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martes, 10 de noviembre de 2015

¿Se acabó el revelde?


A mediados de la década del noventa, el rock argentino más popular se alimentaba de la realidad para pintar un país que se caía a pedazos. Los obreros que fumaban impacientes en las letras de Manal se habían convertido en giles trabajadores que laburaban en negro, explotados por sus jefes, en padres de familia que no podían zafar de la rutina. Las empresas estatales se privatizaban, las fábricas cerraban. Pappo ya no podía ir con muchas ganas y felicidad al ferrocarril porque su vieja iba a la plaza con pancartas, a protestar contra la política neoliberal de Carlos Menem y Domingo Cavallo. Al mismo tiempo, los hijos de la clase media debilitada se agrupaban arriba y abajo del escenario bajo una misma premisa: todos somos iguales. No había diferencias entre músico y público. Si los poderosos marcaban desigualdades, el rock no iba a estar de su lado. Así surgieron (y triunfaron) bandas como Los Piojos y La Renga. También se consagraron grupos que tenían un camino más largo recorrido, como Divididos, que hablaba de una era de boludez, Las Pelotas (quizás los críticos más lúcidos y escépticos) y Los Redondos.

Fue precisamente Patricio Rey el abanderado del rock argentino de los años noventa. Con sus conciertos federales, cada vez más numerosos, arrastraban el sentimiento a todas las ciudades donde se presentaban. El rock del país se alimentaba de banderas en el corazón. Pero también de la bronca contenida, el desahogo y la frustración de una generación que se sabía aplazada. En esos años, el ricotero era un paria apaleado por la policía de cada provincia y transmitido en vivo por Crónica TV. El Indio Solari aseguraba que señalar a la banda como detonador de los incidentes que se solían provocar fuera de sus recitales era “una dosis de hipocresía muy grande”. Y apuntaba directamente a la situación social y económica que se vivía en la Argentina.

El bardo presagiaba una explosión mayor que llegaría en 2001 durante el gobierno de Fernando De la Rúa. Se veía venir en cada concierto masivo de Patricio Rey y también en las calles. O en la playa: allí fue donde los Bersuit Vergarabat se cruzaron al entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde y lo hostigaron con una improvisación que se volvió slogan: se viene el estallido. Era 1998 y el disco Libertinaje ayudaba a avivar el fuego. “Señor Cobranza”, el cover que hizo el grupo de Gustavo Cordera de la canción de Las Manos De Filippi, fue la punta de lanza del rock argentino contra el poder. La santísima trinidad del soundtrack combativo crossover se terminó de formar con la versión definitiva de “Se viene” y con otra canción publicada ese mismo año: “El revelde”, de La Renga.

viernes, 20 de febrero de 2015

No tengo nada que ver con tu idea del rock

(Doma, de El Perrodiablo, agita el escenario principal)

En el día uno de Cosquín Rock 2015, el sábado 14 de febrero, El Perrodiablo arranca cerca de las cuatro y media de la tarde en el escenario principal, ante muy pocas personas. Hace un set de media hora que confirma lo que se dice de la banda en el under porteño platense. Doma, su cantante escatológico, mezcla de Iggy Pop con el humorista Campi, hace lo que tiene que hacer: conduce un espectáculo que lo va a depositar por fuera de los límites impuestos por las vallas, agitando entre el público. Los demás músicos arengan, dicen que no importa la cantidad de gente, importa la entrega. Eso es El Perrodiablo: delivery de crudeza irresistible.

Antes habían tocado Los Echeverría y Uneven, las bandas del dueño de Key Biscayne y el ex basquetbolista Fabricio Oberto. Con ellos, Cosquín confirmó que sus primeros momentos de cada año son para grupos de gente con guita, famosos, o amigos de la organización.

A las seis de la tarde, Pez patea a la cabeza. Minimal no dice nada. Tocan cuarenta minutos de profunda intensidad, con pocos momentos introspectivos como “Todo lo que ya fue”, la mejor canción del rock argentino 2014. Franco Salvador dice “gracias” como si estuviera pidiendo disculpas. La banda termina con “Introducción, declaración, adivinanza”, que dice “no tengo nada que ver con tu idea del rock”. Suena justo antes de que empiece el set de La Beriso, el sigue siguiendo del rock chabón, que no aprende más que a las banderas hay que izarlas a la mañana en el colegio, durante la infancia, para dejarlas para siempre en la adolescencia, donde no está la libertad.

martes, 9 de diciembre de 2014

Pedal a fondo, tierra adentro


Viernes, 2 de diciembre de 2011, Estación de Servicio Shell Terminal Salta, 00.20 hs.

Alejandro está a diez cuadras del lugar, llegando en su Chevrolet Vectra color bordó. Trae en el baúl una carpa, una parrilla, dos sillas plegables, dos colchonetas, una conservadora grande con capacidad para 34 litros y la incertidumbre absoluta sobre quiénes serán sus compañeros de viaje hasta Tandil, provincia de Buenos Aires, a casi dos mil kilómetros de distancia.

Es una noche apenas fresca, una muestra gratis del frío del día anterior, cuando el gris se había apoderado de la ciudad, cubriéndola de agua, oscuridad y un viento que no se correspondía con el comienzo del último mes del año. A esta hora, el cielo ya se despejó, dejando que las nubes le den paso a una incipiente luna llena.

Hoy, el Servicio Meteorológico anunció un clima agradable para el fin de semana en Tandil, con temperaturas que no deberían pasar los 25 °C.

