se salvó, y, como casi siempre, todo parece ir hacia la más absoluta desolación. En especial el mainstream del rock argentino, con artistas muertos, en cana y/o cancelados, con bandas tributo que llenan estadios, hologramas, pantallas en vivo que traen recuerdos de momentos más valorados y hits de antaño que musicalizan las publicidades de las empresas más garcas. No es casualidad que una de las bandas nuevas más exitosas sea Conociendo Rusia, que en sus discos ya suena a gira de regreso. “La madre de este invento fue la angustia, hoy la industria”, decía Divididos en Amapola del 66, su último disco de estudio de canciones inéditas. Ahí también hablaba “del sueño del rock, de esa ingenuidad”. Una ingenuidad que nació a mediados de los 60 como la necesidad de una generación ávida de un cambio de época, se volvió cultura general con códigos propios un poco armados sobre la marcha, y siguió durante décadas, combatiendo contradicciones e intolerancias pero siempre buscando ir más allá y defendiendo cierta autenticidad artística que la volvía interesante. 

De todo eso habla otro libro reciente: "Está todo dicho", la historia del rock argentino contada por sus protagonistas (Sudamericana), de Daniel y Majo García Moreno. Allí, Fito Páez dice que el rock cumplía una función “descaretizante”, un término bastante apropiado para resumir esa postura que se pasaba de rosca cuando cantaba que se muera Cerati pero funcionaba como detector de humo y no dejaba pasar tantos impostores, algo más difícil de hacer en la actualidad. En los últimos años el rock mejoró al superar la ideología separatista pero a cambio le abrió la puerta a más de un estafador. Se tuvo que guardar los tomatazos destinados a las tapas de las revistas y empezó a recibir todo con la mente abierta, algo que más o menos siempre había fomentado aunque a veces cayera en sus propias trampas. Esa apertura permitió que ingresaran en su radar expresiones artísticas que años atrás habrían sido ignoradas. 

¿Cómo puede convivir, si no, el discurso emprendedor de Trueno (y buena parte del trap) con lo que Viejas Locas decía en “Homero”? Ojo, cuando lo escucho en las entrevistas Trueno me parece un capo. Pero cuando voy a sus letras pienso en Marcos Galperín. Esa lírica que se autoproclama el nuevo rock and roll baja una línea individualista de “yo, si quiero, puedo” absolutamente irreal. Casi un manual de autoayuda para candidatos de derecha. “Qué injusticia que no se valoren eficacia y responsabilidad, porque él hoy se mató pensando y es lo mismo que uno más”, decía el Pity, refutando la meritocracia antes de que Juntos por el Cambio llegara al Gobierno. Pity cantaba “La vida del obrero es así, la vida en un barrio es así y pocos son los que van a zafar” y retrataba a una sociedad que se parecía mucho a la actual. Había una resignación realista en el verso “Aprendemos a ser felices así” de “Homero”, pero también una convicción, o dos: la vida es injusta y casi nadie se salva solo, algo que la “cultura rock” siempre tuvo en cuenta. 

“Está todo dicho” sirve para recordar los orígenes de toda esta confusión. A pesar de que su título es medio tajante, como si el rock argentino estuviera terminado, sus páginas nos vuelven a traer el peso de un movimiento que es mucho más que sus revivals y que sigue vivo en muchísimos artistas que no llenan estadios. El libro es un relato coral basado en las entrevistas realizadas para el documental 30 años de rock nacional, publicado a mediados de los 90, y para programas históricos de la televisión como La Cueva, Rocanrol y Quizás porque. Esa recopilación permite que hablen prácticamente todos los protagonistas canónicos, desde Litto Nebbia hasta Charly García, pasando por Spinetta, Cerati, León, Moris, Javier Martínez, Dárgelos, Pil, Pomo, Machi y varios más que repiten lo que ya sabemos: “Rebelde”, La Cueva y todo lo que vino luego. Hay, también, un interesante debate sobre los pasos previos a esa explosión, una discusión que sigue en pie. ¿Cuándo empezó el rock argentino? ¿Cuando salió “La balsa”? ¿Con Los Gatos Salvajes y Los Beatniks? ¿O aún antes, con aquellos que hacían canciones de otros? El año pasado, Rompan Todo intentó responder esas preguntas. El primer capítulo de la serie de Netflix les daba lugar a los supuestos pioneros que habían bajado el rock a Latinoamérica. Pero en el rock argentino esa teoría todavía suena rara porque sigue fuerte la idea de una cultura que se basó en canciones propias para arrancar de cero y recién ahí empezar a tomar de todos lados para fundirse con cualquier otro género musical, correr riesgos estéticos, pensar en que mañana es mejor y nunca pero nunca jamás estar del lado de la policía. 

Por eso quiero ir a ver a Wos a Obras. Porque ese mismo espíritu se percibe en sus canciones. También en las de Ca7riel, que cuando no necesita ganar plata hace cosas interesantes, como su excelente EL DISKO, que arranca con un sampleo a “Una luna de miel en la mano”, una canción de Locura, el disco de Virus que el aviso del suplemento Sí recomendaba escuchar para despejar todas las dudas. Wos y Ca7riel consiguen resumir un concepto general. Logran conectar con álbumes diferentes e importantes del rock argentino. Discos con el peso intangible pero indisimulable de los artistas guiados por sus ambiciones artísticas y no por las estadísticas. 

Publicado en La Agenda

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