Aún quedan muchas horas por transitar antes de que comience el último recital del año del Indio Solari, pero ya es hora de partir. Los miles de kilómetros que separan ambas ciudades obligan a pedir días libres en el laburo, cargar varias mudas de ropa y tener el dinero suficiente como para sobrevivir, al menos, tres jornadas fuera de casa.

Tres meses después de su último show, en Junín, el Indio volvió a convocar a sus seguidores para la que será la última presentación de El Perfume de la Tempestad, su tercer disco solista. Para muchos ricoteros, el viaje implica una experiencia ya vivida antes que mantiene la expectativa por su intensidad. No se trata sólo de un concierto. Es un retiro espiritual inverso: acá no habrá tranquilidad ni introspección, sino todo lo contrario. El sentimiento de los verdaderos fanáticos saldrá a la calle a emocionarse y decir que cada concierto puede significar una de las cosas más importantes que existen en su vida.

Desde que se volvieron masivos, a mediados de la década del noventa, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se convirtió en el grupo más importante de la historia del rock argentino, el que más paredes tiene a su favor, el que más seguidores posee, a pesar de llevar más de diez años de inactividad. Solari, la estampita, se quedó con la mística del folclore ricotero: el viaje, los shows masivos y la grandilocuencia. Algo que muchos acusan de ser apenas un cúmulo de infradesarrollados cantando ebrios, fumados, merqueados y desaforados letras que no terminan de entender, escritas por un burgués que la va de popular.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Hacer la revolución con una canción de amor


En el cierre de Ciudad de pobres corazones, Fito Páez ya lo venía pidiendo: dame tu amor, sólo tu amor. En Ey! tenía sueños de amor. En el final de Tercer mundo, insistía: dale alegría a mi corazón y ya verás que no necesitaremos nada más. Páez tenía que crear El amor después del amor, su maltratada vida lo exigía. Con 29 años, el rosarino era un huérfano que había perdido a toda su familia. Tras haber sido criado sin su madre, fallecida cuando él era un bebé, había soportado la muerte de su papá y el asesinato de sus abuelas en un lapso muy corto de tiempo. Antes de cumplir 25, la parca había llegado para Fito. Había arrasado con todo, todo un vendaval.

Páez se dio cuenta de que su salvación era lo contrario a la tristeza. Que la felicidad del amor lo alejaría de la muerte, por eso lo exigía con desesperación. Lo sabía porque había estado en las dos orillas. Había aprendido que el llanto terminaba en la risa. Su relación con Cecilia Roth, una de las musas más efectivas que se recuerden, lo levantó nuevamente y lo inspiró para crear las canciones que formaron su mejor disco, el más exitoso del rock argentino. Con los años, ya sin Cecilia, Páez siguió reflexionando al respecto: nos pasan tantas cosas en la vida que si aparece el sol hay que dejarlo pasar, le hizo cantar a Spinetta en “Bello abril”, una canción de 2003. Por la misma época, Cerati opinaba algo similar: si un amor cayó del cielo no pregunto más.

El amor es fundamental en la vida de Páez y en el desarrollo de todo el rock local. Es lo que estaba buscando Pappo. Su falta lo hacía desconfiar. El amor lo salvaba a Charly y lo ilusionaba cuando aún era un adolescente inexperto que soñaba con relaciones idílicas que volcaba en las letras de Sui Generis. ¿Acaso no es “Compañera” la canción más emocionante de la carrera de Ariel Minimal? Yo no sé lo que me pasa cuando estoy con vos, chica rutera, te pido que vuelvas. Hasta el durísimo Ricardo Iorio, man in black que vuelve a las cavernas, lo afirma: si no hay amor mejor bajate, si no hay amor nunca habrá sueños, si no hay amor se muere antes, si no hay amor se pierde siempre. Debes saberlo. En 1992, Fito sabía que si no había amor, mejor que no hubiera nada, entonces, alma mía. ¿No se puede vivir del amor? Quizás, pero nadie puede y nadie debe vivir sin amor. Porque only love can sustain.

lunes, 29 de julio de 2013

El golpetear del salvaje

(Me gustaría incluir los créditos de la foto, pero no encontré ninguna referencia)

El mismo tipo que escribe clásicos del rock proletario y denuncia las injusticias de la sociedad, reclamando una mayor igualdad (“El pibe tigre”, “Sentir indiano”); en treinta segundos de entrevista derrapa con las cuatro ruedas, vuelca y se lleva todo puesto (“Si vos sos judío no me vengas a cantar el Himno”). Es capaz de escribir canciones que pintan paisajes de manera perfecta (“Río Paraná”), que invitan al viaje con todos los sentidos, aunque sólo se pueda escuchar (“Convide rutero”). Su pluma es un pincel nítido que absorbe los lugares y los devuelve hechos poesía. Posee una voz de tierra adentro que transmite una emoción y un disfrute equivalente a un asado con amigos, un domingo al mediodía, lejos de la ciudad. El mismo rudo bonachón de modales toscos que desprecia el dinero y cultiva la amistad deviene en demonio temible ante el menor suspiro. A diferencia del Pappo más etílico, él no te tira dos pesos (“Para que te comprés una cara nueva”) antes de cagarte a trompadas; sino que insulta y dice frases incoherentes de manera admirable. Es un AK 47 de la puteada y la declaración bestial. Dos caras de la moneda. El Harvey Dent del metal pesado argentino: Ricardo Horacio Iorio, argentino, 50 años, prócer.